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lunes, 5 de noviembre de 2012

PALABRAS MALSONANTES





Filosofías de barbero.

¿Quién decide que una palabra es malsonante? ¿Es socialmente reprobable consultarlo, o sólo está reservado a investigadores o estudiosos? ¿Puede una palabra salir de esta lista o su inclusión es eterna?

El estudio de los tacos de nuestro idioma puede ser muy interesante, si lo planteamos con la seriedad de un sociólogo y la metodología de un científico, lejos de la mojigatería de una corrección social que no siempre practicamos. Su análisis puede plantarse desde distintos puntos de vista: ¿conoce usted algún taco unisílabo? ¿Se ha dado cuenta de cómo aumenta su violencia cuando se le añaden adjetivos en grado superlativo?

Interesante … quizá inútil, pero interesante, o al menos entretenido.

Curiosamente,  además, alguna de estas palabras presenta una variada pluralidad de significados dependiendo de cómo se use desde el punto de vista sonoro. Si de una persona decimos que es “un cabrón”, la intención ofensiva nos lleva a calificar el término de malsonante, por imperativo social.

Si, por el contrario, la empleamos con intenciones admirativa –¡Qué cabrón, cómo toca el piano!– gracias a una ligera variación en el sonido dado a la palabra, ¿seguiremos calificándola de malsonante?

El término, incluso, puede tener un sentido neutro cuando se una, aunque no sea más frecuente, a modo de saludo. “¡Qué hay, so cabrón!”.

Si buscamos palabras de similar sonido, podemos encontrar varias: simón, cartón, ratón… Y muchísimas más a las que nadie calificaría de malsonantes. Sin embargo, existen otras que, sin llegar a alcanzar el grado superior de malsonancia que tiene “cabrón”, si están en niveles altos de la escala cuando se emplean con intenciones molestas u ofensivas: sobón, melón, huevón, mamón… ¿Dónde está la diferencia de sonido?

Incluso la malsonancia deja de ser ofensa para transformarse en elogio si alguien dice de usted que está “cañón”, o envidia, si se comenta que dispone en el banco de un “pastón”

A mi, desde la atalaya de mi barbería, me parece incluso que como sonido, algunos tacos suenan bien o por lo menos su sonido contribuye a potenciar la intención ofensiva de su significado (¿No es insultar lo que se pretende, por qué malsonante?) Cuando a alguien le decimos “cabrón”, marcando con intensidad la fuerza sonora de la última sílaba, no sólo estamos señalándolo, sino que nos gustaría, figuradamente, meterle el dedo en el ojo. Nada les digo si añadimos un “grandísimo”, forzando y alargando la sílaba tónica. Equivale a retorcer el dedo en la cuenca ocular del destinatario.

Reconozco que esta palabra,  y otras muchas, van a permanecer mucho tiempo en la cárcel de las malsonantes, pero no por su culpa, sino por la nuestra. Las palabras no suenan mal, ni bien; somos nosotros quienes las convertimos en sonido al pronunciarlas. Y es en nuestras intenciones donde va la malsonancia.

Una palabra inexistente pero que todo el mundo metería en esa cárcel: recontramaricojoñeta.

¡Ah! Me han dicho que algunas mujeres disfrutan especialmente si su hombre las insulta en los momentos del fornicio. De esto no puedo opinar seriamente porque, ya saben quienes me conocen que mi vida se limita al teatro y a la barbería. En otros experimentos no me meto.

Lamparilla


(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).

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