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jueves, 16 de noviembre de 2017

El Rey a la Zarzuela.





Hil.
Buenos días, Don Sebastián.

Seb.
Buenos días, Don Hilarión ¿Qué se cuenta usted?

Hil.
Bueno, le diré. Tengo una noticia importante para nuestra común afición zarzuelera.

Seb.
¿Importante?

Hil.
Más que importante, trascendente. Mejor dicho, trascendente no, porque es confidencial y secreta.

Seb.
En tal caso, permítame usted, querido amigo: si es secreto, no debe ser noticia, porque …Bueno, bueno…

Hil.
Dejémonos de subterfugios lingüísticos-filosóficos y vayamos al fondo del asunto. Eso sí, confío en su discreción

Seb.
No sé preocupe usted, amigo mío, Yo, para los secretos soy una tumba.

Hil.
Mientras no sea una “tumba abierta”, como los ciclistas. En fin. La cosa es que me he enterado de que el Rey quiere ir a la Zarzuela.

Seb.
¿Cómo? ¿Qué el Rey quiere ir a la Zarzuela? ¿Y eso?

Hil.
Pues parece que por una cuestión de base histórica. Como la zarzuela la “inventó”, por así decirlo, Felipe IV, allá por los albores del siglo XVII, él, llamándose Felipe VI, ha pensado que la mejor manera de valorar el invento de su antepasado es conocerlo de cerca

Seb.
Ya, ya.


Hil.
Y no sólo eso. Don Felipe quiere llevar a sus niñas para que también conozcan el género zarzuelero y vayan construyendo su opinión personal sobre el mismo, nacida de la observación directa.

Seb.
Pues me parece muy bien. ¡Quién sabe! A lo mejor esta iniciativa le da un empujoncito al género. Nunca viene mal una ayuda.

Y, dígame, Don Hilarión. ¿Se sabe qué zarzuela quiere ver Su Majestad?

Hil.
Pues verá usted. Expuesto por el monarca su deseo a sus más directos colaboradores, lo primero que le sugirieron es que se olvidara de la zarzuela, porque es una cosa antigua y pasada de moda … y le aconsejaron que si quería conocer el teatro musical viera El rey león que, tiene, además connotaciones monárquicas.  ¿Me entiende?; Rey,león … En fin.

Seb.
Y, ¿no le aconsejaron la ópera?

Hil.
No, no, paree que no, porque en la ópera que hoy se ve en los teatros, no hay más que muertes, violencia, sangre, problemas … Y el Rey no quiere que sus hijas empiecen a conocer el mundo por este lado. Tiempo tendrán …

Seb.
Bueno, bueno… Siga usted con el relato.

Hil.
Visto lo visto, los colaboradores y consejeros de Su Majestad, como de zarzuela saben poco o nada, buscaron otros asesores, los cuales, después de barajar y descartar, y seguir barajando y  descartando, sugirieron un título: El rey que rabió.

Seb.
¡Dios mío! ¡Quieren llevar al Rey y a su familia a ver un monarca que estuvo a punto de enfermar de rabia porque le mordió un perro callejero! ¡Qué dolencia tan poco aristocrática!

Hil.
¡No, hombre, no! ¡Por favor, Don Sebastián! Ya sabe usted que en esa zarzuela no está claro si el perro tiene la rabia o no, y el Rey termina más contento que unas castañuelas.

Seb.
Lo sé, Don Hilarión, lo sé. Eso es lo que dice el libreto, pero no me negará usted que el monarca del cuento debió rabiar un poquito al ver lo que vio en su escapada. Por lo menos tendría un resquemor…, digo yo.

Hil.
Es muy probable. A mí la elección de esa zarzuela me parece muy oportuna. Fíjese usted que el asunto comienza porque el monarca del cuento quiere conocer por sí mismo la realidad de su país.

Seb.
Porque no se fía de sus consejeros.

Hil.
Ya, ya. Pero, advierta usted que una cosa es lo que le ocurre al monarca de la zarzuela y otra lo que nuestro rey pueda ver en el escenario.

¿Qué pensará Don Felipe cuando vea y escuche ese increíble “Cuarteto de la dimisión”?

Seb.
Lo que todo el mundo. Que aquí no dimite nadie; que a los españoles nos falta el gen de la dimisión, que pa mí que es el mismo que el de la vergüenza torera.

Hil.
Y, ¿Qué opinará cuando vea los tejemanejes del Almirante o del General, que se le adelantan para  que le reciban bien y gastan los reales dineros con un derroche absoluto?

Seb.
Pues hombre, que antes como ahora, hay gente que tira con pólvora del rey y es particularmente espléndido con lo que no es suyo. Pero, escuche usted … se me está ocurriendo una cosa...

Hil.
Diga, diga, amigo mío.

Seb.
¿Y si se actualizara un poco esa zarzuela?. Como ahora todo lo que vemos está retocado,, modificado, adaptado, adulterado …

Hil.
Bueno, pero, concretamente en lo que viene al caso…

Seb.
Se me ocurre una pequeña actualización: cambiar al Almirante, al General y al Intendente por  presidentes de comunidades autónomas, diputados o consejeros, de los que tenemos … una multitud. ¿Qué le parece?
 
Hil.
¡Ay, querido amigo! Si se hiciera un cambio como ese entraríamos de lleno en un grave dilema moral.

Seb.
No le entiendo.

Hil.
Es muy fácil. A un enfermo grave, ¿qué es mejor: decirle que se muere o que está estable, incluso que puede mejorar?

Seb.
¡¡Uf!! ¡Menudo problema! Quizá sería mejor pensar en que Su Majestad viera La Gran Vía.

Hil.
¡Ni hablar! ¡Que el Ayuntamiento quiere remodelarla otra vez!

Seb.
¡Dios mío! ¡Parece que no pasa el tiempo!

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