Entrada al Museo Antropológico de Madrid |
Jeremías Cerdá trabajaba como bracero en su
pueblo (Monóvar, Alicante) y no paraba de cantar jotas y canciones populares,
sorprendiendo a todos cuantos le escuchaban: Después cantó Marina en una compañía local y, como consecuencia, el tenor llegó a
Madrid de la mano de un paisano pintor, convertido en agente de conciertos.
Cerdá cantó Marina en el Price, consiguió
bravos y aplausos sin límites, y llenó el teatro veinte noches seguidas.
Jeremías correspondía dando propina tras propina; dicen que una noche llegó a
repetir diez veces la popular “Salida de Jorge”. El resultado de tales
derroches fue una afonía tremenda y el nacimiento de un miedo insalvable a
volver a la escena. Jeremías no se atrevía a cantar en un teatro, pero su voz
debía ser tan atractiva que un empresario italiano le propuso una gira por su
país.
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Usted se viene conmigo, pagándole
lo estipulado y sin salir a la escena. Bastará que en la habitación de la fonda
cante usted, para mi solo, el “O paradiso” (de La africana, de Meyerbeer).
Cerdá aceptó y cumplió su contrato. A su
regreso a Madrid, cantó en reuniones particulares, fue partiquino en el Teatro
Real y terminó de conserje en el Museo Antropológico.
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