Filosofías de barbero.
Vengo dándole vueltas desde hace
días, a la idea de poner sobre el papel, aunque sea electrónico, algunas
reflexiones sobre quienes se dedican a tirar la piedra y esconder la mano, a
crear y difundir rumores, sin ofrecer dato alguno contrastable que avale y
sostenga su denuncia.
Como suele ocurrir, en cuanto me
aíslo lo suficiente, las ideas se amontonan en el cerebro, yendo y viniendo de
una neurona a otra, reclamando atención y buscando salida. El ejercicio de
pensar no es fácil. Tampoco lo es el de ordenar las ideas, desechando las
inútiles. O, cuando menos, las que no responden a un razonamiento lógico.
El rumor cumple con el ciclo
básico que afecta a todo lo que nos rodea y a nosotros mismos: nace, crece, se
desarrolla y muere. Nada ni nadie escapa a este proceso.
Como casi todo, no es en sí mismo
ni bueno, ni malo; depende de varias circunstancias: de su origen, del uso que
de él se haga, de quién lo difunda, de sus consecuencias …
Surge de muy variadas fuentes:
una información inexacta, una frase mal entendida, una idea creada ex profeso,
una palabra sacada de su contexto … Este nacimiento, como todos, requiere un
origen, auque es característica permanente del rumor que el padre no sea
conocido. La sociedad admite esta ausencia de paternidad y en muchos casos la
fomenta identificando al progenitor como “fuente de toda confianza”, “amigo
bien relacionado”, “de buena tinta”, “experto”, “conocedor” … Todo un mundo,
anónimo, de posibilidades.
Su difusión suele ser rapidísima
y se vale de todos los medios: el boca a boca, las tribunas de oradores, la
prensa, la radio, la televisión… La tribuna política tiene un efecto grandioso,
inmediato y brutal; el medio de comunicación aporta fiabilidad y acelera su distribución:
a la prensa le damos una credibilidad que no siempre tiene ni merece. El más
íntimo es el boca a boca, especialmente cuando se sirve acompañado de una buena
dosis de morbosidad, confidencialidad y misterio.
El desarrollo del rumor es
exponencial. Apenas ha nacido, van añadiéndosele datos, a veces tan falsos como
él mismo. Enseguida surgen variantes e incluso nuevos rumores que se alejan del
original. Es habitual que el rumor de un lío de faldas entre un político de
postín y una bella dama de fortuna, genere otro rumor según el cual la
oposición también los tiene o los tuvo. El desarrollo del chisme no requiere el
concurso de nadie concreto. Cualquiera, voluntaria y espontáneamente, puede
contribuir con su propia aportación. Y no hay límite: lo mismo vale contárselo
a un sólo amigo que publicarlo en la primera plana de una cadena de periódicos.
Su muerte, por último, tampoco
necesita el apoyo de nadie; muere en cuanto la sociedad deja de alimentarle; en
cuando pasa de moda. A los pocos instantes del nacimiento de otro rumor, de la
misma o de otra naturaleza.
Amparándose en la impunidad del
anonimato, hay quien se dedica a fabricar rumores con toda clase de
intenciones, desde la más inocente (quizá solo pasar un buen rato con los
amigos) hasta la más aviesa (destruir la reputación de un hombre o derrocar a
quien ejerce el poder). Caben toda clase de variedades:
- Provocar y así conocer la reacción de las gentes (esta es la base de algunas encuestas),
- Obtener beneficio económico inmediato (se sugiere un cataclismo y los supermercados se vacían),
- Desviar la atención de la comunidad (mientras se habla de gastos superfluos de servidores públicos, tenemos menos tiempo para analizar su política),
- Excitar la morbosidad de la plebe (un buen “escándalo” erótico es un excelente argumento publicitario).
- Desprestigiar a alguien o a algo.
Todas estas clases pretenden
convertirse en algo serio y con carta de naturaleza propia, hasta el punto de
que se ha inventado una seudociencia a la que damos el nombre de “rumorología”.
¡El colmo! ¡Hacer pasar por ciencia el estudio de la mentira! Un rumor suele
ser una mentira, sin consecuencias para el que la difunde.
Del rumor nunca se descubre al
responsable. Por ello, queda sin castigo. Las sospecha de quien puede ser su autor
primero, su verdadero padre, termina concentrada en otro rumor, con lo que un
círculo encierra a otro círculo. No falta. incluso, quien alquila la paternidad
y encarga a otro la concepción y el nacimiento del rumor. La sociedad no sabe
protegerse de estos individuos que la dañan y no la benefician. No se castiga
su origen ni su difusión.
Algo habrá que hacer porque la
“rumurología” aumenta tanto como nuestra permisividad. Habrá que buscar líneas
de investigación si de verdad queremos encontrarlas. Hace unos años, un hombre
podía negar su paternidad biológica; hoy, con la prueba del ADN … gana la verdad. Aunque duela.
Siempre es más noble denunciar
con datos, dar la cara, pero, claro, si pones la cara, te la pueden partir,
incluso por vía penal.
A veces pienso si al rumor
también le será aplicable, como a la energía, eso de que ni se crea ni se
destruye, de que solamente se transforma.
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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