Seb.
|
Buenos días, don Hilarión. Lee usted el periódico, por lo que veo.
|
Hil.
|
Buenos días, don Sebastián.
Bueno, leerlo, lo que se dice leerlo …
Con echar un vistazo por encima a los titulares es más que suficiente. Estos
periódicos de ahora no son como los de antes.
|
Seb.
|
Hombre, no será para tanto.
Alguno habrá que …
|
Hil.
|
¡Ninguno! Créame usted, don
Sebastián. Los periódicos de hoy tienen muchos datos pero poca información.
Yo echo de menos artículos comprometidos, análisis elaborados, opiniones
documentadas y fiables … Si se fija usted, todos dicen lo mismo … Sólo cosas
sin importancia y se callan las otras.
|
Seb.
|
¿Y dicen lo mismo los
periódicos de derechas que los de izquierdas?
|
Hil.
|
Verá usted. Exactamente lo
mismo … no. Pero lo mismo de siempre sí. El periódico de derechas siempre
culpa de todo a la izquierda y el de izquierdas opina que la responsable de
todo lo malo es la derecha.
|
Seb.
|
Bueno, visto así, no puedo
negarle la razón.
|
Hil.
|
Mire usted, don Sebastián.
Según un bien amigo mío los periódicos sólo ponen dos cosas verídicas: la
fecha y el precio. Y en esto último, tengo mis dudas, porque alguno cuesta
más de lo que vale.
|
Seb.
|
De cualquier modo, no se agobie
usted, ni se enfade. Olvídese de los periódicos porque las respuesta que
usted busca en ellos están en la zarzuela.
|
Hil.
|
¡Pero bueno, don Sebastián! ¡No
me tome usted el pelo!
|
Seb.
|
¡No lo hago! ¡Dios me libre!
Mire usted, querido amigo, hay quien dice que la zarzuela está muerta. Y no
tienen razón. ¡Está viva! ¡Y muy viva! ¿Quiere un diagnostico escueto y
certero de la situación actual de nuestro país?.
|
Hil.
|
Veamos por dónde me sale usted,
don Sebastián.
|
Seb.
|
Yo no, el guardia y el sereno
de La verbena de la Paloma:
- ¡Buena
está la política!
- ¡Pues, ¿y
el Ayuntamiento?
|
Hil.
|
¡Hombre, eso son dos frases!
|
Seb.
|
¿Dos frases! ¡Un tratado de
sociología! ¿Necesita usted detalles? ¿Quiere ser como Santo Tomás para meter
el dedito?
|
Hil.
|
Y de la crisis, ¿qué? Cuando la
gente llenaba los teatros es porque había dinero.
|
Seb.
|
¿La crisis y los recortes?
Recuerde usted de nuevo al sereno:
Tres farolas
tenía
esta calle
no más.
Pues don han
suprimido…
… que es
bastante.
¡Y luego
habla el Gobierno
de la
cuestión social!
¡Eso es el 66 por cierto! ¡Quiere
usted más recortes?
|
Hil.
|
Y de seguir así, ¿Dónde vamos?
¿Qué puede pasar?
|
Seb.
|
Escuche usted otra vez al
sereno:
¡El trueno
será gordo!
¡Pero muy
gordo!
|
Hil.
|
Y ¿qué hace el Gobierno? ¿Y la
oposición?
|
Seb.
|
Verá usted, amigo. Me han
filtrado la última conversación entre los dos jefes. ¡Es de bigote!
-
¿Qué hacemos, tú?
-
Lo que te dé la gana.
-
Vamos a dar la vuelta a la manzana.
|
Hil.
|
Pero bueno, si ninguno hace
nada, lo mejor es que se marchen, que dejen el cargo, que dimitan.
|
Seb.
|
Ante esa idea, la respuesta es
ya es vieja, querido amigo. Ya lo expuso el General de El rey que rabió.
-
No encuentro más que un modo,
ni hay otra
solución.
Hagamos
todo, todo,
menos
dimisión.
|
Hil.
|
¡Ahí le doy la razón! ¡Aquí no
dimite nunca nadie! Y cuando alguno se equivoca y lo hace, es por interés del
partido, no porque reconozca su actuación como equivocada.
Pero lo que usted me está
diciendo no es más que el producto de una coincidencia y de su gran ingenio.
¿Qué me cuenta usted de la inseguridad ciudadana? Eso es nuevo, cosa de estos
tiempos; antes las gentes iban mucho más tranquilas por las calles…
|
Seb.
|
Buenos, a veces las cosas no
son lo que parecen. Escuche usted el parte del golilla Alfonso de La castañuela
Siete robos
con escalo,
un ataque a
mano airada,
veinte
raptos, dos incendios…
¡Hoy no
ocurre casi nada!
Dos
suicidios, cien reyertas,
de borrachos
una pila,
veintitrés
personas muertas…
¡Hoy la
noche es muy tanquila!
|
Hil.
|
¡Dios mío! Ahora va a resultar
que nuestros libretistas eran unos visionarios.
|
Seb.
|
No, visionarios, no; sólo
observadores muy perspicaces, preparados para descubrir nuestras ideas y
pensamientos más íntimos. Y los de la sociedad.
|
Hil.
|
Me deja usted más que de
piedra: de granito cincelao.
Y digo yo. ¡Habrá alguna solución!
|
Seb.
|
Ay, don Hilarión. A pesar de
sus años, sigue usted siendo bastante inocente. Recuerde usted las palabras
de Lamparilla, el barberillo de Lavapiés:
¡Ay, señora,
qué ilusión,
creer que
porque ha cambiado
el
Secretario de Estado
será feliz
la nación!
Aunque suban
a millares
a enmendar
pasados yerros,
siempre son
los mismos perros
con
diferentes collares.
|
Hil.
|
¡Un momento! Acaba de
encenderse una luz en mi cerebro: algo tenemos que es nuevo. Los periódicos y
revistas de ahora nos deleitan la vista con fotografías de muy buenas mozas
de miradas cándidas y cuerpos … en actitudes sugerentes. ¡Qué me dice usted a
eso?
|
Seb.
|
No me cuente nada, amigo mío.
¿Quién cree usted que inventó las “suripantas”. ¡Y eran naturales! ¡Nada de
plásticos ni siliconas!
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario