Con el asunto del Brexit ha
vuelto a salir a la palestra el tema de Gibraltar. Y aunque habrá mucho que
hablar, parece que, por lo menos, España tendrá derecho de veto contra
algunas decisiones tomadas en el Peñón.
El tema de nuestra reclamación
sobre la soberanía de Gibraltar no es nuevo. Lo sabemos. Como lo sabían hace
151 años, José Picón y Francisco Asenjo Barbieri que, en el Teatro de la
Zarzuela, dieron a conocer una zarzuela titulada Gibraltar en 1890.
La traemos aquí para demostrar
que eso de que la zarzuela está muerta, anticuada, fuera de su tiempo, etc.
etc. es una opinión más que discutible, emitida muchas veces, por
desconocedores de este modelo de teatro lírico. Además, se nos ha ocurrido
proponer al Teatro de la Zarzuela, que se plantee ponerla en escena, e invite
a los parlamentarios (que tan cerca están) a contemplar una función. Estamos
seguros de que todos encontrarán en esta pequeña obra, argumentos para
justificar su punto de vista (en esto son verdaderos especialistas) y comprobarán,
de verdad, qué es eso de la zarzuela.
Creemos que pasarán un buen rato.
Después, si no les gusta, están
en su derecho. Pero si se aficionan, quizá decidan tocar lo del IVA, quizá
presten algo de ayuda al género … Aunque mucho nos tememos que eso sea, como
esta zarzuela, otro “sueño”.
|
Portada del libreto |
Gibraltar en 1890. Sueño lírico en un acto y en verso. Texto de
José Picón. Música de Francisco Asenjo Barbieri. Estreno: Teatro de la
Zarzuela, de Madrid, el 22 de enero de 1866. Acción en Gibraltar.
Números musicales. Introducción
orquestal. Coro de extranjeros y Juan (“Barberos españoles”). Coro de
escoceses. Luis, Juan (“¡Derechos y firmes!”).
Cuarteto. García, López, Luis y Juan (“El proyecto temerario”). Escena.
Samuel, judíos y soldados (“Venid con sigilo”). Escena final. Samuel, judíos,
mujeres, niños (“Milord, misericordia”).
Personajes e intérpretes
del estreno. Miss Fanny Clayton, hija de Lord Clayton (Dolores Fernández). Mistress
Ana, aya de Fanny (Carolina Luján).
Lord Clayton, general
gobernador de la plaza (Calvet). Luis
Pla, tabernero (Dalmau). Juan Plo, barbero (Landa). López, neocatólico
(Arderíus). García, republicano (Jiménez). Samuel, comerciante judío (Rochen). Un
policeman (Sr. Castillo).
Argumento. Acto único. Interior
de una tienda de aspecto extraño[1]
[Introducción orquestal]. Luis, sentado y pensativo; Juan, afilando la máquina
de afeitar. Entran distintas personas (rusos, armenios, chinos o ingleses) y
Juan les atiende [Coro de extranjeros y Juan]. Entran los judíos, con Samuel a
la cabeza y se dirige a Luis pidiéndole
de beber al tiempo que importuna a los españoles diciéndoles que nunca podrán
echarles de Gibraltar, porque es Inglaterra. Luis y Juan se enfurecen y atacan
a Samuel. Este llama al Policeman y se marcha contento porque el policía ha
multado a los españoles. Luis está rabioso y dispuesto a todo, pero Juan
consigue tranquilizarle.
Llegan Mis Fanny, con un
libro y Mistress Ana con un quitasol. La primera pide a Luis que le explique
ciertos pasajes del Quijote y Ana a Juan que le hable, con ejemplos, de los
vinos españoles. Luis confiesa a Fanny que la desea por esposa; ella también le
quiere, pero no pueden casarse porque Fanny es católica y él es un simple tabernero. Luis pide una semana, al cabo de
la cual se habrá convertido en héroe o estará muerto. Regresan de su paseo Juan
y Anna, que tampoco pueden casarse: ella es el aya de Miss Fanny y el un simple
barbero. A Juan se le ocurre cambiar de oficio, pero ni aún así.
