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miércoles, 18 de julio de 2012

TIRAR LA PIEDRA ...


 
Filosofías de barbero.

 
Vengo dándole vueltas desde hace días, a la idea de poner sobre el papel, aunque sea electrónico, algunas reflexiones sobre quienes se dedican a tirar la piedra y esconder la mano, a crear y difundir rumores, sin ofrecer dato alguno contrastable que avale y sostenga su denuncia.

Como suele ocurrir, en cuanto me aíslo lo suficiente, las ideas se amontonan en el cerebro, yendo y viniendo de una neurona a otra, reclamando atención y buscando salida. El ejercicio de pensar no es fácil. Tampoco lo es el de ordenar las ideas, desechando las inútiles. O, cuando menos, las que no responden a un razonamiento lógico.

El rumor cumple con el ciclo básico que afecta a todo lo que nos rodea y a nosotros mismos: nace, crece, se desarrolla y muere. Nada ni nadie escapa a este proceso.

Como casi todo, no es en sí mismo ni bueno, ni malo; depende de varias circunstancias: de su origen, del uso que de él se haga, de quién lo difunda, de sus consecuencias …

Surge de muy variadas fuentes: una información inexacta, una frase mal entendida, una idea creada ex profeso, una palabra sacada de su contexto … Este nacimiento, como todos, requiere un origen, auque es característica permanente del rumor que el padre no sea conocido. La sociedad admite esta ausencia de paternidad y en muchos casos la fomenta identificando al progenitor como “fuente de toda confianza”, “amigo bien relacionado”, “de buena tinta”, “experto”, “conocedor” … Todo un mundo, anónimo, de posibilidades.

Su difusión suele ser rapidísima y se vale de todos los medios: el boca a boca, las tribunas de oradores, la prensa, la radio, la televisión… La tribuna política tiene un efecto grandioso, inmediato y brutal; el medio de comunicación aporta fiabilidad y acelera su distribución: a la prensa le damos una credibilidad que no siempre tiene ni merece. El más íntimo es el boca a boca, especialmente cuando se sirve acompañado de una buena dosis de morbosidad, confidencialidad y misterio.

El desarrollo del rumor es exponencial. Apenas ha nacido, van añadiéndosele datos, a veces tan falsos como él mismo. Enseguida surgen variantes e incluso nuevos rumores que se alejan del original. Es habitual que el rumor de un lío de faldas entre un político de postín y una bella dama de fortuna, genere otro rumor según el cual la oposición también los tiene o los tuvo. El desarrollo del chisme no requiere el concurso de nadie concreto. Cualquiera, voluntaria y espontáneamente, puede contribuir con su propia aportación. Y no hay límite: lo mismo vale contárselo a un sólo amigo que publicarlo en la primera plana de una cadena de periódicos.

Su muerte, por último, tampoco necesita el apoyo de nadie; muere en cuanto la sociedad deja de alimentarle; en cuando pasa de moda. A los pocos instantes del nacimiento de otro rumor, de la misma o de otra naturaleza.

Amparándose en la impunidad del anonimato, hay quien se dedica a fabricar rumores con toda clase de intenciones, desde la más inocente (quizá solo pasar un buen rato con los amigos) hasta la más aviesa (destruir la reputación de un hombre o derrocar a quien ejerce el poder). Caben toda clase de variedades:

  • Provocar y así conocer la reacción de las gentes (esta es la base de algunas encuestas),
  • Obtener beneficio económico inmediato (se sugiere un cataclismo y los supermercados se vacían),
  • Desviar la atención de la comunidad (mientras se habla de gastos superfluos de servidores públicos, tenemos menos tiempo para analizar su política),
  • Excitar la morbosidad de la plebe (un buen “escándalo” erótico es un excelente argumento publicitario).
  • Desprestigiar a alguien o a algo.

Todas estas clases pretenden convertirse en algo serio y con carta de naturaleza propia, hasta el punto de que se ha inventado una seudociencia a la que damos el nombre de “rumorología”. ¡El colmo! ¡Hacer pasar por ciencia el estudio de la mentira! Un rumor suele ser una mentira, sin consecuencias para el que la difunde.

Del rumor nunca se descubre al responsable. Por ello, queda sin castigo. Las sospecha de quien puede ser su autor primero, su verdadero padre, termina concentrada en otro rumor, con lo que un círculo encierra a otro círculo. No falta. incluso, quien alquila la paternidad y encarga a otro la concepción y el nacimiento del rumor. La sociedad no sabe protegerse de estos individuos que la dañan y no la benefician. No se castiga su origen ni su difusión.

Algo habrá que hacer porque la “rumurología” aumenta tanto como nuestra permisividad. Habrá que buscar líneas de investigación si de verdad queremos encontrarlas. Hace unos años, un hombre podía negar su paternidad biológica; hoy, con la prueba del ADN …  gana la verdad. Aunque duela.

Siempre es más noble denunciar con datos, dar la cara, pero, claro, si pones la cara, te la pueden partir, incluso por vía penal.

A veces pienso si al rumor también le será aplicable, como a la energía, eso de que ni se crea ni se destruye, de que solamente se transforma.


Lamparilla


(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).

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