El pasado 24 de mayo, en el Teatro de la Zarzuela, se
celebró un coloquio denominado Versiones
de zarzuela. Un momento para la reflexión, tema que interesa y preocupa a
un número importante de aficionados y de personas relacionadas con la zarzuela
desde más o menos profesionales. El coloquio estuvo presentado y moderado por
Daniel Bianco, director del Teatro, y en él participaron, digamos como
“ponentes”, el musicólogo Emilio
Casares, el director de escena Emilio Sagi, el dramaturgo y director de escena
Alfredo Sanzol y el periodista especializado Gonzalo Lahoz, codirector de la
revista Platea Magazine. A la sesión
asistió un importante número de personas, alguna de las cuales intervino en el
coloquio verdaderamente dicho.
El coloquio duró algo más de dos horas en las que se habló
básicamente del tema propuesto. No me es posible ofrecer un “diario detallado”
de lo ocurrido, pero sí quiero dejar constancia de lo que me ha parecido más
interesante y de aclarar algún detalle significativo. Tampoco voy a asignar
frases o ideas a nadie en concreto; no quiero establecer polémica alguna y,
mucho menos, correr el riesgo de adjudicar un pensamiento a quien no lo
expresó. Tampoco me haré eco de las consabidas comparaciones entre ópera y
zarzuela. Cada día me convenzo más de que es un “lugar común” que no lleva a
ninguna parte. Modestamente, creo que son cosas distintas y no encuentro mucho
sentido a estas comparaciones.
En primer lugar hay que dejar claro que el coloquio no se ha
organizado como consecuencia de las protestas, algunas escandalosas, acaecidas
en el Teatro durante las representaciones de
Doña Francisquita, aunque estas protestas hayan dado una especial
relevancia al tema y de ellas se haya ocupado una parte de la prensa que nunca
presta atención a la zarzuela. El coloquio estaba previsto desde hace unos
meses.
Iniciada la sesión, surgieron algunas de las razones por las
que se hacen estos cambios en el libreto. En la música no se hacen cambios.
El libreto no tiene
calidad. Es idea muy manejada y cierta en muchos casos, pero, una vez más,
la tendencia a generalizar nos lleva a emitir opiniones no siempre acertadas.
Hay que tener en cuenta
la enorme cantidad de libretos escritos a lo largo de la
historia (no todos van a ser “buenos”); la variedad de tipos de obras que
abarca lo que, genéricamente, llamamos “zarzuela” (no es lo mismo la revista de
actualidad, que la zarzuela grande, el género chico, o la opereta); la forma y
circunstancia en que muchos de ellos se han producido (no siempre el libretista
trata de crear una “obra literaria”, su trabajo, en ocasiones, responde a
simple –y comprensibles– circunstancias económicas). Además, cuando hablamos de
un libreto “malo”, ¿con qué lo comparamos?
Hay que aligerar la
zarzuela, argumentando, de paso que el público actual no está acostumbrado
a la duración de los espectáculos de hace centuria y media. No lo creo: en la Francisquita pasada, espectáculo que
dura 3 horas (incluidos 40 minutos de descanso) el público “aguantó” y no se
movió, salvo algunas (no muchas) deserciones y producto del descontento por la
versión ofrecida.
El público no
entiende los libretos. Esta razón se aduce para llevar los argumentos y su
desarrollo a los tiempos actuales, o relativamente recientes. La afirmación me
parece grave; decir esto de la historia de la Francisquita o de alguna zarzuelita erótica, o bucólica, es
absolutamente improcedente. Cuando esto se afirma, suele venir el “remedio”:
como el público no lo entiende, yo (el adaptador o versionador) se la
explicaré. Presuponer la ignorancia del público, me parece en ocasiones, una
muestra de prepotencia, incluso de soberbia.
No se lleva, no se
entiende el costumbrismo. Es otra aseveración gratuita, enarbolada por
quienes piensan que hay que olvidar (¿y destruir?) todo lo antiguo, sobre todo
si lo relacionan con cierta etapa de nuestra historia en la que la zarzuela
estaba casi difunta y hacia la cual las autoridades no mostraban el mínimo
interés.
Hubo muchas más ideas y opiniones. Hasta se llegó a clamar
por la “libertad del arte” (del “arte” del que adapta, claro). Olvidando que la
libertad de uno, en cualquier orden de cosas, termina donde empieza la libertad
del otro.
Aunque no era, como
hemos dicho, el origen del coloquio, surgió el tema de la Francisquita. Hubo quien censuró, seriamente, la “adaptación”
realizada, y hubo quien dijo que lo contemplado fue de su agrado. Estaba en su
derecho, pero olvidaba algo fundamental: una cosa es el espectáculo
contemplado, y otra, que ese espectáculo sea la obra propuesta. La prueba es
evidente: la mayoría ha manifestado que los cantantes estuvieron magníficos, la
orquesta excelente, el coro superior, los bailes estupendos y Lucro Tena
inefable …. pero “eso” no era Doña
Francisquita.
Conclusiones y
esperanzas. Seguir ahondando en este tema no tiene demasiado sentido porque
puede llevarnos a un callejón sin salida: ni los adaptadores van a renunciar a
sus propuestas, ni los “rancios y atrasados”, a las suyas. Creo que el camino
no está en el enfrentamiento sino en la reflexión. Espero, y deseo, que lo
sucedido con la Francisquita y este
coloquio sirvan para que unos y otros pensemos que la “verdad” no es de nuestra
exclusiva propiedad. J.P.M.
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