Hil.
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¿Se ha enterado usted, don Sebastián?
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Seb.
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¿De qué?
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Hil.
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¡De qué va a ser! Del último escándalo.
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Seb.
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¿Escándalo! ¿Qué clase de escándalo? ¿Político!
¿Financiero? ¿Alguien que cobra dos o tres sueldos sin darse cuenta? ¿Alguno
que pide la piedad y la clemencia que él no tuvo para otros? Afine usted un
poco, don Hilarión. O estaremos hablando toda la tarde sin aclararnos.
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Hil.
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Vamos a ver, don Sebastián. Me estoy refiriendo al
escándalo de la pintura del Ecce Homo.
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Seb.
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Perdone, don
Hilarión. No estoy al tanto. He estado unos días de vacaciones y ya sabe usted que, en tales
circunstancias, procuro olvidarme de todo. Ni siquiera leo los periódicos.
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Hil.
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Le pongo al
corriente. En la iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia, de un
pueblo de Zaragoza llamado Borja había una pintura al fresco de un Ecce Homo,
muy deteriorada por el paso del tiempo. Pues bien, una buena y anciana vecina
del lugar, llamada Cecilia Gómez, con la mejor intención, se ofreció a
restaurarlo. La señora es aficionada a la pintura, el pueblo entero lo sabe,
y a la vista de todos empezó el trabajo.
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Seb.
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¿Y qué tiene
eso de escandaloso?
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Hil.
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La
intención nada. El
resultado todo. La pintura ha quedado hecha un desastre, irreconocible. La
buena voluntad de la pintora ha dejado el retrato hecho un Cristo, si me
permite la expresión, o por emplear una frase que viene al pelo, “hecho un
eccehomo”.
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Seb.
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Y se ha armado
el escándalo.
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Hil.
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No puede usted
imaginarse de qué calibre. La noticia ha saltado a los periódicos, la radio y
la televisión. Incluso la prensa extranjera se ha hecho eco del suceso. Las
redes sociales la han distribuido en cuestión de minutos por todo el mundo y
el asunto ha alcanzado una extraordinaria notoriedad.
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Seb.
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¿Y que opina el
personal?
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Hil.
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Pues, como
siempre en estos casos, hay de todo: gentes a favor que defienden la buena
intención de la mujer; gentes en contra que aprovechan para meterse con el
cura, el alcalde, el gobierno, Bellas Artes …, por no proteger y cuidad
adecuadamente del patrimonio. La mayoría no tenía la menor idea de que en un
pueblecito zaragozano tuviéramos un retrato tan valioso, pero hay quien
aprovecha cualquier excusa para hacerse notas y ponerse en contra de … de quien sea.
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Seb
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Y seguro que
alguno del pueblo ha visto el negocio, pues esto moverá el turismo, sin duda
alguna.
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Hil
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No hable usted
en futuro, don Sebastián. ¡Ya han pasado por la iglesia millares, armados con
su cámara de fotos para retratarse junto al esperpento, sin mostrar el más
mínimo respeto por el lugar sagrado en el que están.
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Seb.
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Bueno, ¿y usted
que opina?
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Hil.
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A mí me parece
mal. No basta con buenos propósitos. Para cosas como esta hay que saber lo
que se hace, de lo contrario pueden ocurrir auténticas catástrofes
artísticas.
Don Sebastián,
este escándalo veraniego me ha dado qué pensar. Si se ha armado tan mayúscula
algarabía por la restauración equivocada de una pintura, ¿por qué no sucede
lo mismo cuando un director teatral destroza una zazuela, “actualizándola”,
como suelen decir?
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Seb.
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Hombre, don
Hilarión. Usted sabe que en este asunto estoy de su parte, pero puede que no
sea lo mismo.
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Hil.
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¡Claro que no
es lo mismo! ¡Es peor! Porque en las “actualizaciones” de las zarzuelas hay
in-ten-ción. Se altera el lugar de la acción, llevándola a sitios extraños a
la idea original del autor; se introducen fragmentos musicales de otras
zarzuelas porque al director le parece bien; se modifica el vestuario
sacándolo de contexto…
¡Eso es un
crimen artístico! ¡Y no pasa nada! ¡Incluso hay quien lo aplaude y lo
fomenta!
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Seb
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Mire usted.
Creo que no es lo mismo porque el destrozo del retrato quizá sea
irreversible. Por lo menos será duradero. Sin embargo, una zarzuela
“arreglada”, por suerte, no suele durar más allá de algunas representaciones.
La obra original queda intacta y cualquier director sensato puede ponerla en
escena como Dios manda.
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Hil
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De todos modos
yo sigo sin entenderlo. Si los argumentos de las zarzuelas son ficticios y,
por lo tanto, fantásticos, ¿por qué alterarlos? ¿Quién le ha dicho a esos
directores que el autor aceptaría esos cambios?
Además, algunos
de los que se dedican a esto se convierten en adaptadores y cobran derechos
de autor. ¡Tiene bemoles!
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Seb.
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¿Entiende usted
por qué le decía antes que lo de la pintura y lo de la zarzuela pudiera no
ser lo mismo?
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Hil.
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¡Qué fino es
usted, don Sebastián?
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Seb.
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¡Comerciante!
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