En ocasiones, los
libretistas recurren a términos propios del oficio de músicos para dar una
muestra humorística de su ingenio y habilidad. En la zarzuela de Gerónimo
Giménez y Manuel Nieto El barbero de
Sevilla, Guillermo Perrín y Miguel de Palacios, sus autores literarios,
cuando el maestro de música César Bataglia es despedido por don Nicolás, padre
de Elena, que no quiere que su hija se dedique a la ópera, hacen decir al pobre
músico:
“Está
bien, don Nicolás. Respeto su determinación y me retiro con la música, pero
antes óigame usted. Arrebatándome esa discípula, me lanza usted a un nocturno entero de melancolía. Mi vida
era antes, con la esperanza de su debut, un allegro
vivace en tempo di jota alegre,
un paso doble animato hacia la
gloria, pero usted me aprieta los pedales,
don Nicolás, me apaga el sonido y yo me marcho de esta casa a tempo di marcha fúnebre y diciéndole, piano, pianisimo, que abusa usted
demasiado de la dominante en la clave de su Fa–milia y me retiro. No
quiero ser la nota discordante en el concierto de este matrimonio. Hago un
silencio y finale.”
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