Filosofías de barbero.
Que el hombre es un animal es
verdad universalmente admitida y comprendida, aunque sólo sea porque ni es mineral, ni es vegetal. Sin
embargo, con admitir este hecho constatado no es suficiente. Necesitamos concretar
un poco más y entre todos los adjetivos que se han añadido, a lo largo de la ya
larga historia de la humanidad, me quedo hoy con el que propuso el gran
filósofo griego. Fue él quien definió al hombre como “animal político”,
refiriéndose con lo de “político” a la idea y el significado de la antigua
palabra griega “polis”. Esta definición
aristotélica abrió un mundo de pensamientos, opiniones, comentarios y teorías … Sin embargo, para el modesto
entender de un sencillo barbero el griego no terminó de concretar el asunto. ¿A
qué animal se refería cuando soltó su definición? Porque animales hay muchos, y
muy distintos.
En el mundo de las aves encuentra
el animal-político varios modelos a los que imitar. Por ejemplo el águila de
majestuoso vuelo, dejándose llevar por las cálidas corrientes de aire (al
animal-político no le gusta el frío, se ha comprobado), vigilando desde su
privilegiada posición el espacio de sus dominios, en espera de que aparezca una
criatura de la que alimentarse.
Otro ave rapaz imitable por el
animal-político es el halcón. Pequeño, duro, todo fibra, de vista
extraordinaria y vuelo rapidísimo, es un cazador nato que ha depurado su
técnica hasta convertirse en una eficacísima máquina de matar. Cuando llega el
momento, se eleva por encima de su presa y sin ser visto, convierte su propio
cuerpo en un proyectil aerodinámico, y a una velocidad inaudita cae hacia ella
por detrás; la sobrepasa ligeramente pero enseguida endereza su vuelo y, desde abajo, golpea a su presa violentamente. Ya es una
víctima; quizá ni siquiera ha visto quién la ha matado.
Dos cazadores, dos modelos, dos
rapaces distintas, pero con una característica común: sólo atacan a piezas más
pequeñas. Así la posibilidad de éxito es mayor: su enemigo sólo puede intentar
escapar o defenderse desde la desesperación, pero no les hará frente.
Otro modelo de comportamiento a
seguir lo encuentra el espécimen aristotélico en el buitre. Pájaro de
envergadura, como el águila, de vuelo tranquilo y sosegado. Esperando su
oportunidad, su momento, vive de la carroña, de animales muertos. Ni siquiera
tiene que cazar, aventura muchas veces frustrante. El animal-político-buitre,
espera; ya aparecerá algún cadáver del que sacar su necesario sustento. No
siente remordimiento porque no tiene maldad, se limita a seguir el primer
mandamiento de la
Naturaleza: alimentarse. Él no mata, sólo se beneficia de lo
que nadie quiere, de lo que otros rechazan. Incluso se muestra sociable: no
tiene inconveniente en compartir su comida con otros buitres. incluso deja que
se acerquen algunos pequeños pajarillos, siempre que no se extralimiten.
Muchos son los animales que
vuelan y muchos por lo tanto, los comportamiento a imitar. No voy a recordarlos
todos, pero no puedo dejar en el tintero el modelo migratorio. Estas aves, como
se sabe, cambian de hábitat según se presenta el tiempo. Forman grandes grupos
–lo que no quiere decir que sean sociables–
y cuando empiezan a aparecer los fríos, levantan el vuelo y cambian de
residencia. Viajan unidos, en grupo, siguiendo a un guía que decide cuando se
levanta el vuelo y hacia dónde se va. El camino suele ser largo, algunos no
llegarán, pero el grupo, la masa, continuará. El hombre-político-migratorio,
muy numeroso, no tiene ideales; da igual si va hacia el Norte o hacia el Sur.
Sólo vuela siguiendo a otro.
El mundo de las aves, tan amplio,
oferta otros modelos. El mochuelo, ave de cuyas virtudes y defectos poco se
conoce pero que no tiene buena imagen; los pájaros cantarines, sujetos
imprescindibles en un modelo animal-político, cuyos gorjeos y trinos alegran el
ambiente y son los grandes propagadores de las ideas y los eslóganes con su
machacón y monótono cántico.
¿Qué decir del pájaro bobo?
Inocentón, simpático, torpe en sus movimientos pero capaz de andar, volar y
nadar. ¿Alguien duda de su función y de su necesaria presencia en este peculiar
zoo. ¿Qué bicho hay más simpático para un niño que un pájaro bobo? ¿Y no
empieza la educación del hombre en su niñez?.
Un último ejemplar del universo
de los volátiles, del que todo el mundo ha oído hablar, es el “pájaro de
cuenta”. Este animal es como el gamusino: se sabe que existe, pero nadie ha
cazado ninguno. El “pájaro de cuenta” no ha sido completamente descrito por los
biólogos, pues no son de general conocimiento sus costumbres, de qué se
alimenta, dónde anida, si es solitario o social, si cuida de sus crías o las
abandona a su suerte… Para mí que este
desconocimiento no es más que producto del interés de quienes lo conocen bien
para mantener el gran secreto. Pero, ¡ah, amigo!, una barbería es el mejor
laboratorio si el barbero es observador y discreto. Quienes crean que en estos
establecimientos sólo se habla de toros o de teatro, se equivocan. De vez en
cuando surgen pequeños detalles, frases aisladas, que uno va coleccionando con
paciencia. Al cabo, unos y otras van encajando y componiendo el rompecabezas.