Entran García y López,
bastante azorados y las mujeres se despiden. Los recién llegados se presentan
como españoles diciendo que les persiguen por conspiradores y explican sus divergentes
ideas políticas y revolucionarias (García es republicano y López, católico).
Luis y Juan intentan apaciguarles: primero habrá que conseguir el triunfo,
después tiempo habrá de hablar.
Unos soldados escoceses
borrachos [Coro de escoceses] pretenden afeitarse. Luis y Juan se oponen; la
discusión sube de tono y aparece Lord Clayton preguntando qué ocurre. Los
españoles contestan que no pueden poner en marcha la máquina para clientes
borrados porque es arriesgado. Lord Clayton trata de que hablen de uno en uno y
como no lo consigue, ordena a los soldados que se marchen o les enviará al
calabozo. Los españoles se muestran agradecidos.
Lord Clayton pide ser
afeitado a mano mientras saborea un buen jerez. Juan comenta que los soldados
están bebidos desde por la mañana; Lord Clayton le reprocha que no comprendan
la hospitalidad que les presta Inglaterra y que la tienda sea siempre lugar de
alborotos. El problema, apunta Luis, es que barbería y taberna estén una frente
a otra, porque los ingleses, después de emborracharse, quieren ser afeitados.
Lord Clayton tiene la solución: sólo tendrá que haber un establecimiento. Ni
Juan ni Luis están conformes. Lord Clayton presume de las bondades de
Inglaterra y los españoles le recriminan los bienes que han robado, poniendo
Gibraltar como ejemplo. Lord Clayton lo niega: tienen Gibraltar por un tratado.
Luis le recuerda lo sucedido (el episodio del pirata Drake) y que tienen el
peñón por la acción de Luis XIV, que regaló lo que nunca fue suyo, y por el mal
rey y el mal gobierno de España que aceptaron el tratado. Lord Clayton
argumenta razones económicas y zanja la discusión diciendo que devolverán
Gibraltar a España cuando acaben las guerras intestinas en España y la nación
esté unida.
Los españoles se sienten
humillados y enfadados con ellos mismos; el inglés tiene razón y deciden
conspirar. Luis, de buena familia, confiesa que quedó en la ruina por malgastar
su herencia y al caer en tal estado tomó una decisión: se hizo con el local de
la barbería y, aprovechando que Gibraltar es puerto franco, adquirió en Nueva
York un tubo de goma elástica con “mercurio fulminante y con nitroglicerina”.
Juan continúa con la explicación: El inmenso alambique que destila el
aguardiente es, en realidad, una fundición que forja barrenas, y la máquina de
afeitar es una perforadora que hace agujeros de hasta cien metros de
profundidad, como lo de un gran barreno. La tienda, en cuestión, es la quinta que
tiene y todas están unidas por unos hilos metálicos que, parecen un telégrafo,
pero que terminarán formando una “galvánica pila”. Mañana van a provocar una
explosión que convertirá en ruinas la roca; así quedará borrada del mapa la señal de la ignominia. Con
esta acción, quien fue en vida un criminal, morirá como un héroe.
Tras esta declaración
Juan y Luis entregan sus testamentos a García y a López y les aconsejan que se marchen a Algeciras.
Ellos deciden quedarse y todos se dan la mano efusivamente [Cuarteto].
Aparecen Fanny y Anna con una mala noticia: ha estallado una
insurrección militar y los soldados piden al gobernador la cabeza de Luis y de
Juan, porque se niegan a afeitarles y a venderles licor. Lord Clayton, para
aplacarles, les ha prometido que los señalados se marcharán de Gibraltar, y
hacia aquí se dirige con sus soldados. Las dos mujeres caen desmayadas pero se
recuperan en cuanto Juan les acerca a la nariz un vaso de ginebra. Anna y Fanny
se muestran zalameras con Juan y Luis, los cuales las aconsejan la huida pues
corren un gran peligro. Las mujeres se niegan. Luis ordena a Juan que cierre
las puertas y ponga en marcha el mecanismo.
En la Plazuela del
Martillo[2],
de Gibraltar. Se escuchan tambores y
clarines que preceden a los soldados escoceses, desarmados, seguidos del pueblo
[Escena].
Samuel señala la casa
donde se atrincheran los españoles con Fanny y Anna. Luis anuncia que si rompen
la puerta, todos morirán. Samuel, parapetado tras los soldados, sigue incitando
a los asaltantes, cuando Juan abre la puerta y sale con una bandera española en
la mano. Lord Clayton se interpone y da a Juan un breve plazo para que se
marche. Ante tal generosidad, Juan ofrece una prueba de grandeza y explica que
él y Luis, aparentemente dos desgraciados, son en realidad, caballeros ilustres
y con recursos que han venido a Gibraltar para exponerse a una muerte cierta y
declaran que, habiéndose Inglaterra apoderado de Gibraltar por la fuerza y no
habiendo cumplido las promesas de devolverlo; habiendo robado Inglaterra cuatro
navíos españoles que venían de América cargados de plata, y otros reproches,,
han decidido declarar la guerra a la Gran Bretaña. Lord Clayton pregunta si
tienen algún arma mágica y Juan contesta que sólo una: una enorme pila de Volta
que reducirá a escombros el peñón. Pero como España no olvida la ayuda que
Inglaterra le prestó contra Francia en la Guerra de la Independencia. le
ofrecen un día para que abandone la plaza y salve la vida. Lord Clayton pide
una prueba de lo que ha escuchado y Luis, cumpliendo la orden de Juan, hace
volar el castillo del Hacho[3].
Se escucha una gran explosión y el Hacho desaparece. Las mujeres, niños y los
judíos se arrodillan; Lord Clayton entrega al Policeman una nota en la que pide
instrucciones a su gobierno: ¿entrega la plaza o mueren todos? Los ciudadanos
ruegan al gobernador [Escena final]. Lord Clayton pide que estallen los
barrenos y así morirá con honor. Los cuatro españoles y las dos damas inglesas
creen que es un sacrificio inútil y los soldados elogian el valor de su
general.
Lord Clayton ordena a los
civiles evacuar la plaza. Luis le indica que Fanny le quiere y va a morir con
ellos; su padre, recordando la gesta de Guzmán el Bueno entrega a Luis sus
propios fósforos para que ponga en marcha la pila.
De pronto suena el
telégrafo y el Policeman recoge el mensaje.
Desde Londres indican al gobernador que, puesto que no es posible
conservar la plaza, la entregue haciendo ver que la cede por magnanimidad,
porque aprovechando que es el aniversario del nacimiento de Cobden, a propuesta
de Mister Brigh[4],
el Parlamento ha decidido que Gibraltar no interesa y su restitución es
aconsejable en estos tiempos.
Entre vivas a Inglaterra
y a España, todos se abrazan. Luis aprovecha para pedir la mano de Fanny que Lord
Clayton le entrega como símbolo del vínculo sagrado entre Inglaterra y España.
Comentario. La zarzuela,
llamada con mucha intención “sueño lírico”, fue bien recibida, especialmente
por la calidad de la música, reconocida por los cronistas de la prensa. Pero
antes de reproducir algunos de los comentarios, tenemos un testimonio
excepcional, nada menos que el de Gustavo Adolfo Bécquer (“Revista de la
semana”, en El Museo Universal, 28-1-1866),
que, aunque no lo hizo público muchas
veces, era un crítico musical muy exigente, especialmente en lo relacionado con
el canto. Escribe el poeta sevillano: “respecto al juguete titulado Gibraltar en 1890, nos parece
poco lisonjero para España que sólo en sueños pueda suponerse posible la
recuperación de aquella plaza, y eso por los medios sobrenaturales que emplea
el protagonista de la zarzuela”.
