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jueves, 6 de febrero de 2014

SOLUCIÓN PARA LA ZARZUELA



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Seb.
Buenos días, Don Hilarión.

Hil.
Que los hados le sean propicios en la jornada que se inicia, dilecto amigo.

Seb.
¡Uy, uy, uy! Por el contenido y el continente de su saludo, infiero que está usted contento. ¿Me equivoco?

Hil.
No.

Seb.
Y, puede pasar a dominio público la razón, causa u origen de su satisfacción matutina?

Hil.
Se lo diré en pocas palabras: he encontrado la solución para la zarzuela.

Seb.
¿No me diga?

Hil.
Sí le digo.

Seb.
Explíquese.

Hil.
Me manifiesto. Usted sabe que llevo dándole vueltas a la cabeza, dicho sea en sentido metafórico, para hallar una salida a la crisis de la zarzuela.

Seb.
Lo sé.


Hil.
Y también conoce, porque es este tema es usted confidente a la par que amigo, que nada había descubierto.

Seb.
Lo conozco.

Hil.
Pues eso se ha acabao y se ha arrematao, como dicen en La verbea…porque anoche …

Seb.
… ha encontrado usted una solución.

Hil.
Sí, señor. Anoche vi la luz, encontré tierra al final de la dura travesía por el proceloso mar los fracasos, se satisficieron mis esperanzas y se colmaron mis ilusiones.

Seb.
¿Todo a la vez, y de noche?

Hil.
No se burle, Don Sebastián. Es que el descubrimiento ha sido tan grande que disfruto rememorándolo.

Seb.
Pero, ¿me lo va a contar, o lo va a disfrutar usted solo?

Hil.
Perdone, Don Sebastián. Allá voy. Usted sabe que llevo dándole vueltas a la cabeza …

Seb.
Eso lo ha dicho usted antes.

Hil.
Ya, ya. Era para coger el hilo …

Seb.
Pues, áteselo al dedo y siga.

Hil.
Pretendía la solución enfrentando el problema desde el calor de los sentimientos, desde el corazón. Y no encontraba nada. Y era natural.

Seb.
¿Cómo que natural?

Hil.
Pues claro. Mire usted, querido amigo. Cada parte del cuerpo humano sirve para una cosa concreta: las piernas para andar …

Seb.
… y para jugar al fútbol … y para meter la pata…

Hil.
… las manos para comer, los ojos para ver, el oído para oír, el corazón para querer a nuestros semejantes …

Seb.
… y semejantas …

Hil.
Y, para pensar … está la cabeza.

Seb.
Bueno, bueno: hay quien piensa con los pies.

Hil.
No me interrumpa, por favor. No estoy hablando de políticos.

Lo que quiero decirle es que yo buscaba la solución desde el cariño, y me di cuenta de que tenía que abandonar la vía humanística para circular por la frialdad del camino científico. Y después de respirar profundamente, me encaminé hacia la vereda deductiva.

Seb.
Y, ¿cuál fue su primer paso?

Hil.
Hacerme a mí mismo las preguntas elementales, las más básicas, las que fundamentan y asientan todo el edificio del conocimiento humano.

Seb.
Déjese de retóricas.  ¿Qué preguntas? ¿De dónde venimos; a dónde vamos?

Hil.
Ni hablar. Me interrogué sobre ¿qué es lo más popular de estos tiempos, lo que más interesa a la mayoría, lo que está en boca de todos…?

Seb.
¿La política?

Hil.
No, hombre, no. Eso sólo interesa a los políticos y a los periodistas subvencionados que viven de ella. El día que al pueblo le interese la política,… se acabaron los políticos.

Seb.
¿El poder? ¿El dinero?

Hil.
Tampoco. Eso sólo interesa a los que lo pretenden y a los que lo tienen. Unos para alcanzarlo, otros para no perderlo.

Seb.
¿Las mujeres, el sexo?

Hil.
No lo cera, amigo mío, por mucho que le digan. Las mujeres … solo preocupan a los hombres, que somos más o menos la mitad del mundo. Y en cuanto al sexo, … lo que importa, lo que interesa es “hablar de”, “presumir de” … contar la película, vamos, aunque protagonizarla … sea otra cosa.

Seb.
Me descoloca usted, Don Hilarión. Si no es la política, el poder, el dinero, la mujer o el sexo, ¿qué puede ser?

Hil.
A ver, Don Sebastián, piense usted … con los pies.

Seb.
¡Ah, Don Hilarión ! ¿Qué sibilino! Usted se refiere, al fútbol, y, por extensión, al deporte.

Hil.
Caliente, caliente, aunque más que al deporte me refiero a la competición, en general. Fíjese que, cuando el deporte de verdad tiene poder de convocatoria y mueve masas, es cuando sobre  él se coloca, se impone la competición, cuando se establece una pugna.

Cuando esto ocurre, la gente toma partido, se crean bandos, se endiosan individuos o equipos y se desprecia a otros. Se crea la pasión y ello llena estadios, ocupa los noticiarios, inspira a periodistas y escribientes… En fin, usted ya sabe.

Seb.
¿Y qué pretende usted? ¿Convertir la zarzuela en un deporte? ¿Regular, con la rigidez de un reglamento, los contenidos de una romanza o un dúo? ¿Establecer cuánto ha de durar cada acto? ¿Qué haya zarzuelas de tenores contra barítonos, como los partidos de solteros contra casados?

¡Ay, señor boticario! Que empiezo a creer que la suya es una profesión de riesgo y que usted pasa muchas horas en la rebotica.

Hil.
No se precipite, amigo mío. De todo esto, hay que quedarse con la idea básica, con la semilla y adaptarla a nuestro terreno. La zarzuela necesita de ese apasionamiento que nace de la competencia; a la gente hay que darles iconos; los divos arrastran a la masa y crean público. Y para seguir en el candelero hay que trabajar, y los que quieran parecerse a ellos tienen que trabajar mucho más.

Seb.
Pero, ¿no cree usted que convertiríamos los teatros el lugares de escándalo y bronca? Usted sabe, como yo, que cuando la afición y el entusiasmo se desbordan…

Hil.
No se preocupe, amigo mío. Ya no somos como antes; nos hemos aplacado. Ahora, cuando en un espectáculo zarzuelero se nos toma el pelo y se nos engaña, ¿qué ocurre? Nada. ¿Esperamos al responsable a la salida para mostrarle nuestro enfado?

No, amigo mío, no. Claro que, cuando una función consigue entusiasmarnos, tampoco sacamos a hombros a nadie.

Seb.
Hombre, un poquito pusilánimes sí que somos. Pero sigamos, admitamos la idea a trámite, como dicen en el Congreso. ¿Ha discurrido esa cabeza de usted tan brillante, alguna idea concreta? O, va a quedarse en los condicionales?: “Habría que…, sería necesario…, si se hiciera…, en el caso de que…., considerando …

Hil.
Tengo un plan. Y lo voy a poner en marcha. Es un secreto, así que no becesito decirle …

Seb.
Soy una tumba.

Hil.
Me fío. Voy a montar una claque, pero no como las de antes; no. Va a ser una claque moderna, utilizando los medios modernos, la tecnología más puntera, las herramientas más sofisticadas. No puedo darle detalles, pero va a ser de órdago.

Seb.
¿Y cree usted que dará resultados?
Hil.
¡Pues claro! ¡Como mis emplastos para el dolor de muelas!


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