La función del
cierre definitivo de este singular teatro madrileño, el 30 de junio de 1929,
supuso para Madrid una de esas fecha nefastas en la historia de una ciudad. El
último programa fue el siguiente: A las 17 horas (la hora taurina), La verbena de la Paloma, El santo de la Isidra, La señá Rita y su
hombre (una comedia escrita para la ocasión por Antonio Casero, Antonio
Asenjo y Ángel Torres del Álamo) y El
puñao de rosas. A las diez y media de la noche vuelven a repetirse la
comedia y La verbena y el famoso
cronista de Madrid, Pedro de Répide, dice las últimas palabras antes de que las
luces se apaguen definitivamente.
La noche antes,
Federico García Sanchíz, ofrece unas palabras de despedida. En el teatro, rebosante
de público y con la presencia de los grandes cantantes y actores que allí han
triunfado, nadie se mueve. Nadie quiere abandonar el edificio, como si de esa
manera pudieran impedir su cierre. La empresa avisa apagando y encendiendo la
luz, pero es inútil. La tensión la rompe García Sanchíz que, indignado,
exclama: “¡¡Muy bien, que apaguen, al fin y al cabo esto es lo que conviene a
una cámara mortuoria. Pero no olviden que al matar al Teatro Apolo se da un
golpe a lo más puro, vigoroso y característico del arte escénico madrileño!!
¡¡¡Asesinos!!!”:
Casi todos los teatros han pasado por el inevitable ciclo
de la vida: han nacido, han crecido y... han cerrado, que viene a ser lo mismo
que morir. Algunos han cerrado dos o tres veces. Varios, casi todos, han pasado
por la terrible prueba del fuego y han tenido que cerrar. Las gentes lo han
sentido porque un teatro es como un ser vivo. Bien cerca tenemos los ejemplos
del Liceo o de La Fenice
veneciano. Pero nada comparado con lo de Apolo, porque Apolo era algo especial
para Madrid. Puede que haya sido el teatro más querido de Madrid, por encima de
todos los demás, incluido el aristocrático Teatro Real.
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