Parece que Francisco
Alonso era un hombre bondadoso. Su bondad era conocida y de ella abusaban
algunos. Ángel Laborda
escribió lo siguiente: “Alonso contaba cómo una vez en la portería de su casa
encontró unas gafas con una nota que decía: “Maestro, perdóneme por dejarle
estas gafas rotas, que son de mi madre y yo no puedo mandar a arreglar. Si
puede usted hacerlo muchas gracias”. A los pocos días las gafas que Alonso había mandado reparar, fueron
recogidas en la misma portería.
Comentado el suceso, otras personas le dijeron que les había pasado igual: un
pícaro se había metido a falso óptico y traspasaba a los famosos de la época
los encargos que recogía”.
La picaresca nacional no tiene límites. Lo que sí tiene,
y no se puede negar, es ingenio y originalidad. A veces, este ingenio nos hace
esbozar una sonrisa antes que pedir un castigo para quien, tan descaradamente
abusa de la buena fe de los demás.
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