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lunes, 26 de noviembre de 2012

NO SE PUEDE COMPRAR





Filosofías de barbero.

Comprar y vender son caras de la misma moneda, aunque nuestro Diccionario concede mucha más importancia a la segunda que a la primera; acciones inexistentes la una sin la otra, porque sólo se compra lo que se vende. Son conceptos unidos por un tercero, el precio, sin el cual ninguno de ellos existiría.

En esta nuestra sociedad mercantilista, hemos convertido prácticamente todo lo que nos rodea en objeto de transacción.

Casi todo se puede comprar o vender. Cualquier objeto, terrenos, casas … toda clase de bienes y hasta propiedades intangibles como los derechos intelectuales. Es posible comprar o vender, incluso conceptos éticos o morales, como la dignidad, la justicia, el voto, la “verdad”, la honradez… Se puede comprar hasta la mismísima muerte. La propia o la ajena.

Pero aún nos queda algo íntimo que no se puede vender ni comprar: dar la vida, el amor y el odio, la cultura.

Hoy por hoy la vida no se vende. Quizá sea posible comprar elementos y personas que aumenten las posibilidades de éxito para crear una nueva vida, pero nadie tiene la certeza de darla a voluntad. Sí es posible hoy, gracias a los colosales avances de la medicina, mejorar la calidad de la vida e incluso prolongarla (habría que determinar si eso de estar enganchado a una máquina que respira por nosotros es vida) pero a ningún lugar podemos ir a comprar una nueva vida que sustituya a otra precaria o gastada.

Tampoco el amor puede comprarse. Ya lo han dicho los filósofos y pensadores: no es amor eso que compramos, por mucho que empleemos el vocablo habitualmente.

El amor es un sentimiento que se deposita en una persona, del mismo o de otro sexo, o en un animal o, incluso, en las cosas que nos rodean. Es algo que se entrega y que se recibe; algo que nos conforta y alegra. No se agota; si amamos a padres, hijos, esposos y amigos, nada impide que amemos también a una nueva persona recién llegada a nuestro círculo más personal. Sin embargo, el amor puede pasar, y pasa, por etapas de distinta intensidad a lo largo de nuestra vida porque le afectan nuestras circunstancias y las de los demás. Desde luego, el amor no suele traducirse en esas situaciones de exagerada excitación emocional que muestra la literatura y el arte románticos. Es algo más natural, más humano. Tan humano que puede llegar a perderse.

Mucho se ha pensado y escrito sobre el amor; menos sobre el odio que es su contrario. Los efectos de uno y otros sobre nosotros pueden enseñarse y potenciarse, y hay gentes que a ello se dedican. Hay quien enfoca su vida en eso tan genérico que hemos llamado “amar a los semejantes” y otros que procuran enseñar a odiar a sus vecinos, a los que son diferentes, o piensan de otra manera. Sin duda ninguna existe quien consigue resultados en una y otra actividad. Pero nadie puede comprar en parte alguna unos gramos de amor o unos centímetros de odio.

Tampoco la cultura puede comprarse o venderse.

Imagino la cara de sorpresa de algún lector, pero piénselo desapasionadamente. Podemos comprar los elementos externos en que se apoya la cultura; podemos adquirir muchos libros o discos, asistir a numerosas funciones teatrales, ver centenares de películas, pero eso, en sí mismo, no es cultura.

La cultura es un proceso de extracción, de asimilación y consolidación de las informaciones contenidas en los elementos que la soportan. Un proceso selectivo que elimina aquellos componentes superfluos y que se apoya en el estado de nuestra propio poso cultural para ampliarlo.

La cultura no es un producto elaborado, y por lo tanto no se puede comprar. Es algo propio, personal, que transforma uno mismo utilizando medios de muy distinta naturaleza y la propia experiencia.

La cultura, como el amor, hay que cultivarla día a día leyendo nuevas obras, escuchando otras músicas, ampliando horizontes estéticos, observando cuidadosamente nuestro entorno, afirmando, gracias a la nueva información, nuestros valores éticos, puliendo y depurando nuestras convicciones, demasiado radicales cuando se construyeron bajo un único punto de vista.

Ampliando nuestra cultura siempre descubriremos algo y aprenderemos más. Y seremos más tolerantes, más comprensivos.

¿Habrá algún hilo sutil que una la cultura y el amor?

Lamparilla


(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).

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