Filosofías de barbero.
Comprar y vender son caras de la
misma moneda, aunque nuestro Diccionario concede
mucha más importancia a la segunda que a la primera; acciones inexistentes la
una sin la otra, porque sólo se compra lo que se vende. Son conceptos unidos
por un tercero, el precio, sin el cual ninguno de ellos existiría.
En esta nuestra sociedad
mercantilista, hemos convertido prácticamente todo lo que nos rodea en objeto
de transacción.
Casi todo se puede comprar o
vender. Cualquier objeto, terrenos, casas … toda clase de bienes y hasta
propiedades intangibles como los derechos intelectuales. Es posible comprar o
vender, incluso conceptos éticos o morales, como la dignidad, la justicia, el
voto, la “verdad”, la honradez… Se puede comprar hasta la mismísima muerte. La
propia o la ajena.
Pero aún nos queda algo íntimo
que no se puede vender ni comprar: dar la vida, el amor y el odio, la cultura.
Hoy por hoy la vida no se vende.
Quizá sea posible comprar elementos y personas que aumenten las posibilidades
de éxito para crear una nueva vida, pero nadie tiene la certeza de darla a
voluntad. Sí es posible hoy, gracias a los colosales avances de la medicina,
mejorar la calidad de la vida e incluso prolongarla (habría que determinar si
eso de estar enganchado a una máquina que respira por nosotros es vida) pero a
ningún lugar podemos ir a comprar una nueva vida que sustituya a otra precaria
o gastada.
Tampoco el amor puede comprarse.
Ya lo han dicho los filósofos y pensadores: no es amor eso que compramos, por
mucho que empleemos el vocablo habitualmente.
El amor es un sentimiento que se
deposita en una persona, del mismo o de otro sexo, o en un animal o, incluso,
en las cosas que nos rodean. Es algo que se entrega y que se recibe; algo que
nos conforta y alegra. No se agota; si amamos a padres, hijos, esposos y
amigos, nada impide que amemos también a una nueva persona recién llegada a
nuestro círculo más personal. Sin embargo, el amor puede pasar, y pasa, por
etapas de distinta intensidad a lo largo de nuestra vida porque le afectan
nuestras circunstancias y las de los demás. Desde luego, el amor no suele
traducirse en esas situaciones de exagerada excitación emocional que muestra la
literatura y el arte románticos. Es algo más natural, más humano. Tan humano
que puede llegar a perderse.
Mucho se ha pensado y escrito
sobre el amor; menos sobre el odio que es su contrario. Los efectos de uno y
otros sobre nosotros pueden enseñarse y potenciarse, y hay gentes que a ello se
dedican. Hay quien enfoca su vida en eso tan genérico que hemos llamado “amar a
los semejantes” y otros que procuran enseñar a odiar a sus vecinos, a los que
son diferentes, o piensan de otra manera. Sin duda ninguna existe quien
consigue resultados en una y otra actividad. Pero nadie puede comprar en parte
alguna unos gramos de amor o unos centímetros de odio.
Tampoco la cultura puede
comprarse o venderse.
Imagino la cara de sorpresa de
algún lector, pero piénselo desapasionadamente. Podemos comprar los elementos externos
en que se apoya la cultura; podemos adquirir muchos libros o discos, asistir a
numerosas funciones teatrales, ver centenares de películas, pero eso, en sí
mismo, no es cultura.
La cultura es un proceso de
extracción, de asimilación y consolidación de las informaciones contenidas en
los elementos que la soportan. Un proceso selectivo que elimina aquellos
componentes superfluos y que se apoya en el estado de nuestra propio poso
cultural para ampliarlo.
La cultura no es un producto
elaborado, y por lo tanto no se puede comprar. Es algo propio, personal, que
transforma uno mismo utilizando medios de muy distinta naturaleza y la propia
experiencia.
La cultura, como el amor, hay que
cultivarla día a día leyendo nuevas obras, escuchando otras músicas, ampliando
horizontes estéticos, observando cuidadosamente nuestro entorno, afirmando,
gracias a la nueva información, nuestros valores éticos, puliendo y depurando
nuestras convicciones, demasiado radicales cuando se construyeron bajo un único
punto de vista.
Ampliando nuestra cultura siempre
descubriremos algo y aprenderemos más. Y seremos más tolerantes, más
comprensivos.
¿Habrá algún hilo sutil que una
la cultura y el amor?
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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