Filosofías de barbero.
Vuelve a subir la luz. Nada de
extraño tiene. Dicen los de la luz que pagamos por ella menos de lo que vale
producirla, transportarla y distribuirla. Vamos a suponer que tienen razón.
Vamos a suponer que los que calculan el precio de coste (¿alguien sabe quién
es?) lo hacen correctamente. Vamos a suponer que los que autorizan los precios
de consumo no están pensando en un puesto directivo en las grandes empresas
eléctricas cuando dejen de mandar. Vamos a suponer que no es una práctica
comercial discutible cobrarle a uno por lo que todavía no ha consumido. Vamos a
suponer que no son tontos los que quieren entrar en un negocio tan “ruinoso”
como el de la luz, que siempre venden por debajo del coste.
Vamos a pensar por qué las
compañías eléctricas han de tener tan grandes beneficios (si tuvieran, un
suponer, la mitad, el recibo podría bajar). La respuesta es de matemáticas
elementales: Si usted tiene un negocio de mil clientes y quiere ganar un millón
cada año, basta con cobrarle mil a cada cliente cada año. Que quiere usted
obtener dos millones, fácil: dos mil a cada cliente. Su único problema es
buscar quien se lo autorice.
Podríamos suponer muchas otras,
pero hoy sólo me referiré a una: Los crímenes estéticos que cometen los de la
luz constantemente. Veamos los antecedentes.

Más antecedentes: en Roma, sí la
capital italiana, no pueden hacer más líneas de metro porque a cada palada que
dan aparece una piedra ¡y como es histórica! …
Pero, amigo, los de la luz no
tienen esos problemas. Está uno cansado de ver cómo los tendidos eléctricos
destrozan fachadas preciosas en muchos de nuestros más bellos pueblos. Esos
pueblos que conservamos, esos pueblos para los que pedimos ayudas de todo tipo,
desde las económicas para mantenerlos en pie hasta honorarias que les den
prestigio, reconocimiento y fama.
Los señores de la luz no tienen
el más mínimo pudor en atravesar las fachadas más primorosamente conservadas o
restauradas con ese puñado de cables negros, feos y ¿peligrosos?. Uno, que ya
peina canas, aunque como barbero se las peine como nadie, recuerda haber visto
en días de tormenta cables de la luz chisporroteando al mojarse, porque el agua
y la electricidad no se llevan bien.
Los señores de la luz tienen
patente de Corso para cometer estos atentados estéticos con la mayor impunidad.
Ni siquiera se molestan en colocar sus cables de alguna manera más artística.
¿Para qué?
Algunas gentes protestan; algunos
ayuntamientos conminan a los de la luz a que solucionen desaguisados de esa
naturaleza. No es fácil que a uno le escuchen. Y cuando lo hacen, es más que
probable que nos cueste el dinero y tengamos que pagar el entierro de esos
malditos cables que afean nuestras valiosas fachadas pueblerinas. El entierro
tendrá que ser de la clase que nos digan ellos y se producirá cuando ellos
puedan porque con la crisis, los problemas económicos, el déficit tarifario,
etc … no siempre tienen la necesaria disponibilidad presupuestaria para mandar
a un par de operarios que proceda a meter por la fosa subterránea los
susodichos cables.
Mientras tanto, los de la luz siguen
teniendo beneficios millonarios.
¡Cuantas veces me acuerdo de lo
que me dijo mi padre!: Unos son los pobres y otras las hermanitas de los
pobres.
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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