Hil.
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¡Increíble! ¡Inaudito!
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Seb.
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Pero, ¡hombre de Dios! ¿Qué le ocurre? ¿Qué es lo que le
hace mostrarse tan inquieto, tan impaciente?
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Hil.
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Un descuido inconveniente, una injusticia manifiesta.
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Seb.
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¿Y puede saberse?
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Hil.
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La ausencia de los nombres de los libretistas en los
conciertos y recitales de zarzuela.
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Seb.
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Explíquese, pero, sobre todo, tranquilícese.
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Hil.
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Verá usted. Ayer me invitaron unos buenos amigos a un
recital de zarzuela que ofrecía una notable y conocida soprano y un no menos
popular barítono, cuyos nombres no vienen al caso.
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Seb.
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Sí, estoy al corriente, aunque yo no pude ir por mis
obligaciones. Ya sabe.
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Hil.
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Bien. Llegamos
al teatro y un aséptico acomodador nos indicó nuestras localidades y entregó
el habitual programa de mano a cada uno. Me senté, leí -como si no lo supiera
ya- el nombre de los cantantes y del pianista que les acompañaba y desdoblé
el papel … ¡Ay, don Sebastián!
Nada dije por
no incomodar a mi acompañante, pero inmediatamente sentí una sensación de
rabia e impotencia que me produjo una alteración taquicárdica y la impresión
de que me subían los colores.
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Seb.
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¿Y cuál era la
causa de la alteración cromática de los pigmentos de su piel facial?
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Hil.
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No me tome
usted el pelo, don Sebastián, que lo pasé muy mal. Fue sólo un instante
porque pude dominarme, pero un momento muy incómodo.
¿La causa? La
mísera información del programa de mano sobre lo que se iba a interpretar.
Por ejemplo, ponía esto:
Alonso - La
Calesera - Romanza de tiple.
Sorozábal - La tabernera del puerto - No puede
ser. Tenor.
Moreno Torraba
- Luisa Fernanda - Dúo.
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Seb.
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Ya, lo de casi
siempre. La verdad es que en muchos conciertos y recitales de zarzuela no se
dan más detalles.
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Hil.
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¡Y es una
vergüenza! Porque, dígame: Alonso… ¿Qué Alonso? ¿El maestro Francisco Alonso
o ese Fernando Alonso que corre que se las pela en las carreras de coche?
Luisa Fernanda. Dúo:
¿Cuál?
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Seb
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Hombre,
don Hilarión. Usted y la
mayoría de los aficionados ya saben de qué música se trata.
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Hil
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Eso no es
justificación y no hay excusa que valga. Esto es, simplemente, desinterés, y
muestra del descuido con que se organizan alguno espectáculos. Total, como al
final, la gente aplaude igual … y, además, paga.
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Seb.
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Tiene usted
razón, no está bien, pero tampoco es para ponerse al borde del colapso.
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Hil.
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Eso es lo malo,
que el colapso casi me da a mi y no al responsable de tanta abulia y
desvergüenza.
Pero no es todo
¿Y los libretistas! ¿Dónde estaban los nombres de quienes escribieron las letras,
los versos, los diálogos?
Yo se lo digo,
don Sebastián: ¡en el fondo del negro cajón del olvido!
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Seb.
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Es verdad, Ahí
tiene usted toda la razón. Casi nunca aparecen los libretistas en los
programas de mano. Supongo que será por no alargar el título de las piezas, o
porque consideren que lo importante es la música y su autor. No creo que haya
mala intención, es una costumbre.
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Hil.
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Una costumbre
mala. Mire usted, lo de la longitud del título se puede reducir acortándolo,
como se hace en otros casos.
Es una mala
costumbre que afecta sólo a la zarzuela. Si se anuncia el “Monólogo de
Segismundo, de La vida es sueño, de
Calderón de la Barca”,
o la “Escena del sofá, de Don Juan
Tenorio, de José Zorrilla”, ¿por qué nos resulta tan largo decir “Coro de
doctores, de El rey que rabió, de
Ramos Carrión, Vital Aza y Chapí” o “Dúo de Francisquita y Fernando, de Doña Francisquita, de Romero,
Fernández-Shaw y Vives”
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Seb
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Pues es verdad.
Pensándolo bien …
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Hil
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En cuanto a que
es más importante la música … ¡Esa si que es gorda! ¡Y me extraña oírselo
decir! Usted sabe que la zarzuela es la combinación de texto y música. Hasta
los derechos de autor los cobran a partes iguales.
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Seb.
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Perdone, don
Hilarión. Me parece que sigue usted bajo los efectos del “choc”. No le daba
mi opinión, sino lo que me parece una razón generalizada. Ya se que la
zarzuela es una mezcla de música y declamación; ¡sin libreto no hay zarzuela!
¡y sin canto, tampoco!
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Hil.
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Excuse mi
torpeza. No quise molestarle, ¡ni mucho menos! Pero es que estas cosas me
encienden.
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Seb.
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Ya se ve.
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Hil
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La zarzuela hay
que presentarla con dignidad, con seriedad, con profesionalidad. No se debe
salir a cantar como un zarrapastroso, ni escatimar nada a un auditorio
porque no sea el público exquisito de
la capital; no es de recibo plantear una función en las fiestas de un pueblo
como un bolo rutinario pensando que los oyentes no entienden, o que no habrá
ningún crítico entre el público. No se puede ofrecer un programa de mano sin
la mínima información. Es una muestra de abuso y falta de respeto al público.
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Seb.
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Así debería
ser, desde luego. Pero, estará usted conmigo en que aún nos queda camino por
andar.
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