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lunes, 14 de enero de 2013

ZARZUELAS SIN SANGRE

Ejecución pública por garrote

Seb.
¡Dichosos los ojos, don Hilarión!

Hil,
¡Muy buenos días, don Sebastián! ¡Cuánto tiempo si verle!

Seb.
Viene usted hoy con su poquito de retranca. ¡Si nos nos vemos desde ayer!

Hil.
¡Dios mío! ¡Cómo pasa el tiempo! ¡ Parece mentira!

Seb.
Eso suele decirse pero, estará usted conmigo en que el tiempo siempre transcurre a la misma velocidad.

Hil.
Tiene usted razón, don Sebastián. Tiene muchísima razón. Creo que esta frase ya la he dicho más de una vez.

Seb.
¿Y qué hay de nuevo?

Hil.
Pues verá usted. Estaba yo esta mañana en la rebotica, entre matraces y redomas preparando una fórmula magistral, cuando entraron dos señores en la farmacia y pidieron no sé qué al mancebo que me ayuda. Mientras el muchacho buscaba lo que le pedían, oí algunos detalles de la conversación entre los clientes.
 
Seb.
Y me va decir usted de qué se trataba, claro.

Hil.
Lo ha adivinado. Hablaban de zarzuela, aunque sólo pude escuchar con claridad que se referían a nuestro género lírico como género chico. Es decir, el error de siempre.

Seb.
¿Y no intervino usted para aclarárselo?

Hil.
No, esta vez no. Estoy un poco cansado de decir una y otra vez que una cosa es la zarzuela y otra el género chico; que aunque las dos sean teatro musical, no son lo mismo, como tampoco lo es la revista y el sainete.

Seb.
Le entiendo. A mí, a veces, también me pasa. Con este tema parece que machaquemos en hierro frío. El personal no se entera y termina llamando a todo zarzuela, y listo.

Hil.
Lo curioso del caso es que no sé cómo, me dio por recordar la gran variedad de temas que se han tratado en nuestro teatro cantado, grande o chico, serio o frívolo.

Seb.
Muchos, muchísimos: amores, odios, venganzas, infidelidades aparentes, coqueteos, historia, humor, crítica, fantasía, …

Hil.
Pero hay por lo menos uno no tocado por nuestros libretistas.

Seb.
Y, ¿cuál es!, si puede saberse.

Hil.
La sangre.

Seb.
Bueno … En algunas obras no nos faltan muertos.

Hil.
Cierto, pero no en las grandes. Piénselo bien. Ni en la Francisquita, ni en la Luisa o La rosa del azafrán; tampoco en El baberillo o Marina, ni en los Molinos de viento ni en Los Gavilanes …

Tenemos peleas navaja en mano, combate de espadachines, desafíos en defensa del honor propio o en de alguna dama, pero ninguno –hablo en general–  con causa inmediata de muerte, muerte escénica, se entiende. Y cuando hay algún óbito, siempre ocurre tras la cortina.

Seb.
Tiene usted bastante razón; es más, creo que toda la razón. No lo había pensado.

Hil.
Pues es verdad. En las zarzuelas y mucho menos en el género chico, no hay sangre. ¡Y mire que nos gusta la sangre a los madrileños! Recuerde usted la historia de la calle de la Cabeza, en la que un sacerdote fue asesinado por un criado; el crimen se descubrió, muchos años después, cuando el criado volvió llevando una bolsa que iba dejando un reguero de sangre por la calle. Al abrirla, apareció la cabeza del cura.

Y qué me dice usted del crimen de la calle de Fuencarral, sórdido como tantos otros, pero rodeado de una publicidad inaudita. Una mujer, Luciana Borcino, muerta y su criada, Higinia Balaguer narcotizada. Interviene la policía, la prensa madrileña airea el caso, aparecen nuevos datos y opiniones y se sospecha de personajes importantes. Polémicas, discusiones, el personal que toma partido a favor o en contra de la acusada … Al final, Higinia es condenada y ejecutada el 19 de junio de 1890, a sus 28 años, delante de veinte mil personas que no quieren perder detalle.

Seb.
Pues no le digo nada del juego que daría Luis Candelas, el generoso bandido madrileño, ajusticiado por garrote en la Plaza de la Cebada, a pesar de no haber cometido nunca delitos de sangre. Ya lo veo, sentado en el duro sillón de recia madera, las manos atadas a la espalda, el cuello rodeado por un diabólico collar que el verdugo encapuchado va apretando poco a poco. El condenado grita, pero al cabo de dos o tres vueltas de garrote, su garganta no puede articular palabra.

De pronto, el alcaide levanta los brazos; el pueblo que antes rugía, calla; el silencio de la muerte se apodera de la plaza. Nada de música, nada de canto, ni un ruido… sólo silencio… El verdugo da un cuarto de vuelta al basto tornillo y se escucha un “clac” que provoca un escalofrío en todas las espaldas. Y cae el telón.

Bueno, el bandido Luis Candelas figura entre los personajes de La Calesera.

Hil.
Cierto, pero de tapadillo, de segundón, como enamorado silencioso de Maravillas, la protagonista.

¿Y qué me dice de las posibilidades teatrales del crimen de la calle de Antonio Grilo?

Seb.
Algo recuerdo vagamente.

Hil.
¡Por favor, don Sebastián! ¡Este caso sí que daría para una zarzuela! ¡Acuérdese! ¡Ocho asesinatos en la misma calle, en el número 3 para ser exactos, en menos de veinte años, incluyendo el alucinante suceso de un hombre que mató a su esposa y a sus cinco hijos intentando luego suicidarse por dos veces sin conseguirlo.

Seb.
¡Casi nada!  No sé si habría alguien que se atreviese a interpretar a este loco desalmado.

Hil.
Imagine el título: La casa de los asesinos, La casa de la muerte, Aquí vive un criminal … Y hasta ¡Asesinatos a tutiplén! si es que al libretista le da por tomárselo todo a broma y escribir una humorada.

Seb.
No le digo nada del músico: marchas fúnebres por aquí y por allá; sonidos graves de los contrabajos o las tubas; violines que chirrían (esto no sería difícil para algunos músicos), dinámicas, ruidos molestos …

Hil.
¿Y la puesta en escena? Si esto cae en manos de alguno, podría llenar el escenario de sangre (quiero decir de salsa de tomate), de cuerpos desmembrados, de vísceras, de casquería… Y cada asesino cantando sus romanzas vengativas, diabólicas o enloquecidas.

Seb.
Esto si la cosa fuera por lo serio. Si es por lo humorístico, los muertos cantarían al recibir las puñaladas mortales (como en la ópera) y en teatros de provincias, siempre escasos de medios, los cadáveres se levantarían rápidamente para salir de escena y volver a entrar doblando papeles.

Hil.
La idea daría dinero, creo yo, porque a la gente le gusta esto. No hay más que acordarse de la enorme difusión del semanario El Caso, especializado en crímenes, de las noticias de alguna cadena de televisión actual en la que nunca faltan dos o tres muertes violentas, o en las películas que se recrean en la sangre.

Me parece que hasta podría nacer un nuevo subgénero: zarzuela visceral.

Seb.
Zarzuela de vísceras o de casquería, sería mucho mejor.

Hil.
Eso quería decir.

Seb.
¿Y que papel podríamos hacer usted y yo?

Hil.
Usted no sé, pero yo…

Seb.
No me diga más. De boticario a envenenador, sólo un paso.

Hil.
¡Don Sebastián!.....

Seba.
Menos mal que en la zarzuela no tenemos sangre.



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