Cuenta Matilde Muñoz que Manuel Fernández
Caballero tuvo alguna dificultad para terminar la música de El dúo de la Africana. Al parecer
tardó algún tiempo en comenzar el trabajo, pero “por fin, Caballero se puso a
componer música y pasados unos días entregó todos los números menos uno. El dúo
de tiple y tenor.
Por más recados apremiantes que la Empresa enviaba, por más
esfuerzos que el maestro hacía, el dichoso dúo no daba señales de vida. Hasta
que Caballero comprendió que la culpa era sencillamente del cantable, que
estaba incompleto. Por más esfuerzos que el músico había hecho para redondear
el número y darle un final, no le era posible conseguirlo.
Un día, desesperado, Caballero llamó a su hijo
Manolo, y le encargó:
-
Vete a casa de Lhardy y encárgale un buen pastel de liebre, que de hoy
no pasa que acabe este dichoso dúo.
Para el maestro Caballero, ciertas especialidades
gastronómicas tenían la misma virtud estimulante que para otros encierra el
alcohol.
-
¿Se te ha ocurrido ya algo? – le preguntó su hijo.
-
Se me ha ocurrido que el tenor, que es aragonés, le cante una jota a
la tiple.
-
¡Una jota! Pero, ¿pegará ahí?
-
No tiene más remedio. ya verás.
Efectivamente. Aquella noche, al dar las tres,
Caballero había finalizado un pastel de liebre soberbio y ponía las últimas
notas al “Dúo” de El dúo de la Africana, para que el
que no sólo había escrito la música, sino toda la letra que faltaba para completarla”.
Dicen que la inspiración es algo
que aparece cuando quiere y, por supuesto, sin avisar. Por eso, por si aparece,
es aconsejable que te encuentre trabajando. Pero como siempre ha habido clases,
Fernández Caballero no tenía necesidad de esperar. Sencillamente la llamaba con
alguna sofisticada y delicada especialidad culinaria.
Hay constancia de que Miguel
Echegaray, el autor del libreto, estuvo de acuerdo con la solución dada por el
compositor. De lo que no hay constancia es de que el libretista participara del
pastel de liebre.
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