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martes, 3 de septiembre de 2019

Hablar por boca ajena.


En esta época de canícula, cuando los clientes escasean en la barbería, paso las horas inactivas entre la somnolencia y la vigilia.  No sé en cuál de estos períodos, que se suceden sin orden ni concierto, escucho la radio. En una emisora, de cuyo nombre no quiero acordarme, vengo oyendo a un sujeto  que, cada vez que habla recurre a la cita de frases, de ideas o de opiniones de otros. Da igual el tema que se trate; el individuo siempre encuentra hueco para meter, a veces con calzador, la frase de un fulano, casi siempre extranjero con la que trata de dar verosimilitud o veracidad a sus afirmaciones.

No soy yo de los que desprecien las ideas ajenas. Nada de eso. Muchas de ellas me han servido, y me sirven, en mis momentos de filósofo aficionado. Unas veces porque me orientan, otras porque me producen la lógica satisfacción cuando coinciden con las mías propias. Incluso cuando son opuestas, también me resultan útiles, porque de todo se puede aprender. No tengo ningún interés en ser el primero en encontrar la solución a un problema o a una situación que me preocupa. Esto de pensar (y decir lo que se piensa) no es una competición deportiva.

Pues bien, recurrir constantemente a la cita de opiniones ajenas, me parece improcedente y, en ocasiones, presuntuoso y hasta pedante. Eso de, “como dijo fulano”; o “en la opinión de mengano” ¿no es un intento de mostrar la amplitud y profundidad de nuestra cultura? ¿No se intenta desviar la atención para no quedar en evidencia o soslayar una respuesta incómoda?

Cuando se comenta un tema, lo que a mí me gustaría de estos individuos es conocer su opinión, clara y argumentada. Puede que no la comparta, o que la considera equivocada, pero será una idea más que podré valorar cuando me plantee el tema en la soledad de la barbería.

No soy dado a dar consejos porque cada vez tengo menos certeza de las cosas, pero, creo que debemos pensar por nosotros mismos, considerando nuestros conocimientos y nuestras informaciones. Puede que nos equivoquemos, no importa. Pero si nos limitamos a pensar y opinar “por boca ajena”, estaremos haciendo lo mismo que los políticos en el parlamento, que aprietan un botón u otro según les diga el jefe de su grupo. Desde luego, esta fórmula poco desgasta las neuronas.

Lamparilla

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