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martes, 12 de febrero de 2013

VISITA A LA ZARZUELA






(¡Arsenio, por compasión! Visita guiada al Teatro de la Zarzuela. Adelaida, Inma Ochoa. La Niña, Ruth Iniesta. Pepe, Iván Luis. El Técnico, Enrique Sánchez. Piano y dirección musical: Miguel Huertas. Dirección de escena, idea y guión: Enrique Viana). T. Zarzuela, 8-2-2013).

Seb.
Buenos días, Don Hilarión. ¿Cómo se encuentra?

Hil.
Buenos días, amigo. Gracias por su interés. Me encuentro muy bien.

Seb.
Se le nota. Le veo contento y alegre, casi diría que eufórico.

Hil.
La verdad es que sí. Ayer pasé una buena tarde y me parece que todavía me dura la satisfacción. Me explico brevemente: Estuve en la Zarzuela.


Seb.
¿Con el Rey? ¡Qué me dice usted! ¿Se codea usted con el Monarca? Le advierto que no me extrañaría, porque me consta su prestigio profesional, y como el Rey anda ahora –es un decir– balanceándose de un lado a otro. Por lo de la cadera, digo.

Hil.
No, hombre, no. Le agradezco el detalle de la fama, pero no fue en el Palacio donde estuve, sino en el Teatro de la Zarzuela.

Seb.
¿En el Teatro de la Zarzuela? ¡Vaya novedad!

Hil.
Bueno, verá usted, Don Sebastián. A mí me parece que nuestro Teatro de la Zarzuela, se está moviendo. O sea, mejor dicho, concretando, que se está echando pa’lante, porque moverse, uno puede también moverse pa’tras. Ya sabe usted que ahora hay una exposición relacionada con cada uno de los programas que se ofrecen, un chaval joven que, antes de cada representación, explica un poquito lo que se va a oír, con ejemplos musicales, que se han preparado otras actividades paralelas, incluido el cine. Y, además, unas visitas guiadas al teatro.


Seb.
¿Visitas guiadas? ¿Y a usted le hacía falta una visita del Teatro de la Zarzuela? Pero si lleva usted ahí media vida, teniendo en cuenta que la otra media la ha pasado en Apolo, hasta que lo quitaron de en medio.

Hil.
Yo pensaba lo mismo que usted. Una visita a ese teatro, para mí… Pero como me había invitado un buen amigo…

Seb.
Ya entiendo.

Hil.
Pues lo dicho. Allí me presenté a la hora prevista.

Seb.
¿Y? …

Hil.
Pues que me he llevado una gran sorpresa porque es, en efecto, una visita al teatro, pero con originalidad, con simpatía, con gracia, con salero. A la gente le ha entusiasmado; todo el mundo salía del teatro, después de una hora, diciendo que estupendo, excelente, formidable y alguno hasta genial.

Seb.
Pero bueno, Don Hilarión, ¡déme usted detalles! Empieza a ponerme nervioso. Ya sabemos lo que es la visita turística a un teatro: te enseñan los espacios de acceso, te dejan dar una vuelta para que veas las placas y bustos de los autores que por allí han pasado, te dejan asomarte al patio de butacas desde un palco, y echar un vistazo al escenario.

Hil.
Cierto, cierto. Pero en la Zarzuela había algo más: Un pequeño espectáculo, como un sainete, con cuatro cantantes y un pianista, con una simpática historia en el estilo de nuestro género chico y sus correspondientes puyitas a la actualidad: la crisis, los recortes.
 
Seb.
¡Pero eso es una novedad!

Hil.
¡Que yo sepa, sí! Fíjese si es novedad que, cuando volvía a casa pensando en la visita, se me ocurrió llamarla “visita interactiva”, como dicen ahora mis nietos.

Mire, se lo resumo. Nos recibieron en el vestíbulo un joven lechuguino, elegante como un figurón, pero mordaz como la sosa; una señora, de buen ver, madre preocupada porque el novio de la niña salió en el entreacto a buscar una horchata  y todavía no ha vuelto.

Aunque fuera han pasado ¡87 años! el tiempo se ha detenido dentro del teatro. La madre preocupada; el petimetre, incordiando, y la niña, triste y cándida … hasta que un apuesto maquinista del teatro, guapo mozo y con labia, convence a la niña bobalicona que más vale bocadillo de mortadela en mano, que un ciento de horchatas pululando por el ambiente circundante.

Seb.
¡Hombre, no me destripe usted los detalles!

Hil.
No se preocupe. Ya me callo. Pero le diré que acompañados por estos dos cicerones, que se llaman Pepe y Adelaida, pasamos al ambigú, luego a la sala, después al patio de butacas, y, por fin, al escenario. Y todo ello acompañados por el canto y la música de diez fragmentos –bien escogidos y colocados en la trama- de muy famosas zarzuelas.

¡Ah, casi lo olvidaba! Lo más espectacular: la lámpara.

Seb.
¿Qué lámpara?

Hil.
La gran lámpara del teatro. Con los visitantes sentados en el patio de butacas, la han bajado hasta colocarla a pocos centímetros de nuestras cabezas. ¡Qué impresión! ¡Es imponente!

Seb.
¿Me dice usted que han bajado la araña hasta el suelo?

Hil.
Sí, señor. Tan cerca nos han puesto la araña que algunos nos hemos echado para atrás en la butaca, ¡por si nos picaba¡ ¡Usted me entiende!

Seb.
¿Y la gente? ¿Cómo reaccionó?

Hil.
¿La gente? Entusiasmada, entregada como dicen los taurinos. Han cantado, han aplaudido a los cantantes, se han sorprendido con la lámpara, como le digo, han sentido el gusanillo del teatro al pisar el escenario. Por los comentarios que escuché al salir, el personal estaba dispuesto a repetir.

Seb.
¿Y usted cree, Don Hilarión, que esto puede ser una llamada de atención para que se vea que la Zarzuela interesa?

Hil.
¿Una llamada de atención? ¡Un aldabonazo! Mire usted, con algún pequeño ajuste esto podría convertirse en una atracción turística de Madrid. ¿No va la gente a Milán y se mete en la Scala? ¿No se visita la Ópera de Viena? ¿No salimos en Atenas un poquito hartos de tanta piedra tirada por el suelo? ¿Por qué no va la gente a visitar el Teatro de la Zarzuela, el de nuestro género lírico genuino, el teatro de Madrid que lleva funcionando más de 150 años? Y si, además de verlo, te regalan una simpática y entretenida función … ¿Dónde se ha visto tal derroche?.

Seb.
Hombre, tal como lo pinta usted … ¿Y por que no me avisó? Le hubiera acompañado.

Hil.
Ya le he dicho que me habían invitado. Y la verdad, no las tenía todas conmigo. Las cosas como son.

Seb.
¿Y sabe usted si van a repetir?

Hil.
Creo que sí. Habrá que estar al tanto. En cuanto me entere, le invito a usted. Y si pudiéramos llevarnos a la morena y a la rubia … ¡Seguro que las muchachas disfrutarían!

Seb.
¡Ay, Don Hilarión! ¿No le parece a usted que nuestro tiempo ha pasado?

Hil.
Tiene razón, Don Sebastián. ¡Tiene muchísima razón! Pero, como dicen en el barrio: la vista es la que trabaja, y el que tuvo, retuvo.
 




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