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martes, 30 de abril de 2013

DESCENSO DE LAS VENTAS




Hil,
Buenos días, Don Sebastián.

Seb.
Buenos días. ¿Cómo estamos de salud?

Hil.
De salud, bien, gracias a Dios.

Seb.
¿Y el negocio?

Hil,
Ese no tan bien, ¡Con esto de la crisis!

Seb.
¡No me diga! Yo imaginaba que la mala situación que atravesamos le vendría bien a usted y a sus colegas. Supongo que habrá más enfermos de los nervios, del estómago, con dolores de cabeza, con estrés …

Hil.
Sí, sí. Puede que haya más enfermos, pero el negocio baja. ¿Y sabe usted por qué? Se lo explicaré. Como están escaseando los dineros, el personal gasta menos en medicinas. ¡Si lo sabré yo!


Seb.
Entonces, ¿qué hace la gente para aliviar sus males?

Hil,
¿Que qué hace? Echar mano del peor enemigo de un boticario: El reposo.  Los enfermos ahora descansan; se tumban en el sofá, se ponen la tele –que es como una droga de efectos múltiples y dañinos– y se atontan. Y no les hace falta nada,. ni calmantes, ni estimulantes, ni reconstituyentes … Créame, Don Sebastián, el reposo es uno de los mayores enemigos de la humanidad. ¡Y encima es gratis!

Pero no es el único problema del negocio

Seb.
¿Hay más?

Hil.
Bastante más, querido amigo. Uno de ellos es la emancipación de la mujer. Desde que las damas empezaron  a sacar los pies del tiesto, los boticarios hacemos menos caja.

Seb.
Pues no se me ocurre la relación …

Hil,
Es sencilla. Las mujeres de ahora sufren menos de amores y, en consecuencia, no necesitan el apoyo de la farmacopea. ¿Recuerda usted el baile de la verbena de la Paloma última?

Seb.
Sí, pero …

Hil.
Sí, hombre, sí. La bronca que tuvieron el muchacho ese que se las da de castigador y presume de fachenda, … el Julián. Ese que dice que es cajista, que no tengo yo muy claro si es mejor ser cajista o cajero. ¿Recuerda usted?

Seb.
¡Ah, sí! la discusión con la Susana. ¡Qué moza!

Hil,
La demostración evidente de que la naturaleza es inteligente! ¡Lo tiene todo! ¡Y en su sitio!

Seb.
Ya sé que le gusta. No olvide que este barrio, y perdóneme la herejía, es un poco como Dios: todo se sabe. Figúrese que se dice por ahí, y no me lo tome usted a mal, que el boticario, o sea usted mismo, es monárquico constitucional …

Hil.
¿Monárquico y constitucional? ¿A la vez?

Seb.
Sí, sí. Las dos cosas, porque su deseo es ser el Rey de la casa y vivir como un rajá, que es algo así como un monarca ricacho con muchas mujeres, pero en indio.

Hil,
¿Y lo de constitucional?

Seb.
Está claro. A usted le gustan todas: altas, bajas, rubias, morenas, cobrizas, de cuerpo esbelto y sílfido o de caderas y pechos generosos, como las matronas íberas…

Hil.
Tiene usted razón, Don Sebastián. ¡Tiene muchísima razón! Y si me gustan las hijas de Eva … En esto soy constitucional, y constituyente. Pero volvamos a la bronca. ¿Recuerda usted lo que le dijo la Susana al Julián?.

Seb.
Pues, ahora mismo …

Hil.
Permítame que le ponga los recuerdos en la fresquera. Le dijo que iba, ¡sola!, a los toros de Carabanchel, y lo que más me interesa: a gastarse en botica todo lo que él la había hecho padecer.

Seb.
¿Y …?

Hil,
Que la Susana no ha vuelto a aparecer por mi establecimiento. Y eso sólo puede significar que ya no padece, que se ha buscao otro, que ha puesto tierra de por medio, que se ha echao los sufrimientos donde se pone el mantón, que a Rey muerto, Rey puesto. Y de sufrir, nada de nada.

Y, otra verdad incontrovertible,  si no hay dolor, no hacen falta boticas.

Seb.
¡Hombre! ¡Quién sabe! A ver si se han arreglao y están tan contentos.

