Hil,
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Buenos días, don Sebastián. ¿De dónde viene usted?
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Seb.
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¿Por qué me pregunta de dónde vengo?
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Hil.
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Normalmente llega usted por este lado, y hoy aparece por
ese otro. Es obvio que no viene usted de su casa, como siempre.
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Seb.
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Buena deducción. Si no fuera
usted boticario, podría ser policía.
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Hil.
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Déjese usted de bromas, y
acláreme la duda.
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Seb.
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Vengo de la Sociedad de Autores.
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Hil.
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Y qué se le ha perdido usted
allí, Que yo sepa, por ser padre de cinco hijos, no pagan derechos de autor,
¡Ah, si así fuera!.
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Seb.
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Está usted gracioso, don
Hilarión. Vengo de ver una exposición dedicada a uno de los grandes
libretistas de nuestra zarzuela y, además, uno de los creadores de lo que hoy
es la Sociedad
de Autores: el asturiano don Vital Aza.
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Hil.
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Y ¿qué tal?
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Seb.
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Pequeña pero muy interesante.
Muestra documentos sobre la creación de la Sociedad, de la que fue
primer Presidente, simpáticas fotografías con importantes músicos y
libretistas de su tiempo, libretos originales y primera ediciones de algunas
partituras de sus más de 60 zarzuelas.
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Hil.
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Eso está bien. Ya va siendo
hora de que se recuerde a los libretistas de nuestra zarzuela. Sin ellos no
existiría.
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Seb.
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Estoy de acuerdo, no faltaba
más.
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Hil.
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Y dígame, don Sebastián, usted
que es un pozo de sabiduría, ¿don Vital Aza era médico, verdad?
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Seb.
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Sí, señor, lo era. Había nacido
en Pola de Lena (Asturias) en 1851 y
vino a estudiar medicina a Madrid, donde su vocación quedó arrinconada por el
mundo mágico del teatro.
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Hil.
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Salimos ganando con el cambio.
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Seb.
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Seguramente. Hasa el propio Aza
lo reconoció:
Seguí mi nueva
carrera
con decisión
verdadera.
Hoy soy todo un
licenciado
¡y juro que no he
matado
un solo enfermo
siquiera!
A San Carlos asistía
de ardor y
entusiasmo lleno,
y, aunque el tiempo
compartía
entre Galeno y
Talía,
venció Talía a
Galeno.
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Hil.
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No conocía estos versos
autobiográficos, pero si recuerdo aquellos otros, magníficos y críticos con
la profesión médica:
Juzgando
por los síntomas
que
tiene el animal,
bien
puede estar hidrófobo,
bien
no lo puede estar,
y
afirma el gran Hipócrates
que
el perro en caso tal
suele
ladrar muchísimo
o
no suele ladrar.
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Seb.
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¡Ah!, El célebre Coro de
doctores de El rey que rabió. ¡Qué
gran número musical, qué ingenio!
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Hil.
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He leído por ahí que las
zarzuelas de esta hombre eran de un fino y elegante humorismo, con
intenciones moralizantes no nada por el estilo.
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Seb.
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Cierto. El libretista asturiano
tenía la gracia por arrobas y tal habilidad que se deía de él que hablaba en
verso.
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Hil.
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Otra cosa que hemos perdido,
querido amigo. En fin, me hubiera gustado acompañarle a ver la exposición.
¿Cómo no me avisó, don Sebastián?
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Seb.
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Pues vera usted. Lo pensé, pero
no me atreví porque alguien me dijo que,
aunque lo disimulen, entre médicos y boticarios hay sus cosillas.
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Hil.
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¡Qué va! ¡Habladurías! Lo que
pasa es que algunos médicos son como los doctores de El rey que rabió: unos indecisos. Y otros tienen una letra más
enrevesada que el Código Civil. Y
luego, ¡hala!, que el boticario la descifre. ¡Hombre …!
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Seb.
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Por cierto, don Hilarión, Sabía
usted que el padre de Vital Aza era boticario?
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Hil.
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¡Ahora me explico lo del
teatro! … Quiero decir, que no tenía la menor idea.
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