Filosofías de barbero.
La aplicación masiva de los
avances tecnológicos es bastante nueva. Aunque nos parezca increíble no hace
tantos años nadie tenía un teléfono móvil y mucho menos internet. Esta
difusión, sorprendente y extraordinaria en muchas ocasiones, es capaz de poner
a nuestro alcance datos que ni siquiera podíamos sospechar. Además, resulta
barata, o por lo menos asequible. Pero no puede evitar algo tan antiguo como la
picaresca, actividad cuya calificación moral va desde la sonrisa amable y
condescendiente, a la indignación furibunda, según que la acción ladina nos
parezca ingeniosa y simpática o se nos antoje limítrofe con el delito.
El desarrollo de la humanidad en
cualquier aspecto, es un camino abierto a los defraudadores, golfos, estafadores, tramposos y vividores de
múltiples especies que, a pesar de su enorme variedad presentan una destacada
característica común: engañar a los demás para vivir lo mejor posible.
Ayer o anteayer, que tampoco la
datación exacta tiene importancia, me contó un indignado cliente una historia.
Su señor padre, hombre culto,
sensato, inteligente y educado, poseedor
de una erudición musical notable, decidió ofrecer sus ideas y conocimientos al
mundo, aprovechando eso de internet, herramienta que utilizaba, aunque sin
saber muy bien todos los detalles de su funcionamiento. El hombre decidió crear
una página web en la que escribir el resultado de muchos años de estudio, de
trabajo, de reflexiones y pensamientos. Contrató un sitio web y, después de que un buen amigo le preparó la
infraestructura necesaria, él empezó a alimentar su página. Es decir, a llenar
de contenido ese espacio. Muchas horas ante el ordenador, durante muchos meses,
dieron como resultado un repositorio interesante para la gente. Él mismo no
dejaba de asombrarse del éxito de su página: cada día crecía el número de
visitantes que, además, le enviaban comentarios –la mayoría elogiosos- y hasta
le hacían consultas a veces extrañas y difíciles. El buen hombre, sabiéndose ya
en el final de su vida, disfrutaba porque veía que sus conocimientos estaban
siendo útiles a muchas, a muchísimas personas del mundo entero. En su fuero
interno pensaba que esta sería su última satisfacción.
El buen hombre murió y su página
web quedó huérfana y muda. Muchos de sus seguidores le enviaron notas de
agradecimiento y pésame, nunca leídas por su destinatario.
Al llegar el día de renovar el
alquiler que, puntualmente, pagaba por
su página, no lo hizo. Los muertos no pagan.
Poco tiempo después, mi cliente,
hijo del fallecido, fue advertido por un amigo de que el contenido de la página
web de su padre había cambiado; no estaban allí las páginas y páginas que su
padre, pacientemente, había colocado, sin ganar una perra, sólo con el ánimo
ofrecer sus conocimientos a quienes buenamente los quisieran recoger. ¿Qué
había pasado?
Mientras le arreglaba las
patillas, me lo contó: como su padre no había pagado la renovación, sus
artículos, comentarios y opiniones habían desaparecido. ¿Dónde estaban? ¿Quién
los tenía? ¿Qué uso podrían hacer de ellos en el futuro?
El hijo, intentó recuperar
aquella información. Nada consiguió.
¿A qué venía ese cambio?
Preguntando a unos y a otros pudo enterarse: la página de su padre era muy
conocida, muy visitada. Cada día entraban en ella un par de miles de personas.
En la red existen espías que se pasan la vida mirando quienes reciben más
visitas y quienes menos. Y, cuando llega una ocasión como ésta, recompran el
sitio y lo ocupan con los contenidos que mejor les parece. El propósito es
obvio: aprovecharse del éxito ajeno sin esfuerzo alguno, porque los visitantes
de su señor padre, seguían entrando, quizá en la creencia de que había algún
problema y pronto volvería a estar disponible la información buscada.
Otra intención de quienes así
actúan, es provocar el “rescate” de ese espacio en la red, pidiendo por “tu”
página mucho más dinero del que se paga normalmente y, sobre todo, del que el
usurpador ha invertido. Eso le ha pasado a grandes empresas, que han tenido que
desembolsar una fortuna para quedarse, en la puñetera red, ¡con su propio
nombre!.
Quienes así trabajan sostienen
que esto es simple comercio. Pero hay en ese batiburrillo verdaderos
delincuentes, capaces de todo. Por ejemplo, si la página en cuestión tiene
mucho interés, lo que hacen es llenarla de contenidos pornográficos, con lo que
el prestigio y el buen nombre de su propietario original queda tocado para
siempre. Este mundo está lleno de cándidos, capaces de dar crédito a muchas cosas
que deberíamos poner en entredicho. ¡Imagínese!
Está claro, me decía el hombre,
cuando ya terminaba mi trabajo, dándole unos suaves masajes en su recién
afeitada cara, algo deberían hacer los que mandan para atajar estas
indecencias.
Pocas esperanzas podemos tener en
los que mandan, le dije. Siempre van a remolque de las cosas y no veo que se
vayan a poner de acuerdo en cosas como esta. Lo único que se me ocurre es que
seamos nosotros, los usuarios, los que hagamos algo. Con ser un poco más
críticos con lo que nos rodea, ya daríamos un buen paso.
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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