Hil.
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¡Vaya tarde de conciertos!, don Sebastián.
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Sebas,
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¿Buena?
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Hil,
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¡Buenísima!
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Sebas.
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Noto cierta ironía en sus palabras. Y, conociéndole, me
temo lo peor.
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Hil.
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Va usted por buen camino.
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Sebas.
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Cuente, cuente.
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Hil.
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Allá voy. El viernes tarde fui al variopinto concierto con
que la escuela de música donde estudian mis sobrinas-nietas, da por concluido
el curso académico.
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Sebas.
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Ya. Uno de esos actos destinados a mostrar a las familias
el progreso estudiantil de sus niños.
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Hil.
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Digámoslo así. Aunque también es un momento para que
padres y demás suelten la lagrimita al ver el pedazo de artista que lleva
dentro su niño. Un concierto que sirve también para justificar la inversión
económica que supone estudiar música. Un acto para presumir ante parientes y
amigos, para hacer fotos o películas con toda clase de artilugios
tecnológicos: cámaras, tabletas, móviles … Un acto, también, para mostrar que
la mayoría de los asistentes no sabe comportarse adecuadamente en un
concierto.
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Sebas.
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Usted, siempre tan exigente.
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Hil.
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Pues claro, como debe ser. En un concierto, lo más
importante es la música. Es como la botica: en una medicina, lo importante es
el principio activo, lo que cura; no si tiene forma de corazón o de rosa de
pitiminí.
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Sebas.
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De acuerdo, dejémoslo ahí. ¿Qué
tal el concierto?
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Hil.
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Largo, muy largo. Casi como una
ópera de Wagner.
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Sebas.
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Normal. En estas ocasiones
tienen que intervenir todos los estudiantes, al margen de su nivel. Pero,
¿qué tal sus niñas?
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Hil.
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Estupendas. Las mejores.
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Sebas.
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Claro. ¡Qué va a decir su
tío-abuelo!
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Hil.
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No, don Sebastián, no. Ya me
conoce usted y sabe que en ciertas cuestiones procuro ser tan exigente como
ecuánime, aunque llegado el caso pueda ser muy diplomático.
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Sebas.
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Lo sé.
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Hil.
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Como le digo. ¡Excelente! Se
portaron como debe ser; esperaron su turno escuchando con atención a sus
compañeros de escuela, en lugar de andar correteando de un lado a otro por el
salón, ante la mirada ciega de sus padres … Y cuando tocaron … ¡Ah, don Sebastián!
¡Me acordé de usted! ¡Seguro que hubiera disfrutado! ¡Qué podría decirle!
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Sebas.
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Diga, diga … Ya sabe usted que
recordar es volver a vivir.
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Hil.
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Pues mire. Marina tocó con un
sentido del ritmo increíble. La pieza elegida requiere una mano izquierda
exacta y firme, porque es ella la que construye el edificio sonoro. Y la de
Marina, todavía pequeña y con algún problema para alcanzar intervalos
grandes, es como un reloj: precisa, exacta en la dinámica … casi diría que
implacable, si no fuera porque este adjetivo es poco musical.
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Sebas.
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¿Y Marta?
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Hil.
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Es otro carácter, también muy
musical. Mire usted. Tocó una pieza poco adecuada para este tipo de
conciertos en los que la gente espera cosas melódicas, alegres y resultonas.
A pesar de no ser así, supo sacar de la partitura un colorido dinámico
sorprendente en una estudiante tan joven. Eso demuestra una especial
sensibilidad.
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Sebas.
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Entonces, todo perfecto.
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Hil.
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Exacto. Como le cuento. Ovaciones cerradas para las dos y
felicitaciones de propios y extraños. Pero …
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Sebas.
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Pero, ¿qué?
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Hil.
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Pues lo que usted se imagina.
En estos casos siempre hay algún garbanzo negro.
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Sebas.
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Ya. No todo el mundo tiene las
condiciones de sus niñas, pero no me negará que suelen ponerle mucha
voluntad.
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Hil.
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Si … Mala voluntad. Mire usted,
don Sebastián, cuando a uno le falta afinación, fuelle, dicción y volumen;
cuando no tiene cuadratura, no olida uno al pianista que le acompaña y no
respeta la duración relativa de las notas y los silencios, es mejor que no cante.
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Sebas.
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Bueno, hombre … es una fiesta
de fin de curso.
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Hil.
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¿Fin de curso? Para algunos
debería ser ¡fin de carrera! O sea, que no siga por ese camino. ¿Me puede
usted explicar por qué una jovencita se empeña en cantar una romanza a cuyos
agudos no llega ni por casualidad? ¿Es que no hay canciones adecuadas a sus
posibilidades?
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Sebas.
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Le encuentro a usted un poco
dolido.
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Hil.
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Un poco, sí. Ya sabe que en
cuestiones de música…
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Hil.
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Sea usted un poco
condescendiente, don Hilarión. La gente necesita expansionarse de vez en
cuando, descargar sus tensiones internas, olvidarse de sus problemas de tarde
en tarde. Cada uno lo hace como mejor se le ocurre, utilizando los medios de
que dispone. Recuerde aquello de “también la gente del pueblo tiene su corazoncito”.
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Sebas.
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No me nombre usted al Julián
ese, que bastante mal me lo hizo pasar. Total porque a mí me gustan las hijas
de Eva.
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Hil.
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Lo sé, lo sé … pero ni usted ni
yo estamos ya en edad.
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Sebas.
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Triste pero cierto. Por eso ya
no lo intento, porque sólo hay una cosa peor que el fracaso: el ridículo.
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Un blog para los amantes y amigos de la Zarzuela
Anécdotas, curiosidades, comentarios, efemérides, libros, discos... y algunas consideraciones sobre otras músicas.
martes, 26 de junio de 2012
FIN DE CURSO
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