“Serrano vivía en una casa de
huéspedes, sin poder pagar a la patrona, en espera de que cuajara algo. Ésta,
maternal y comprensiva, aguardó, facilitándole comida y lecho. Y comenzó a
triunfar Serrano en Madrid. Vinieron El
motete, La reina mora, La alegría del batallón, Moros y cristianos, y
tantas zarzuelas más, que le pusieron en la cúspide. La música del maestro
valenciano entusiasmaba a las muchedumbres. Serrano, ya rico y famoso, hombre
de gran cariño, no olvidó a su antigua patrona en la casa de huéspedes, que tan
bien se portó con él. Era ya una viejecita a la que Serrano se llevó a su casa,
rodeándola de atenciones y de comodidades. Lo diría el maestro. Fue como una
nueva madre para él y para su esposa. Y como una abuela para sus hijos. ¡Y en
la casa del maestro murió la tal patrona, rodeada del cariño de Serrano y de
los suyos”.
¡Qué historia tan
enternecedora! Es seguro que la buena mujer nunca pensó que su pupilo pudiera pagarle la deuda en la manera en que
lo hizo. Serrano pudo haber cumplido con
dinero, con la dedicatoria de alguna obra que –quién sabe – hubiera
enorgullecido a la mujer, pero prefirió hacerlo con lo que más vale en este
mundo: con cariño. Con el mismo cariño que él había recibido.
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