Firmada por “J” , apareció en La
Época 822-1-1866), este comentario, parcialmente reproducido en La Discusión del 28 de enero::
“Gibraltar en 1890 encierra un buen pensamiento. Lamentarse de que
los españoles sólo se ocupen en rencillas de partido, y en revoluciones
políticas, descuidando todo aquello que puede contribuir al engrandecimiento y
al bien de la patria en general, es una buena idea, solo que el Sr. Picón,
autor del libreto, ha estado poco acertado en el modo de desarrollar.
Esta idea es demasiado noble y
grande para tratarla en caricatura.
Además de que el Sr. Picón, sin
pensar que su zarzuela iba a cantarse en un teatro donde sería fácil que
hubiera muchos extranjeros, permite que el gobernador de Gibraltar diga delante
de cuatro españoles, que la España es un
país de perdidos, sin que estos rompan algún miembro, o todos, al dicho
milord gobernador.
Convenimos con el Sr. Picón en
que en España hay muchos perdidos, pero el Sr. Picón debe convenir con nosotros
en que estas cosas no se deben decir sino en familia.
De los tuyos hablarás, pero no oirás[5], dice el refrán.
además de que si en España hay muchos perdidos, como los hay y los ha habido en
todos los países del mundo, también hay muchos que se hallan muy bien
encontrados, y que les duele en extremo el que en público se digan semejantes
cosas.
El libro está muy bien versificado,
pero carece de situaciones musicales.
Sin embargo, el Sr. Barbieri,
autor de la música, ha sacado de él gran partido.
El coro de introducción es de
mucho mérito, así como el cuarteto entre los cuatro españoles y la escena
final.
Todas las
piezas están perfectamente instrumentadas y muchas de ellas, además de ser muy
aplaudidas, merecen todas las noches los honores de la repetición”.
En una simple gacetilla, el Boletín
de loterías y toros (23-1-1866), publicó:
“La música de Gibraltar
en 1890 tiene piezas adecuadas al libro, y escritas como lo sabe hacer el
señor Barbieri, autor de ella, siendo aplaudido y repetido un cuarteto; la
ejecución fue bastante buena, habiendo sido llamados al final actores y
autores”
En el diario La Época (23-1-1866), sin firma, se pudo leer:
“ [Gibraltar en 1890],
debida a la pluma del Sr. Picón, está basada en una anécdota francesa publicada
hace años en la Revista des Deus Mondes, y
tiene la gracia y el buen gusto literario peculiares al aplaudido autor de Pan y toros. La entonación algo seria de
la obra y los pensamientos elevados en que abunda, puestos en boca de
personajes grotescos, perjudicarán sin duda a aquella en vez de favorecerla.
Aún así tuvo buen éxito, siendo llamados
los autores al final entre unánimes aplausos. El triunfo, sin embargo,
correspondió por derecho al Sr. Barbieri, autor de la música, que ha dado una
prueba más de su indisputable talento. Riqueza de instrumentación,
originalidad, buen gusto, sabor español, todo esto encierran las piezas musicales,
entre las que descuellan un coro de hombres y un cuarteto que merecieron los
honores de la repetición entre bravos y palmadas”.
La Gaceta musical de Madrid acogió
el 25 de enero de 1866, bajo la firma de “O”, estas impresiones:
“Diremos,
sí, que Gibraltar en 1890, llamada sueño lírico por sus autores,
encierra un elevado pensamiento, cual es el de la reconquista de Gibraltar, y
que, por lo mismo, en vez de haber sido tratado en parodia, debió haber sido
objeto de una composición literaria en que hubiera descollado el género
heroico. Si es una profecía lo que ha querido aventurar el Sr. Picón,
inspirándose en un levantado sentimiento nacional, debió haber huido de la
caricatura. Por esta razón tiene doble mérito e importancia la música del Sr.
