En recuerdo de Carlos
M. Fernández-Shaw.
Sebas,
|
¿De dónde viene usted?, don Hilarión. Le veo triste y
cabizbajo- ¿Está usted enfermo? ¿Le ocurre algo?.
|
Hil,
|
Nada importante; sólo estoy un poco apagado.
|
Sebas.
|
¿Y no tiene usted en su botica remedios para animarse?
|
Hil.
|
No piense usted que la botica es una tienda de milagros
como creen tantos. Para males como este no hay píldoras, jarabes ni
emplastos. Sólo existen un par de
remedios que todo el mundo conoce y puede aplicar: el tiempo y el apoyo de
quienes te rodean.
Aunque, eso sí, estas medicinas, como todas, hay que
administrarlas con tino; ni puede adelantarse el primero, ni atiborrarle a
uno con el segundo.
|
Sebas.
|
¡Qué misterioso! ¡Qué trascendente! Pero, dígame, ¿de
donde viene? ¿Qué le ocurre.
|
Hil.
|
Vengo de ejercer un deber cívico, de cumplir con una
obligación cristiana, de hacer con un hombre lo que espero que otros hagan
conmigo. Vengo del tanatorio. De dar el último adiós a un amigo.
|
Sebas.
|
Ahora lo entiendo. Triste obligación, desde luego. Y,
dígame, ¿era muy amigo?
|
Hil.
|
Si por amigo entiende usted una persona a la que se
respeta y se quiere, aunque no se esté a diario a su lado; si amigo es quien
se muestra educado, cariñoso y amable siempre, quien le apoya y le ayuda con
discreción sin buscar recompensas o premios, quien alienta sus triunfos y
mitiga sus fracasos, sí lo era.
Si por amigo entiende usted el compañero de
aventuras, juergas y francachelas … no
era el caso.
|
Sebas.
|
¿Y de qué ha muerto?
|
Hil.
|
De una enfermedad tonta, silenciosa y traicionera, que se
oculta y no muestra signos externos, pero que va, poco a poco, implacable,
minando el cuerpo.
|
Sebas.
|
¿Ha sufrido?
|
Hil.
|
Creo que no mucho. Aunque
estaba delicado, en realidad se ha ido en dos o tres días. Sin dolor, sin
angustia. Rodeado de quienes de verdad le querían. Sereno.
|
Sebas.
|
Pues, ¡qué quiere que le diga!
Que lo siento mucho porque una muerte es una muerte y aunque no haya dolor
siempre encoge el corazón, y lo estruja como una esponja para arrancarle unas
gotas de sangre que nunca recuperaremos.
|
Hil.
|
Muchas gracias, don Sebastián.
En momentos como este, cuanto corren
por el cerebro cientos de imágenes y recuerdos, puñados de preguntas para las
que no hay respuestas, cientos de ideas sensatas o extrañas, se agradecen los
abrazos silenciosos y espontáneos, las miradas profundas a los ojos, y hasta
las manidas fórmulas de cortesía.
|
Sebas.
|
Tiene usted razón.
|
Hil.
|
Y cuando, en medio de tanta
gente, tiene uno un momento de soledad, se queda mirando al muerto rodeado de
flores, inmóvil, con la cara encerada y las manos cruzadas sobre el pecho. Y
uno se pregunta: ¿pasará algo por esa cabeza? ¿Sabrá quien le mira desde el oro lado del
cristal? ¿Dónde están sus recuerdos, sus sentimientos, sus ideas, sus
vivencias, sus sensaciones …? ¿Se han borrado de un plumazo, para siempre, …
o irán desapareciendo poco a poco, al no existir mente que las evoque?
|
Sebas.
|
Está usted muy filosófico, don
Hilarión. ¿Quiere que mande que le preparen una tisana?
|
Hil.
|
No se preocupe. Se lo
agradezco. Perdóneme, pero he perdido a un amigo. Déjeme que le diga una
última cosa.
Mire usted, don Sebastián. A
pesar de ser medio del gremio, yo no sé si cuando un médico ve el corazón de
un muerto, puede encontrar en él las huellas del dolor y del sufrimiento. Si
es así, creo que en el de mi amigo debía haber algún surco muy profundo.
|
Sebas.
|
Seguramente. Como en el de
todos nosotros. ¿Quién no ha sufrido en su vida la pérdida de un ser querido,
un importante fracaso profesional, la deslealtad de un amigo, un desamor …?
|
Hil.
|
Sí, sí. claro. Estoy de
acuerdo. Pero tengo la impresión de que las huellas del corazón son más
indelebles cuanto más bondadoso y delicado es quien las sufre. Y mi amigo era
una buena persona.
|
Sebas.
|
Y, ¿cómo se llamaba?
|
Hil.
|
Carlos, Carlos Manuel más
exactamente. Aunque para mí siempre era don Carlos.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario