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lunes, 3 de septiembre de 2012

ECCE HOMO.



La pintura antes y después  


           








 













Hil.
¿Se ha enterado usted, don Sebastián?

Seb.
¿De qué?

Hil.
¡De qué va a ser! Del último escándalo.

Seb.
¿Escándalo! ¿Qué clase de escándalo? ¿Político! ¿Financiero? ¿Alguien que cobra dos o tres sueldos sin darse cuenta? ¿Alguno que pide la piedad y la clemencia que él no tuvo para otros? Afine usted un poco, don Hilarión. O estaremos hablando toda la tarde sin aclararnos.

Hil.
Vamos a ver, don Sebastián. Me estoy refiriendo al escándalo de la pintura del Ecce Homo.

Seb.
Perdone, don Hilarión. No estoy al tanto. He estado unos días de vacaciones y ya sabe usted que, en tales circunstancias, procuro olvidarme de todo. Ni siquiera leo los periódicos.

Hil.
Le pongo al corriente. En la iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia, de un pueblo de Zaragoza llamado Borja había una pintura al fresco de un Ecce Homo, muy deteriorada por el paso del tiempo. Pues bien, una buena y anciana vecina del lugar, llamada Cecilia Gómez, con la mejor intención, se ofreció a restaurarlo. La señora es aficionada a la pintura, el pueblo entero lo sabe, y a la vista de todos empezó el trabajo.

Seb.
¿Y qué tiene eso de escandaloso?

Hil.
La intención nada. El resultado todo. La pintura ha quedado hecha un desastre, irreconocible. La buena voluntad de la pintora ha dejado el retrato hecho un Cristo, si me permite la expresión, o por emplear una frase que viene al pelo, “hecho un eccehomo”.

Seb.
Y se ha armado el escándalo.

Hil.
No puede usted imaginarse de qué calibre. La noticia ha saltado a los periódicos, la radio y la televisión. Incluso la prensa extranjera se ha hecho eco del suceso. Las redes sociales la han distribuido en cuestión de minutos por todo el mundo y el asunto ha alcanzado una extraordinaria notoriedad.

Seb.
¿Y que opina el personal?

Hil.
Pues, como siempre en estos casos, hay de todo: gentes a favor que defienden la buena intención de la mujer; gentes en contra que aprovechan para meterse con el cura, el alcalde, el gobierno, Bellas Artes …, por no proteger y cuidad adecuadamente del patrimonio. La mayoría no tenía la menor idea de que en un pueblecito zaragozano tuviéramos un retrato tan valioso, pero hay quien aprovecha cualquier excusa para hacerse notas y ponerse en contra de …  de quien sea.

Seb
Y seguro que alguno del pueblo ha visto el negocio, pues esto moverá el turismo, sin duda alguna.

Hil
No hable usted en futuro, don Sebastián. ¡Ya han pasado por la iglesia millares, armados con su cámara de fotos para retratarse junto al esperpento, sin mostrar el más mínimo respeto por el lugar sagrado en el que están.

Seb.
Bueno, ¿y usted que opina?

Hil.
A mí me parece mal. No basta con buenos propósitos. Para cosas como esta hay que saber lo que se hace, de lo contrario pueden ocurrir auténticas catástrofes artísticas.

Don Sebastián, este escándalo veraniego me ha dado qué pensar. Si se ha armado tan mayúscula algarabía por la restauración equivocada de una pintura, ¿por qué no sucede lo mismo cuando un director teatral destroza una zazuela, “actualizándola”, como suelen decir?

Seb.
Hombre, don Hilarión. Usted sabe que en este asunto estoy de su parte, pero puede que no sea lo mismo.

Hil.
¡Claro que no es lo mismo! ¡Es peor! Porque en las “actualizaciones” de las zarzuelas hay in-ten-ción. Se altera el lugar de la acción, llevándola a sitios extraños a la idea original del autor; se introducen fragmentos musicales de otras zarzuelas porque al director le parece bien; se modifica el vestuario sacándolo de contexto…

¡Eso es un crimen artístico! ¡Y no pasa nada! ¡Incluso hay quien lo aplaude y lo fomenta!

Seb
Mire usted. Creo que no es lo mismo porque el destrozo del retrato quizá sea irreversible. Por lo menos será duradero. Sin embargo, una zarzuela “arreglada”, por suerte, no suele durar más allá de algunas representaciones. La obra original queda intacta y cualquier director sensato puede ponerla en escena como Dios manda.

Hil
De todos modos yo sigo sin entenderlo. Si los argumentos de las zarzuelas son ficticios y, por lo tanto, fantásticos, ¿por qué alterarlos? ¿Quién le ha dicho a esos directores que el autor aceptaría esos cambios?

Además, algunos de los que se dedican a esto se convierten en adaptadores y cobran derechos de autor. ¡Tiene bemoles!

Seb.
¿Entiende usted por qué le decía antes que lo de la pintura y lo de la zarzuela pudiera no ser lo mismo?

Hil.
¡Qué fino es usted, don Sebastián?

Seb.
¡Comerciante!
 
           









































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