Barbieri que guarda perfecta consonancia con el pensamiento, no con la forma
general del libreto. En el preludio se
oyen algunas ligeras indicaciones de un himno patriótico inglés, mezcladas con
varias frases de la jota aragonesa. Pero donde el Sr. Barbieri ha hecho gala de
sus dotes de compositor ha sido en el cuarteto y coro que traen
involuntariamente a la memoria la situación del final del primer acto del Barbero; de manera que a no existir la
obra inmortal del inmortal Rossini, aquellos dos trozos de música del Sr.
Barbieri serían un tipo acabado de sonoridad y del más delicioso claro-oscuro.
No es esto decir que el Sr. Barbieri haya sido un servil imitador de Rossini;
es manifestar que en su género el Sr. Barbieri ha hecho una composición típica.
…
Por supuesto que no hay ni en el cuarteto ni en el coro del
Sr. Barbieri reminiscencia alguna que pueda acusarle de plagiario; lejos de
eso, el ritmo musical, las entradas de las voces, la gradación de las mismas y
el conjunto todo dan a estas dos piezas un sabor en extremo original. Y el
público, que sabe distinguir con su maravilloso instinto el oro del doublé, aplaudió frenéticamente y pidió
la repetición de ambas piezas”.
Por último, un breve comentario de la revista humorística Gil Blas (27-1-1866):
“He visto
Gibraltar en 1890.
Como
quien dice, he visto los imposibles.
La
música de Gibraltar en 1890 es de
rechupete.
Sí
señor, muy buena.
Vamos,
lo que se llama buenísima.
En fin,
una señora música.
Digámoslo
de una vez: música de Barbieri.
- ´¿Qué le parece a Vd. aquella hija del general
gobernador de Gibraltar metida en líos
con el barbero?
- Diré a Vd., un inglés me parece mal en cualquier parte;
pero una inglesa … ya es otra cosa.”
En 1991, Gabriel
Fernández Álvez realizó una versión a la que denominó ópera en un acto, que
dedicó a la memoria de Barbieri. El texto original fue, a su vez, revisado por
Andrés Ruiz Tarazona. Sobre esta revisión escribió Antonio Fernández-Cid
escribe: "las melodías son gratas, de un lirismo claro, y si pudiese
marcarse la diferenciación entre lo heredado y lo que ahora nace, tendríamos
que hallarla en cierta envergadura orquestal que desequilibra un poco la
balanza, aunque beneficia la calidad".
¿Veremos algún día la
devolución de Gibraltar? ¿Veremos algún día Gibraltar
en 1890 sobre las tablas?. El tiempo lo dirá, pero si Picón y Barbieri
soñaron, “¿por qué no hemos de poder soñar nosotros?. J.P.M.
[1] El libreto indica: “A la
izquierda del público, una rueda giratoria horizontal con diez o doce cuchillos
verticales, de modo que, colocándose otros tantos hombres sentados en sillas
alrededor de la máquina y aplicando la cara, pueda suponer buenamente el
espectador que se afeitan”.
[2] Antiguo nombre de la
actual John Mackintosh Square, una de las principales plazas del Peñón.
[3] Monte español en la ciudad
de Ceuta, considerado una de las dos Columnas de Hércules de la Antigüedad.
[4] Se trata Richard Cobden
(1804-1865) y John Bright (1911–1889), parlamentarios ingleses que consideraron inmoral
la usurpación del peñón.
[5] Refrán referido a los
roces y discusiones familiares, que recuerda que una cosa es que uno mismo
hable mal de los suyos y otra, muy distinta, que lo haga cualquier extraño.
Esto último suele considerarse intolerable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario