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domingo, 8 de julio de 2018

Mentiras entretenidas.


Enrique Viana en su número principal (Foto. J. del Real. TZ.)
¡24 horas mintiendo! Comedia musical en dos actos. Texto de Francisco Ramos de Castro y Joaquín Gasa (versión libre de Alfredo Sanzol). Música de Francisco Alonso.
Intérpretes: G. Beitia. E. Martyn. N. Pérez. R. Chacón. C. Solaguren. M.J. Suárez. J. Castejón. J. López. E. Viana. A. Ruiz. J.L. Martínez. M. Martín. L. Maesso.
Equipo técnico y artístico: Escenografía: Carmen Castañón. Iluminación: Eduardo Bravo. Vestuario: Ana Garay. Coreografía: Nuria Castejón. Dirección de escena: Jesús Castejón. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Carlos Aragón. Teatro de la Zarzuela, de Madrid, 5-7-2018.

Después de las tensiones pasadas, felizmente superadas, esta simpática y entretenida comedia musical arrevistada, ha debido suponer un descanso sicológico para el equipo del teatro de la calle de Jovellanos.

Esta versión libre de ¡24 horas mintiendo! (no se piense en intencionalidad alguna en el título, pues la comedia nació en 1947, hace ya 71 años) presenta las peripecias y el enredo de unos desgraciados cómicos que, para ocultar su precaria situación, simulan una gira por América, y se encierran en casa, a cal y canto, para no ser descubiertos. La historia es entretenida, de rápido desarrollo y con situaciones graciosas a causa de los malos entendidos y de las inocentes mentiras de sus personajes, a pesar de que –quizá para darle “actualidad”– se introducen algunas referencia a temas de hoy, como la corrupción, como se esto sólo fuera cosecha de estos tiempos. No sabemos si esta “versión libre” mejora o no el argumento original (deberíamos ver ambas versiones para comparar), pero no me pareció que hubiera demasiado entusiasmo en un público que, a pesar de ser función de abono, no llenaba la sala.

Una obra de este tipo debe ser enjuiciada desde dos puntos de vista: el actoral y el musical. En cuanto al primero el trabajo contemplado fue estupendo, sobre todo gracias a la labor y el buen hacer de pesos pesados de la escena con dos figuran esenciales: Jesús Castejón (Casto) y Gurutze Beitia (Casta)  por experiencia, soltura y dominio de las tablas; fueron bien acompañadas por las otras dos parejas: Raffaela Chacón (Ramona) y Mario Marín (Fileto), y María José Suárez (Magdalena) y José Luis Martínez (Bombardino). Además, hay que destacar, el personaje (nuevo) de Amo Lolo, brillantemente interpretado por Enrique Viana, que supo expresar cada frase con la intención adecuada, con la intensidad dinámica precisa, y con la ironía, el sarcasmo o el retintín que requería.
 
Un momento de la obra (Foto: J. del Real. TZ).
En lo vocal las cosas no funcionaron tan bien. Es cierto, y no hay que olvidarlo, que en la comedia musical española (que no tiene que ver con el musical norteamericano) o en la revista, las exigencias  musicales son menores que en la gran zarzuela. Pero eso no significa menor dificultad interpretativa ni que haya que plantearlo con menos rigor. Quizá al contrario: expresar la esencia de un buen pasodoble no es nada fácil. Por ceñirnos a los números más representativos de esa comedia, digamos que el chotis no tuvo la suficiente chispa; el fado fue planeado con excesiva potencias sonora, cuando es una música delicada y acariciadora; en el pasodoble (“Claveles granadinos”) la intérprete nos pareció agotada, sin fuelle, con lo que desaparecieron las amplias frases melódicas escritas por el músico granadino; quizá no estuviera en las mejores condiciones, lo que sería disculpable. El que tuvo un éxito sin discusión fue Enrique Viana, especialmente en el número que cierra el primer acto, la célebre samba de las ”bananas del Perú”. Viana hizo un alarde de técnica cantando como tenor (lo que es), como soprano  y forzando la voz para dar más gracias e intención al tema musical. La gente joven, dos de ellos procedentes del proyecto Zarza (Nuria Pérez y Joselu López, Charito y Ricardo, respectivamente), necesita más experiencia.

Muy bien el cuerpo de baile, con delicadeza, elegancia y soltura, hábilmente movido por la coreografía de Nuria Castejón, aunque en el número de los abanicos, hubiera preferido menos “ruido” al abrirlos y cerrarlos, pues dificultan la escucha de la música.

Carlos Aragón llevó la orquesta demasiado alta, algo que, a mi juicio, viene siendo frecuente en el teatro.  También, en la parte hablada, me pareció advertir un exceso de dinámica, en algunos momentos casi llegando al grito.

En general, un par de horas entretenidas, con algunos momentos destacables, con una música muy agradable y bien escrita y con una presentación brillante, eficaz y de primer nivel.

Vidal Hernando.

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