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martes, 9 de octubre de 2012

CENTENARIO DE VITAL AZA (1851-1912).





















Hil,
Buenos días, don Sebastián. ¿De dónde viene usted?

Seb.
¿Por qué me pregunta de dónde vengo?

Hil.
Normalmente llega usted por este lado, y hoy aparece por ese otro. Es obvio que no viene usted de su casa, como siempre.

Seb.
Buena deducción. Si no fuera usted boticario, podría ser policía.

Hil.
Déjese usted de bromas, y acláreme la duda.

Seb.
Vengo de la Sociedad de Autores.

Hil.
Y qué se le ha perdido usted allí, Que yo sepa, por ser padre de cinco hijos, no pagan derechos de autor, ¡Ah, si así fuera!.

Seb.
Está usted gracioso, don Hilarión. Vengo de ver una exposición dedicada a uno de los grandes libretistas de nuestra zarzuela y, además, uno de los creadores de lo que hoy es la Sociedad de Autores: el asturiano don Vital Aza.

Hil.
Y ¿qué tal? 

Seb.
Pequeña pero muy interesante. Muestra documentos sobre la creación de la Sociedad, de la que fue primer Presidente, simpáticas fotografías con importantes músicos y libretistas de su tiempo, libretos originales y primera ediciones de algunas partituras de sus más de 60 zarzuelas.

Hil.
Eso está bien. Ya va siendo hora de que se recuerde a los libretistas de nuestra zarzuela. Sin ellos no existiría.

Seb.
Estoy de acuerdo, no faltaba más.

Hil.
Y dígame, don Sebastián, usted que es un pozo de sabiduría, ¿don Vital Aza era médico, verdad?

Seb.
Sí, señor, lo era. Había nacido en Pola de Lena (Asturias) en  1851 y vino a estudiar medicina a Madrid, donde su vocación quedó arrinconada por el mundo mágico del teatro.

Hil.
Salimos ganando con el cambio.

Seb.
Seguramente. Hasa el propio Aza lo reconoció:

Seguí mi nueva carrera
con decisión verdadera.
Hoy soy todo un licenciado
¡y juro que no he matado
un solo enfermo siquiera!
A San Carlos asistía
de ardor y entusiasmo lleno,
y, aunque el tiempo compartía
entre Galeno y Talía,
venció Talía a Galeno.

Hil.
No conocía estos versos autobiográficos, pero si recuerdo aquellos otros, magníficos y críticos con la profesión médica:

Juzgando por los síntomas
que tiene el animal,
bien puede estar hidrófobo,
bien no lo puede estar,
y afirma el gran Hipócrates
que el perro en caso tal
suele ladrar muchísimo
o no suele ladrar.

Seb.
¡Ah!, El célebre Coro de doctores de El rey que rabió. ¡Qué gran número musical, qué ingenio!

Hil.
He leído por ahí que las zarzuelas de esta hombre eran de un fino y elegante humorismo, con intenciones moralizantes no nada por el estilo.

Seb.
Cierto. El libretista asturiano tenía la gracia por arrobas y tal habilidad que se deía de él que hablaba en verso.

Hil.
Otra cosa que hemos perdido, querido amigo. En fin, me hubiera gustado acompañarle a ver la exposición. ¿Cómo no me avisó, don Sebastián?

Seb.

Pues vera usted. Lo pensé, pero no  me atreví porque alguien me dijo que, aunque lo disimulen, entre médicos y boticarios hay sus cosillas.

Hil.
¡Qué va! ¡Habladurías! Lo que pasa es que algunos médicos son como los doctores de El rey que rabió: unos indecisos. Y otros tienen una letra más enrevesada  que el Código Civil. Y luego, ¡hala!, que el boticario la descifre. ¡Hombre …!
 
Seb.
Por cierto, don Hilarión,  Sabía  usted que el padre de Vital Aza era boticario?

Hil.
¡Ahora me explico lo del teatro! … Quiero decir, que no tenía la menor idea.


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