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jueves, 21 de marzo de 2013

TRES REPARTOS




Seb.
¡Buenos días!, Don Hilarión

Hil,
Buenos los tenga usted, Don Sebastián. ¿Cómo va esa vida?

Seb.
No me puedo quejar. Vamos, la verdad es que si puedo lamentarme, pero como no me sirve de nada, para qué perder el tiempo.

Hil.
Es usted un filósofo. Lastima que haya tenido que dedicarse al negocio del intercambio, dicho vulgarmente, al comercio.

Seb.
Me da en la nariz que viene usted hoy contento. Y creo saber la causa.

Hil,
¿Usted cree? Pruebe a adivinarla.

Seb.
Me ha dicho un pajarito que pasado mañana, va usted al teatro a disfrutar de una gran zarzuela.

Hil.
Cierto. ¿Y quién se lo ha dicho?, si puede saberse.

Seb.
No lo puedo revelar. De ninguna manera diré quien me ha pasado la información. No le voy a decir a usted que lo del secreto de confesión se lo enseñé yo a lo curas … porque no es verdad, pero para mí un secreto es como una tumba:  no se puede abrir.

Hil,
Si, pero también conoce usted eso de “un secreto a voces”:

Seb.
Ya, pero es para las cosas de la política.

Hil.
No insista. Y es verdad que antes de que el reloj dé cuatro vueltas completas a su esfera, estaré sentado en una excelente butaca, contemplando, nada más y nada menos, que la Marina , de don Emilio Errieta.

Seb.
Y dígame, ¿qué cantantes va a escuchar usted?

Hil,
Como ¿qué cantantes? Los que cantan, los que actúan. No le entiendo muy bien, Don Sebastián.

Seb.
Quiero decir que, cual de los tres repartos le ha tocado en suerte.

Hil.
¿Cómo que tres repartos?

Seb.
¡Ah!, deduzco que no sabe usted que en estas representaciones van a intervenir tres repartos distintos, es decir, tres sopranos, tres tenores, tres barítonos y tres bajos, además de los coros, figurantes, orquesta y demás. Cada día actuará uno de los tres intérpretes protagonistas.

Hil,
O sea, para entendernos. Me está usted diciendo que no es seguro que yo vaya a escuchar a los grandes cantantes que se anuncian en los periódicos.
 
Seb.
Exactamente. Pudiera ser.  Pero, vamos, no creo que la cosa tenga tanta importancia. Al fin y al cabo, por lo que he oído, todos los cantantes son muy buenos, de contrastado prestigio. Y seguro que se entregarán sin reservas.

De todos modos esto ya lo sabe usted, ¿no es así?

Hil.
Sí, claro que lo sé. Es una práctica habitual. Pero, la verdad, yo esperaba más de mi cliente al que proporcioné un específico para aliviarle ciertos picores en una zona, digamos, delicada.

Seb.
¡Hombre, Don Hilarión, no sea usted así! Seguramente su parroquiano no se ha dado ni cuenta. Usted sabe que muchos de los espectadores de la zarzuela van al teatro sin saber quien canta; les basta con el título de la obra  y  que sea conocida.

De todos modos, no se queje usted. ¡Ya quisiera yo que alguno de mis compradores tuviera un detalle!

Hil,
Hombre, Don Sebastián, ¡no compare! Yo a mis parroquianos les repongo la salud.

Seb.
¡Y yo la presencia y la figura! Y, créame, a veces eso es casi, casi, ¡un milagro!

Y ya me dirá usted cómo va la función. Se lo digo porque tengo un par de entradas para dentro de unos días.

Hil,
¿No me diga? ¿Y qué reparto le ha tocado, si es que puede saberse?

Seb.
… El bueno.

Hil.
¡Vaya por Dios! Es usted un suertudo total. ¡Juegue usted a la lotería! ¡Con esa potra!
Pero dígame, ¿no le hace un  cambio?

Seb.
Mire usted, Don Hilarión. Por un amigo se hace lo que sea.

Hil,
No esperaba menos. Me da usted una alegría de las grandes.

Seb.
No, no. Si no lo digo por mí. Lo digo por usted: de ninguna manera voy a consentir que ese amigo que le ha regalado los billetes, pueda pensar que su obsequio lo cambia usted alegremente. Esto no está nada bien, ya lo sabe. Así me lo enseñaron mis padres, que Dios haya en su gloria.


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