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martes, 19 de noviembre de 2013

ZARZUELAS CON AÑADIDOS


Escenografía del Teatro de la Zarzuela 2013


Hil.
¡Buenos días, amigo mío!

Seb.
¡Buenos días, nos de Dios a todos!

Hil.
A todos, a todos … No sé. A algunos, a lo mejor, tenía que darles un pescozón.

Seb.
¿Y eso? ¿Cómo viene usted tan poco solidario con el género humano?

Hil.
Pues, la verdad, es que he dicho lo dicho, sin mucho convencimiento. Pero ..

Seb.
Pero es que algo le reconcome los intestinos, o sea le raspa las tripas.

Hil.
Pues sí.

Seb.
¿Y puede saberse?

Hil.
Pues que me he enterado de que a una zarzuela cortita le han añadido música que originalmente no tiene.

Seb.
¡Ay, Don Hilarión! ¡Siempre andamos con lo del tamaño! ¿Y de qué obra se trata, si no es un secreto?

Hil.
Pues de la nueva, de Los amores de la Inés.

Seb.
¿La de Falla? ¿La que ha estado más de cien años durmiendo?

Hil.
Sí señor. Esa.

Seb.
Hombre, a lo mejor es que después de un siglo en formol, le convenía un arreglo para presentarla en sociedad.

Hil.
No lo sé, pero a mí estas prácticas me causan inquietud. Porque, dígame usted, ¿tiene sentido que se estén realizando exigentes y exhaustivas revisiones musicológicas y luego, al llevar las obras a la escena, se introduzcan cambios o añadidos? ¿Se está alterando la naturaleza más íntima de las obra? ¿Por qué y para qué se cambian o se añaden músicas o textos? ¿Qué es eso de “adaptar” las obras a nuestro tiempo? ¿Busca alguien convertirse en coautor, con lo que eso significa?

Seb.
Plantea usted más interrogantes que el examen de conducir, pero me temo que no tienen una respuesta definitiva.

A mí, como a usted, en principio estas prácticas no me entusiasman. Hace muchos años, un gran director de orquesta, hablando de esto de las versiones, me dijo: “Si lo pruebas, el original es lo mejor”. Hablaba de música sinfónica, pero creo que viene a ser lo mismo.

Pero quizá haya que dar un margen de confianza. esperar a ver los resultados. A lo mejor esos añadidos no se notan, incluso, puede que queden bien.

Hil.
Hombre, en este caso, además, seguro que la gente ni se entera. Porque, verá usted: la música que se ha añadido es del propio Falla, obras de la misma época más o menos y poco conocidas por la mayoría del público. Además, como la música original de Los amores no la conoce nadie, salvo, claro está, los que la están haciendo ahora, pues no podemos saber si nos dan chicha o limoná. ¿Me entiende usted?.

Seb.
¡Claro que sí! ¡Cómo no le voy a entender!

Hil.
Pero, déjeme que siga y le conteste a esa idea de si queda bien el añadido o no. Mire usted, puede que el espectáculo sea bueno, bien hecho, bien cantado, bien dicho, bien interpretado … Bien, bien, vamos. Pero no es Los amores … En todo caso será Los amores de la Inés … Plus.

Seb.
Hombre, Don Hilarión. En rigor, no le falta a usted razón, pero a mí me parece que no hay que llevar las cosas al extremo. Ni por los que hacen estos arreglos, ni por los que escuchamos.  Demos tiempo al tiempo; vayamos al teatro y juzguemos después.

Hil.
Ya, ya. Quizá tenga usted razón. Pero es que esto … no acaba de convencerme. Pienso en lo que habría dicho –y hecho- don Manuel de Falla en este caso. Él que era muy exigente con sus cosas, no hay más que recordar las peleas que tuvo con un franchute cuando estrenó La vida breve en París porque el susodicho no cumplía, es-tric-ta-men-te, lo firmado.

Seb.
Es verdad. ¿Qué habría hecho? Era exigente… pero .. ¿sabe usted que estrenó su Inés con una orquesta sin oboe, con una viola y un único contrabajo que estaba siempre en el bar de la esquina?.

Hil.
¡Qué fino es usted, Don Sebastián! ¡Cómo se nota que es un comercial! Acaba usted de darme, sibilinamente, la puntilla. Ahora tengo más dudas que antes.

Seb.
No se martirice, querido amigo. Vaya usted al teatro, vea y escuche. Si le gusta, aplauda y si no, márchese a casa, pero no se haga mala sangre.


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