Hil.
Eso lo debería saber usted. ¿Ha paso la Susana por su tienda, para cambiar su ropero? ¿Le ha comprado algún manojo de hilos cromáticos para bordar el ajuar?. ¿Le ha pedido a usted ropa de cama o de mesa? ¿Ha preguntado por las canastillas?

Seb.
Pues no, la verdad es que hace tiempo que no la veo por la tienda. Pero no me parece que sea por eso. A mí, como a todo bicho viviente que ande a dos patas y maneje dineros, también me afecta la emancipación de la mujer. Y por ahí pueden ir los tiros.

Hil.
¿También a usted? No, si cuando yo digo que tanta liberación … Pero, explíquese usted.

Seb.
Mire. El feminismo ha traído la revolución a las ropas femeninas; una revolución a la baja para mi negocio. Antes, por ejemplo, para hacerse un refajo o un guardapiés, una mujer necesitaba tres o cuatro varas de buen paño de Béjar, ahora, para una falda, se apañan con cuatro o seis cuartas de una tela finita, muy floripondiada, ni ciñen, ni arman, ni ná. Las fabrican todas igual, siguiendo los mandatos de un patrón  (me refiero al de diseño, no al del dueño de la fábrica).

Eso para una falda. Si piensa usted en la parte superior….

Hil.
Don Sebastián, ¡No me provoque!

Seb.
Hablo en serio. Antes, las mujeres compraban blusas amplias, exquisitamente bordadas y adornadas, en pechera o bocamanga, con algún volante o tira bordada. Ahora se plantan una simple camiseta lisa, sin adornos y punto.

Hil,
¡Qué barbaridad! ¡Qué brutalidad ¿Y que ha pasado con aquellos magníficos bordados, con aquellas tiras de bolillo que, como celosías, dejaban adivinar pero no ver?.

Seb.
Desaparecidas o en los museos. Figúrese usted, que esto de la liberación femenina afecta hasta a los músicos.

Hil.
¿Cómo?

Seb.
Claro, como la luz del sol. Si la mayoría no cosen, ¿para qué van a cantar!

Y esto es sólo sobre la ropa exterior. Si le hablo a usted de la interior … ni liberación, ni emancipación, ni femenina. ¡Una revolución!

Hil.
¡Me deja usted anonadado!

Seb.
Ya, ya. En cuando se habla de medias o ligas, empieza usted a mostrar signos de parálisis. Mire, Don Hilarión, en mi establecimientos yo tenía una importante cantidad de ballenas en sus correspondientes corsés; ahora sólo  me quedan un par de arenques, que son los del viejo ceñidor de mi señora. Las fajas, ahora se las he tenido que vender a los mozos de cuerda, para que no se lesionen la espalda.

Antes, las bragas tenían como un par de cuartas de ancho, porque tapaban completamente toda la parte inferior del tronco, desde la cintura hasta … Ahora son la mínima expresión de tela. Con una vara de materia prima pueden fabricar cincuenta o sesenta. Por los laterales, llevan una simple cintita y en la parte anterior y posterior, un minúsculo triángulo isósceles o equilátero.

Hil.
¿Y yo con la geometría suspendida!

Seb.
De los sujetadores … ¡que voy a decirle!

Hil.
¡Diga, diga!

Seb.
Los antiguos eran auténticas corazas que cubrían peto y espaldar. Reforzados en los laterales, llevaban una estructura en la pare delantera que convertían el pecho de una señora en un arma agresiva. Ahora, son un pequeñísimo trozo de tela que apenas tapa lo esencial. Los hay incluso, sin tirantes, ¡que es el súmmum!

Hil,
No sabía nada de esto. Pero, siga, siga usted con lo de la ropa interna; deme más detalles; me interesa mucho el tema.

Seb.
Me lo temía. Es usted un picarón incorregible.

Hil.
No me ofenda, Don Sebastián. Mi único interés en este tema es comercial. Si las prendas femeninas interiores de las señoras son tan pequeñas como usted dice, es más que probable que aumenten los enfriamientos y las contracturas musculares. Y si las señoras necesitan calor, ahí estaré yo. ¡Quiero decir, mis boticas! ¡Hay unos preparados modernos contra los dolores de frío … y las cremas y pomadas contra los espasmos musculares, hay que saber aplicarlas. Y, en esto, el consejo del boticario es fundamental.

Seb.
Ya, ya
Hil
Oiga, ¿Y no tendrá todo esto que ver con eso de “las ciencias adelantan una barbaridad”.

Seb.
¡Vaya usted a saber!
¡

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