Filosofías de barbero.
La RAE (Real Academia Española) ha anunciado, con no disimulado contento, la
inclusión de las palabra “tuit”, “tuitero” y “tuitear” en el Diccionario. Está
bien. Uno, en su modestia, es un poco experto en esto de los ordenadores (quizá
pronto podamos decir con la anuencia de la Academia “ordenatas”) y prudente seguidor de las
innovaciones tecnológicas, pero esto no significa que no se sienta crítico con
tan entusiastas comportamientos de quienes abren las puertas de la docta casa de
par en par, dejando que pase cualquier palabra, término, vocablo o expresión
con el simple argumento de que “está en la calle” y es de “uso común”.
Me parece que esta institución ha
de hacer frente a morlacos de muy distinta catadura. Créame usted, amigo
lector, que a un barbero de fama como yo, le pasa lo mismo.¡No puede usted
hacerse idea de cuánta gente distinta se sienta cada día en mi barbería! Y lo
mismo que un torero sabe si debe engañar al bicho por el pitón izquierdo o por
el derecho, o simplemente, darle pasaporte cuanto antes, yo tengo que asear y
rapar a unos y a otros, sin dejarme llevar por credos o simpatías. Porque tanto
suenan los doblones de monárquicos como de republicanos y uno es un
profesional.
La Academia ha tenido fama
de lenta, de tomarse su tiempo antes de aceptar una palabra, o el nuevo
significado de alguna existente. Ahora no,
al contrario; casi cada año nos sorprende con la aceptación de muchos
vocablos que contaminan nuestro lenguaje sin necesidad, sobre todo cuando esta
Academia tiene pendientes tareas importantes sobre nuestro idioma. Por ejemplo,
¿para cuando una revisión uniforme y adecuada de los términos relacionados con
la música?, me preguntaba hace unos días mi amigo el maestro Barbieri, que vino
por casa a que le hiciera la barba y a darme un rato de charla, o a sonsacarme
chismes, que todo puede ser.
Sirva para muestra un par de
botones: pianista: “músico que toca el piano”; violinista: “persona que toca el
violín”. ¿Es que quien toca el violín no es músico? ¿O quien toca el piano no
es persona? Violonchelo: “instrumento musical de cuerda tocado con arco, más grande que la viola y
más pequeño que el contrabajo y con un registro intermedio entre ambos. El
intérprete, que está sentado, lo coloca entre sus piernas para tocarlo”;
contrabajo: “instrumento musical de cuerda tocado con arco, el más grande y el
de sonido más grave entre los de su familia. El intérprete, que está sentado,
lo apoya en el suelo para tocarlo”. Parece que el redactor del “contrabajo” se
ha olvidado de quienes lo tocan habitualmente de pie.
Pero me desvío.
Estábamos en lo de “tuiter”. No acabo de entender muy bien en qué parte del
lema de la Academia
–“limpia, fija y da esplendor”– encaja esto. Ya sé que la institución no puede
imponer ni prohibir, pero tengo la impresión de que “tuitear” supone empobrecer
el lenguaje.
El origen del
invento viene, ¡que curioso!, de su limitación. En este sistema existe una
restricción del número de caracteres para cada mensaje (140) y los diseñadores
se han visto obligados a establecer
otras restricciones para controlar el éxito de su sistema y evitar los abusos
que el mismo puede favorecer. El tamaño máximo de los mensajes hace que sea
necesario comprimirlos todo lo posible. Ahí entra la imaginación de la gente,
su habilidad, su sentido de lo práctico, sus cualidades para solventar
problemas y encarar dificultades llegando al límite de lo prohibido.
El resultado es el
uso de nuevos (y no admitidos) significados de ciertas palabras, de
abreviaturas (q por qué; salu2 por saludos), de vocablos sintetizadores (bss
por besos), de siglas (RM por Real Madrid), de símbolos matemáticos aplicados
al lenguaje (+- por más o menos), eliminación de letras (si la h es muda, para
qué la queremos), ausencia de acentos ortográficos, empleo de nuevos símbolos
(emoticonos) y palabras de otros idiomas, especialmente el inglés (muchas veces
macarrónico).
Algunas de estas
prácticas no son nuevas. Las abreviaturas, por ejemplo, son de uso común hasta
en escritos oficiales desde hace siglos. La Real Academia
Española sabe mucho de esto cuando atiende, simplemente, por RAE.
Todo esta historia
de los “tuiter” lleva a un lenguaje nuevo, para iniciados, críptico, casi una
jerga. Un lenguaje que también hay que aprender, aunque debe ser más sencillo
que el que usaron nuestros grandes escritores. Un lenguaje que empobrece el
nuestro habitual; que puede ser muy útil (¡quién lo duda!), sobre todo para
ahorrar en la factura del teléfono (hasta que las ávidas operadoras empiecen a
cobrar por los mensajes y su extensión; todo llegará).
Una nueva lengua
debe ser usada en su justo grado, no permitiendo que invada y aniquile a otra.
No se trata de excluir nada, sino de emplear cada cosa en su entorno y tiempo
adecuados. La idea debería ser enriquecernos, no empobrecernos, porque, no se
olvide, “twitter” sólo da para un titular, no para un artículo y mucho menos
para un ensayo.
Si a otras cosas de
la vida aplicáramos esta receta del “twitter” sustitutivo, podríamos dejar el Quijote en un par de docenas de folios o
a practicar en los escritos la fuga de vocales.
Bien están las
nuevas tecnologías (que sólo se aplican cuando dan dinero a las
multinacionales); su utilidad es innegable, pero me parece que no estaría de
más controlarlas un poquito. Es necesario embridar este caballo desbocado que
nos lleva, a galope tendido, al borde mismo del precipicio del embrutecimiento.
¿O es esto lo que alguien busca?
Y dj la plm, xq
llga un clnt.
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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