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miércoles, 2 de enero de 2013

NOS HURTARON A LA PATTI


Adelina Patti - La gran soprano madrileña


Filosofías de barbero.

Quienes me conocen saben que no suelo abandonar mi barrio casi nunca. ¿Para qué? En el maravilloso Lavapiés, tengo mi vida y mi hacienda, mis amigos, mis entretenimientos, mis tertulias … Y como también tengo ya cierta edad, no tengo ninguna gana de meterme en aventuras ni necesidad alguna de ir a buscar riesgos fuera de estas calles. Ni acordarme quiero de una vez que salí de excursión a El Pardo y fui enredado por una dama a la que yo quería embaucar, y que consiguió embarcarme en una aventura que me llevó a dormir en un “hotel” de mala muerte, pagado por la Villa, en la Plaza de las Provincias. La verdad es que aquello era una verdadera cárcel donde  no me dejaron ni a sol ni a sombra durante unos pocos días.

Por estas cosas no suelo salir de mi barrio, pero hace unos días tuve que hacerlo. Un buen cliente, y amigo, que frecuenta mi barbería desde hace tiempo enfermó y me mandó llamar para que le arreglara cabellos y barba. De esa manera pretendía contrarrestar algo la cara macilenta que le había puesto la enfermedad. No podía negarme.


Salí de casa con mis trastos, subí la calle de Lavapiés hasta la plaza del Progreso y dejando atrás mi barrio continué mi camino. Atravesé la gran calle de Atocha y bajando por Carretas llegué a la Puerta del Sol. Me hubiera quedado en ella un buen rato, escuchando su algarabía, viendo pasar las gentes de un lado a otro, unos sin prisa, otros acelerados… Pero no podía entretenerme así que subí la calle de la Montera hasta la Red de San Luis y atravesé la Gran Vía (¡cuántos recuerdos musicales!) y entré en el viejo camino de Fuencarral, que era mi destino.

Sin saber muy bien por qué me dio por mirar la fachada de la primera casa de la derecha, la que hace esquina con la Gran Vía y noté la falta de algo. Busqué en el archivo fotográfico de mi memoria y lo encontré: Faltaba la placa que recordaba que en esa casa nació, el 13 de septiembre de 1843, nada menos que la gran soprano Adelina Patti. Una de las mejores cantantes líricas de la historia, una “prima donna” excepcional, una de las primeras grandes divas de la ópera, que triunfó en los teatros de Europa y América por su delicada voz de soprano, sus extraordinarias capacidades para la coloratura y sus cualidades para dar vida en la escena a las mejores heroínas del género romántico operístico.

Es cierto que la Patti nació en Madrid por casualidad (sus padres, Salvatore Patti y Caterina Chiesa Berilli, actuaban en el Teatro del Circo), es cierto también que no fue intérprete de zarzuela, pero era madrileña.

Ya hace tiempo, me dicen mis informadores, que desapareció la placa. Desde que el edificio fue remodelado. Yo no me había dado cuenta porque, como ya he dicho, no suelo salir mucho de mi barrio, pero me he llevado un disgusto y una desilusión.

¿Quién es el responsable de que nuestra querida ciudad haya perdido la memoria de una de sus hijas? ¿De la tradicional dejadez del Ayuntamiento? ¿Acaso el propietario del edificio no ha querido que la placa recordatoria volviera a su lugar? ¿Olvido? ¿Desconocimiento? ¿Desinterés por el arte del canto?

Sea lo que fuere, lo cierto es que quienes empiecen a recorrer la calle de Fuencarral y levanten la vista, nunca sabrán que en ella nació Adelina, la Patti.

¿Será posible recuperar este recuerdo?



Lamparilla


(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).

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