Hil.
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Buenos días, don Sebastián.
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Seb.
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Buenos días, don Hilarión.
¿Cómo le va la vida?
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Hil,
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Vamos tirando, como los demás;
capeando el temporal como mejor se le ocurre a uno.
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Seb.
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Hombre, supongo que usted no
podrá quejarse.
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Hil.
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Pues no sé qué decirle. Con
esto de la crisis … En fin, habrá que tener paciencia.
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Seb.
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Y esperanza. Pero dejemos el
tema a un lado y vayamos a lo que más nos interesa, a nuestras cosas de la
zarzuela. ¿De qué hablamos hoy?
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Hil.
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Pues mire usted. Hace dos o
tres días, a un parroquiano habitual
que anda siempre el hombre agobiado y depresivo le recomendaba yo que
probara una medicina que, en la dosis adecuada, suele dar muy buenos
resultados.
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Seb.
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¿De qué se trata? ¿Píldoras
mágicas, jarabes espiritosos, reparadoras tisanas?...
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Hil.
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Nada de potingues, cocimientos,
ni bálsamos. Le recomendé evasión, entretenimiento. Y le dije:
-
Vaya usted a la zarzuela amigo. Diviértase, déjese
llevar por la magia del teatro y de la música. Mire los problemas desde la butaca,
ríase con los cómicos, llore con sus dramas, cante con sus alegrías,
enciéndase con sus celos y derrítase como la cera cuando al amor aparezca por
cualquier esquina del escenario. Y cuando hayan pasado un par de horas, todo
lo que ha visto y oído se desvanecerá. Los cómicos saludarán al público,
recogerán sus aplausos y cada espectador volverá a su casa. Pero con una
nueva energía, con más fuerza para enfrentar la vida, con más ganas de coger
el toro por los cuernos, de darle una larga cambiada a los problemas o un
pase por todo lo alto a la maldita crisis.
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Seb.
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Y, ¿qué hizo su cliente?
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Hil.
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Ponerme en un brete. Me
preguntó qué zarzuela le recomendaba. Yo pensé un omento y me dije para mis
adentros: si le recomiendo el Juan
José, este hombre se hunde definitivamente. Si le mando al género chico,
el contraste puede provocarle un “sok”. ¿Qué
prescribo a este pobre hombre?
De repente se me ilumino el
cerebro y le dije. Vaya usted a ver Doña
Francisquita.
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Seb.
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¿Y eso?
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Hil.
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Hombre, don Sebastián. Se me
ocurrió la Francisquita porque tiene un poco de todo: amores,
líos de personajes, personalidades encontradas, diversión y baile y hasta un
conflicto paterno-filial, por si mi cliente anda con alguno de esos traumas o
complejos que nos acechan desde la infancia, según las teorías de un famoso
médico vienes.
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Seb.
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¿Y le hizo caso?
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Hil.
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No lo sé. Se marchó y hasta
ahora. Pero este episodio me hizo pensar. ¿Es conveniente conocer el
argumento de una zarzuela antes de ir a verla?
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Seb.
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Buena pregunta, don Hilarión.
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Hil.
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Verá usted. Le he dado varias
vueltas y me parece que tener una idea previa es bueno. En primer lugar nos
evita contemplar espectáculos que nos desagradan o nos molestan.
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Seb.
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Eso es cierto, pero si
conocemos la historia de antemano, sabremos quien es el traidor, con quien se
compromete la heroína y cuál sería la situación final de los personajes. No
hay lugar a la sorpresa, no nos llamará la atención la habilidad del autor
para enredar la acción y destejer la madeja que ha creado.
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Hil.
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Bueno, no importa demasiado. Al
contrario, como sabemos lo que tienen que hacer los intérpretes, podemos
valorar mejor si lo hace bien o mal.
Además, podemos advertir si se
nos hurta alguna escena, algún número musical, un diálogo o una tira de versos.
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Seb.
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Hombre, de esta manera que
usted dice, veríamos siempre lo mismo, ¿no?
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Hil.
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¡Ni mucho menos! Usted sabe que
una representación es algo vivo. Una distinta de otra. Los directores tienen
muchas posibilidades para plantear su versión sin salirse del tiesto, porque
los libretos son muy abiertos y dejan mucho juego a un buen profesional.
Sobre los cantantes, actores y
músicos, ¡qué le voy a decir! ¡Ni el mismo tenor, ni la misma tiple, están
igual todos los días!
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Seb.
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No sé, no sé, don Hilarión. Sus
argumentos son válidos auque ¿no le parece que hay que evolucionar un poco?
¿Debemos seguir viendo esos decorados de cartón-piedra pintados con brocha
gorda? ¿Hay que conformarse con esos cantantes que consideran que lo suyo es sólo cantar y
nada más? ¿Le parece a usted creíble una mujer que muere de amor, tiesa como
un palo en medio del escenario?
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Hil.
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No, claro que no. Naturalmente
hay que avanzar pero sin perder la esencia. Por suerte, hoy disponemos de
elementos nuevos y formidables tecnologías que, en manos competentes,
potencian y mejoran las posibilidades de una representación teatral. Nuestros
cantantes son también actores; las soluciones escenográficas son
espectaculares y se cuida muchísimo el conjunto de la representación.
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Seb.
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Sí, sí, pero, según su teoría,
sabemos de antemano lo que va a suceder y cómo va a discurrir.
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Hil.
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Sin embargo y a pesar de todo
cuanto le he dicho, hay algo que no tengo claro.
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Seb.
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¿Y es?
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Hil.
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¿Cómo aplico esos razonamientos
a algo que no conozco, a una de esas obras del pasado que los estudiosos
recuperan?
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Seb.
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Claro. Nada sabemos de ellas y
cuando vamos a verlas, nos ponemos en las manos del director sin reservas. La
obra puede sorprendernos con el juego de personajes, con la oportunidad de un
número musical, con el manejo del tiempo narrativo. En estos casos estamos
desnudos, indefensos ante el autor del original ni contra el recreador.
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Hil.
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Es verdad, por lo que no tengo
muy claro que mis ideas sean firmes en este aspecto.
Me veo como los doctores de El rey que rabió: el perro está
rabioso … o no lo está. Conviene conocer los argumentos, …. o quizá no. ¡Allá
cada cual!
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