Filosofías de barbero.
Cada vez que hay elecciones en
este país nuestro, o de quien sea, lo cual entre municipales, autonómicas y
generales sucede cada tres días y el de en medio, se suscita el tema del debate
entre los candidatos en la televisión. No se concibe debate si no es en la
tele. ¿Habrá debate? ¿No lo habrá? ¿Estarán de acuerdo los “debatistas” con el
moderador elegido por su probada independencia política? ¿Es bueno para la
democracia o no lo es? ¿Cómo va a desarrollarse? ¿Entre los dos principales
candidatos o entre todos los primeros espadas de las más relevantes partidos?
¿Cuál será la estructura? ¿Habrá turnos de réplica? ¿Se producirán la discusión
y la controversia o cada uno hablará de lo suyo?.
Estas preguntas, y otras muchas
que omito porque un simple barbero no puede abarcar tema de tanta complejidad
en toda su amplitud, se las plantean los centenares de expertos, politólogos,
tertulianos, consejeros, asesores, periodistas, analistas, comunicadores…
Opinan, dan datos y consejos, muestran resultados de encuestas y suponen quién
será el ganador, antes, incluso, de que se decida que va a celebrarse el debate
(cosa que está más que decidida, aunque hata última hora no se diga, porque
unas elecciones sin debate, son menos elecciones).
Desde el punto en que se convocan
las elecciones, anticipadas o en su plazo natural, la sombra del debate
comienza a planear sobre la cabeza de todos los que, de un modo o de otro,
tendrán alguna relación con él.
Los asesores de imagen estudian a
la persona de la que deben potenciar los valores positivos de su exterior y
disimular los defectos. Decidirán cómo habrá de presentarse su candidato: ropa,
gestos, palabras, miradas, pausas, lenguaje corporal, movimiento de manos …
Los escenógrafos pensarán cómo
será el plató en el que se desarrollará el debate; imaginarán formas,
volúmenes, emplazamientos, colores, materiales … todo lo necesario para que el
entorno sea neutral.
Los posibles regidores de TV, de
acuerdo con los correspondientes asesores de imagen y directores de campaña,
determinarán tipo, número y duración de planos, tiros de cámara, enfoques ---
¿Se mostrarán los pies y los calcetines?
Similar actividad y equivalente
responsabilidad tienen los responsables de la iluminación, los técnicos de
sonido, azafatas, responsables del catering (el papeo que no falte) y hasta los
conductores de los vehículos que irán a buscar a los “debatientes”. Ya se sabe
que si un conductor se mete en un atasco, su “debateador” se pondrá nervioso y
verá muy mermada sus posibilidades de ganar el debate.
Todos estos detalles estarán,
durante días, en las antenas de radio, en la prensa de los periódicos y en las
parabólicas de las televisiones.
Por fin, llega el día señalado
¿Cuántos individuos han pasado la noche en vela, incapaces de conciliar el
sueño? Es la hora de la verdad; todo tiene que funcionar perfectamente, con la
exactitud de un reloj suizo. ¡El futuro del país depende del debate!
Tras él. magistralmente llevado
por el moderador, los “debatientes” se dan la mano con olímpica deportividad,
pero algo hay algo muy importante: uno ha ganado, el otro no. Los expertos,
analistas, politólogos, tertulianos, correveidiles y demás no se pondrán de
acuerdo en quién, pero todos dirán que ha ganado uno.
Sin embargo, uno, un simple
fígaro, que se gana la vida afeitando barbas ajenas, atusando cabellos,
eliminando cañones y, en algún caso, ejerciendo de sacamuelas, no acaba de
entender para qué sirve un debate de estos. Uno gana y otro pierde ¿Y qué? ¿Va
a gobernar mejor el del traje azul o el del terno gris? ¿Influirá en la prima
de riesgo que el “debatiente” ganador necesitara más refuerzo del maquillaje
que el otro? ¿Quién va a representar mejor al país en el extranjero, el
barbilampiño o el de pelo en pecho? ¿Quién va a enfrentar mejor los peligros a
que se enfrentará la nación en los próximos años: el que más nos hizo reír o el
que tiene más retranca?-
A un simple rapabarbas como este
maestro del barrio de Lavapiés, lo que le parece necesario es que los candidatos
expongan sus ideas, sus programas, las posibilidades reales de conseguir lo que
ofrecen, la forma en que pretenden conseguir lo prometido, qué van a hacer con
los impuestos, con la economía, con la salud, la cultura, la educación (no son
lo mismo), etc. Sólo los enamorados
ofrecen la luna y sólo las inocentes enamoradas creen que se la darán
A un simple barbero, cansado ya
de dar jabón a clientes de todo tipo y condición, le parece que esto de los
debates es un invento que nos cuesta dinero y que sirve para poco. Y siempre
recuerda la misma historia: En 1934, en un acalorado debate, en el Congreso,
José María Gil Robles habla desde la tribuna de oradores y un adversario
político le increpa:
-
¡Su señoría es de los que todavía llevan los
calzoncillos de seda!.
Carcajada general de sus
correligionarios. Gil Robles aguantó el chaparrón estoicamente y cuando las
risas se calmaron, contestó:
-
No sabía que la esposa de su señoría fuera tan
indiscreta.
Esta vez las risas sonaron en
otro lugar del hemiciclo.
¿Y qué? ¿Alguien puede decirme si
afectó al destino, a la economía, a la situación de los españoles, la chuscada
de uno y de otro? Fíjense ustedes en la importancia del asunto que a estas alturas, no sabemos si los calzoncillos
eran de seda o no. ¡Menuda incógnita histórica! ¿Dónde están los periodistas de
investigación?
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
No hay comentarios:
Publicar un comentario