Seb.
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Buenos
días, Don Hilarión.
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Hil.
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Buenos,
muy buenos; sí señor.
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Seb.
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Es
evidente que viene usted satisfecho y contento.
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Hil.
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¡Y
tanto! Me encuentro más ancho que largo; como vulgarmente se dice.
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Seb.
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No
le pregunto la causa porque estoy seguro de que usted va a decírmelo.
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Hil.
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¡Claro!
Usted es mi amigo, Don Sebastián, mi contertulio más destacado y, en
consecuencia, me siento obligado a hacerle partícipe de mis alegrías.
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Seb.
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Y
la de hoy es …
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Hil.
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Que
me he desayunado leyendo en un artículo de un pendolista, que responde al
nombre de Arnoldo Liberman, una frase que expresa, con claridad meridiana, mi
opinión sobre la situación de la zarzuela. Escuche usted con atención la
expresión: “El director de escena ha matado a la ópera”.
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Seb.
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¿Ha
dicho usted “a la ópera”?
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Hil.
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Si,
sí, lo sé. Pero en este caso, ópera y zarzuela son lo mismo.
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Seb.
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Ya
entiendo …
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Cementerio de Mnotmatre (París= |
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Hil.
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Puede
usted imaginar que leer esta frase y llenárseme el alma de alegría ha sido
uno.
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Seb.
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Claro.
Es una acción que responde a una elemental reacción sicológica de la especie
humana. Cuando uno conoce una opinión similar a la propia, experimenta una
satisfacción interior, directamente proporcional a la personalidad social
asignada a la persona ajena que la ha enunciado.
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Hil.
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¡Caramba,
Don Sebastián! ¡Me deja usted patidifuso! ¡No le creía tan enterado de
cuestiones sicológicas de las personas humanas!
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Seb.
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No
tiene importancia. Es porque llevo unos días asistiendo a unos cursos
vespertinos sobre comportamientos básicos del ciudadano común.
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Hil.
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¡Acabáramos!
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Seb.
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No,
estamos empezando. Pero dejemos esto a un lado. Dice usted que el director de
escena ha matado a la ópera...
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Hil.
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No
lo digo yo, aunque comparto la opinión, si hacemos extensivo el pensamiento a
la zarzuela.
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Seb.
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Y,
¿quién es el responsable de la oración gramatical?
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Hil.
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Un
sujeto que tiene vergüenza, pundonor y lo que hay que tener. Un famoso y
respetado director de orquesta australiano.
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Seb.
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¿Qué
se llama?
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Hil.
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En
australiano Richard, pero me ha caído tan bien que voy a llamarle Ricardo, me
resulta más cariñoso y amigable. Ricardo, Ricardo Bonynge.
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Seb.
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¡Ah, sí! Richard Bonynge, Le conozco. Quiero decir
que conozco su trabajo, vamos que he oído alguno de sus discos y sé que ha
dirigido en los grandes teatros del mundo. Y, dígame, ¿el óbito ha sido
homicidio o asesinato? Porque no es lo mismo…
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Hil.
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¿Qué
pasa, Don Sebastián? ¿Es que también va usted a cursos de Derecho elemental?
¡Pal caso, da igual asesinato que homicidio! El asunto es que hay un muerto y
un ejecutor, el director de escena, dicho así, en genérico.
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Seb.
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Bueno,
bueno, amigo mío. No se exalte. Es que con esto del curso sociológico me
estoy volviendo más analítico que un miembro de botica. Y usted perdone.
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Hil.
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¡Déjese
de bromas! Aquí lo relevante es que un importantísimo personaje de la música,
un gran director de orquesta, un músico de prestigio universal, denuncia una
situación que usted sabe que no me agrada, que me parece un despropósito
absoluto y un atentado ético contra los derechos morales de los autores y una
agresión contra la cultura.
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Seb.
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Bueno,
no sé, yo he oído que ese colectivo que hemos dado en llamar “director de
escena” lo que busca es evolucionar el espectáculo de la ópera para adaptarlo
al momento actual, socio-político-económicamente hablando.
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Hil.
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¡Bah!
¡Paparruchas! La ópera, como la zarzuela, es música y por lo tanto nunca,
escuche usted bien, nunca es “siempre lo mismo”. Lo que es siempre lo mismo
es la pintura o la escultura y no por eso vamos a poner minifalda a las
meninas de Velázquez. Eso sin considerar que uno, como oyente y espectador,
tampoco es “siempre lo mismo”.
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Seb.
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Pero,
Don Hilarión, estará usted conmigo en que algunos cambios …
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Hil.
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No
rasque usted, Don Sebastián. No hace falta. La obra de arte es como es. Y hay
que disfrutar de ella según su naturaleza intrínseca. A nadie, en su sano
juicio, se le ocurriría representas a las Tres gracias, de Rubens, rollizas y
voluminosas, como tres sílfides esqueléticas de nuestra época.
No
hay justificación, a mi entender. La ópera, la zarzuela, el teatro .. es
convencionalismo. Lo que uno ve en un escenario no es real. Fíjese si no lo
será que Violeta, la de La traviata, muere
triste y desesperada …¡y canta al día siguiente! ¡Y sin que la reanimen los
del SAMUR!
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Seb.
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Ya,
ya, claro. Estaría bueno que …
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Hil.
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Pues
eso. Que es mejor dejar las cosas como son, que el teatro griego debe ser
teatro griego (menos en lo del idioma, porque apañados iríamos), y no una
pachanga politiquera o reivindicativa.
Que
el teatro clásico español debe ser clásico; Lope de Vega es Lope de Vega. Y
punto.
Que
la ópera y la zarzuela son lo que sus autores hicieron, Con sus luces y sus
sombras, con sus errores y sus aciertos. Con sus éxitos y sus fracasos.
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Seb
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Ay,
amigo mío! Bien sabe usted que comulgo con estas ideas, pero, de vez en
cuando me gusta provocarle. Le pido perdón, pero es que cuando se exalta, le
sale el coraje que tiene escondío.
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