Por esto se yo –y es la primera vez que lo digo– que el “pájaro de cuenta” es
una especie más imitada de lo que parece.
Su comportamiento es complejo y
seguirlo resulta arriesgado. Pero cada vez hay más “animales-políticos” que
tratan de imitar su conducta. Vive en cualquier parte, lo mismo le da la
frondosa cruceta de un gran árbol, que el discreto rincón protegido por el
alero de un tejado; ni caza, ni pesca, se alimenta de lo que otros pescan o
cazan para él y no se conforma con poco; es capaz de imitar el vuelo majestuoso
y aristocrático de un águila, o zigzaguear velozmente sorteando toda clase de
obstáculos como una golondrina, o esconderse en cualquier oquedad para escapar
de la aguda vista del milano; procura ser discreto porque ahí encuentra su
permanencia; viste colores corrientes y poco destacados porque en el duro mundo
de la naturaleza cuando más llamativo y espectacular se muestra uno, más
enemigos; puede ser un líder pero no le interesa serlo por mucho tiempo, un
líder siempre termina trabajando para los demás y es mejor que los demás
trabajen para uno. Muchos son los peligros a los que ha de hacer frente, pero
su cualidad más destacada es … sobrevivir.
El “político-animal”
aristoteliano puede optar por mostrarse como los jefes de las manadas de
mamíferos. Estos animales gozan de especiales privilegios como comer los
primeros o montar a cuantas hembras se les antoje y disfrutar de una vida relajada sólo con
mirar fieramente a sus congéneres. Pero deberían pensar que cuando les llegue
la vejez y sean retados y vencidos por un macho más fuerte y más joven, su vida
cambiará radicalmente. En el mundo animal esto significa comer el último y lo
que te dejen, y olvidarse de las hembras. Para este tipo de “animal-político” el cambio se suaviza
bastante y su destino queda relegado a un sosegado retiro en un bien soleado
despacho, pero sin nadie a quien mandar, sin ningún acólito que jalee sus
vulgares ideas como si fueran geniales descubrimientos.
El abanico de posibilidades
disponibles da mucho juego. Es posible tomar el papel del perro, el mejor amigo
del hombre, fiel y agradecido, pero siempre en segundo plano, aunque el modelo
elegido pertenezca a una de las clases más fieras y peligrosas.
El caballo es animal noble y
eficaz, siempre ayudando sin pedir casi nada a cambio. Para el
“animal-político” es modelo disponible, pero de imitación no recomendable.
Trabajar por trabajar, sin demasiadas perspectivas de prosperar, no es un
cuadro futuro halagüeño.
El mundo felino tiene su
representación doméstica en el gato. Independiente y silencioso, es capaz de
dejar a un lado sus instintos más básicos por un buen plato de pienso y un
cómodo cojín al lado del radiador para dormitar tranquilamente.
Por lo hasta ahora visto queda
claro que no siempre es aconsejable tratar de reproducir el comportamiento del
mundo animal, adaptándolo al peculiar entorno de la política. Cualquiera de los
patrones anteriores ofrece al “animal-político” importantes ventajas aunque
debe arrostrar los peligros e inconvenientes que conlleva.
Pero aún queda un grupo de bichos
despreciables y peligrosos que no deberían ser copiados por sujetos biológicos
más evolucionados. Sin embargo y aunque por suerte no son muy numerosos, no
faltan ejemplos que resultan escandalosos por lo llamativos y por lo hirientes
que resultan sus acciones.
¿Qué decir de los
“animales-políticos” que deciden comportantes como las silenciosas e hipnóticas
serpientes? ¿De las incómodas y molestas sabandijas? ¿De los inconstantes y
poco fiables camaleones, cuyo verdadero color desconocemos? ¿Y las
sanguijuelas, que engordan con la sangre ajena?
Estos bichos. que tienen que
existir porque Dios así lo quiso,
palidecen ante alacranes, tarántulas y otros insectos venenosos y
mortales que se atreven a atacar a animales de mucho mayor tamaño que ellos.
Quienes se sienten tentados por imitar comportamientos tan mortíferos, no
deberían olvidar las enseñanzas del refranero popular: el pez gordo siempre se
come al chico. Esta es una verdad incontrovertible que ni el mismo Aristóteles
se atrevería a desmentir.
Después de haber puesto sobre un
papel estas primera ideas, buscaba en los pliegues de mi cerebro nuevos
animales susceptibles de representar a un tipo de político, pero tuve que dejar
el asunto porque sonaron las cortinas de la puerta de mi establecimiento.
Entraba un cliente y, lo primero es lo primero. No me refiero a ganar dinero,
sino a deber de cumplir como servidor del público. Porque, hasta los políticos,
si se presentan limpios y aseados ganan mucho.
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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