Filosofías de barbero.
Ayer compré un disco que me
interesaba y del que había oído hablar bastante bien. Fui a un gran almacén,
cuyo nombre no voy a decir para no hacerle publicidad, aunque en mi ciudad es
uno de los pocos sitios donde todavía se pueden comprar grabaciones de música
clásica, óperas, zarzuelas ... Todos los demás han ido desapareciendo por la
crisis, aunque no sé muy bien cuál de ellas, la música clásica, y sobre todo la
zarzuela llevan ya unas cuantas crisis encima.
Localicé el CD en cuestión y al
marcharme encontré una novedad: han desaparecido la mitad de las cajas, con sus
correspondientes empleados. Ocupan su lugar unas máquinas en las que uno tiene
que hacer el trabajo: pasar el código de barras del artículo que se lleva
delante de la pantalla de lectura, esa que recuerda a los infrarrojos de una
película de espías (por cierto, en las películas de espías, los infrarrojos,
siempre se ven), introducir la tarjeta de crédito o el dinero. siguiendo las
instrucciones del aparato, coger una bolsa de plástico de un recipiente que se
abre automáticamente después de que se ha pagado, y marcharse con lo que ha
comprado. ¡Ya no está aquella guapa cajera que al darnos las gracias con su
agradable voz y su cálida sonrisa, endulzaba el precio de nuestra compra! ¿Qué
será de ella? ¡La hemos perdido!
Dejé la caja automática un pelín
molesto, casi cabreado, porque estas innovaciones no me gustan del todo. Eso de
tener que hacer yo el trabajo por el que pago no me cuadra; es como si en un
restaurante tuviera que hacerme la comida o fregar los platos. Pero no hay otra
solución. Este gran almacén, funciona así porque se lo han permitido, a pesar
de la desaparición de cuatro o cinco puestos de trabajo.
La cosa empeora si el disco, o lo
que sea, quiere usted regalárselo a un amigo, a un sobrino, a la novia o a la
vecina del quinto. Entonces, usted –lo ha entendido bien: usted– tiene que
hacer el trabajo de envolvérselo en un papel más presentable que una vulgar
bolsa de plástico. ¡Tampoco hay ya empleado que se lo envuelva! ¡Me han dicho
que en algún otro establecimiento, además hay que pagar el papel que uno
utiliza! ¡El colmo! ¡Como si antes no lo pagáramos con el precio del artículo!
En fin, me controlé porque de lo
contrario me hubiera subido la tensión dos o tres puntos y cuando esto ocurre,
o me da algo o doy a alguien.
Salí de la tienda y lo primero
que hice fue buscar un punto de reciclaje y tirar la bolsa de plástico del gran
almacén al contenedor correspondiente. Me niego a hacerle publicidad paseando
su bolsita por donde voy. ¡Encima!
Con el disco en la mano me di
cuenta de que en su elaboración habían intervenido varias entidades: un
ministerio, la comunidad autónoma, una conocida entidad pública relacionada con
la cultura y una empresa privada de renombre cuya relación con la música se
basa en que sus teléfonos móviles cada día molestan más en los conciertos.
Como soy de reacciones rápidas y
viscerales, enseguida me dije: Estas entidades han colaborado económicamente
para hacer este disco, y yo he pagado lo mismo por él que por otro que no tiene
ayuda alguna. ¿Por qué? Salvo la empresa de comunicaciones, el resto son
entidades públicas, es decir, el dinero que han puesto ¡es mi dinero! ¿No
debería tener yo algún beneficio?
Respiré hondo, me sosegué un poco
y reanudé el camino porque deseaba escuchar el disco. Pero no puede evitar
plantearme algunas preguntas: ¿Qué clase de ayuda ha recibido la editora del
disco? ¿La ha cobrado de verdad o fue una promesa que no se materializará?
¿Cuánto dinero? ¿A cambio de qué: de imprimir el logotipo del que paga en la
contraportada; a cambio de un número de ejemplares del disco destinado a
bibliotecas públicas o entidades culturales? ¿Han cobrado más los artistas y
los técnicos, o se lo ha embolsado todo el productor? ¿Se podría bajar algo el
precio de venta al público? ¿Son ayudas
a fondo perdido? ¿Revierte ese dinero en la sociedad de alguna manera tangible
y mensurable? ¿Por qué este disco y no otro? ¿Cuántos empleados públicos, que pagamos
entre todos, hay que mantener para gestionar este gasto y otros parecidos?
Son muchas preguntas, lo sé. Y no
me hice más porque enseguida llegué a casa. Les parecerá una estupidez que las
plantee, pero no olviden que se trata de nuestro dinero, del que sale (mejor
dicho, del que nos sacan), de nuestros impuestos. Y tenemos derecho a conocer
cómo se emplea, sobre todo el que procede de la administración pública.
Respecto a la compañía privada, la cosa es distinta, aunque si las tarifas que
cobra están tuteladas por el gobierno ...
Algún lector me dirá: ¡Usted lo
que quiere es fiscalizarlo todo! Y le respondo: No, señor. Sólo lo mío.
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
Bravo!. No puedo estar mas de acuerdo con tus reflexiones Lamparilla. Lo próximo que nos queda es que nos dejen en la tienda para barrelar, reponer lo que falta en las estanterías o hacer inventario. Fijate que sencillo sería bajar el número de parados dando estos puestos de trabajo. Pero siempre diré que la culpa es nuestra: si no hicíesemos todo eso (o mejor, no comprásemos en esos establecimientos) esto no pasaría. Y tienes toda la razón, en cierta tienda enorme de jueguetes te cobran a 0,50 euros por metro del papel de regalo. Que será lo próximo ¿el celo?.
ResponderEliminarDe nuevo, enhorabuena.