Tres sombreros de copa. Zarzuela basada en la obra
homónima de Miguel Mihura. Diálogos de Miguel Mihura. Música y cantables de
Ricardo Llorca.
Intérpretes: Rocío Pérez. Irene Palazón. Jorge
Rodríguez-Norton. Emilio Sánchez. Gerardo Bullón. Enrique Viana. Boré Buika.
Equipo técnico: Dirección de escena: José Luis Arellano.
Escenografía: Ricardo Sánchez-Cuerda. Vestuario: Jesús Ruiz. Iluminación: Juan
Gómez Cornejo. Coreografía: Andoni Larrabeiti.
Coro titular del Teatro de la Zarzuela (Dtor.
Antonio Fauró). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Diego
Martín-Extebarría. Teatro de la Zarzuela, 28-11-2019.
Hemos asistido en estos días al estreno
en Europa de una zarzuela escrita en nuestros días. Con todo lo que eso puede
significar. En primer lugar hemos de dejar claro que, formalmente, se trata de
una zarzuela por la existencia de diálogos hablados. Aunque se estrenó en 2017,
en Sao Paulo, Brasil, como “ópera”, seguramente esta denominación se eligió por
ser actualmente más “vendible” fuera de España que la de “zarzuela”. Los diálogos, de Mihura, siguen teniendo esos
retazos de fino, penetrante y fino humor que le son propios; no se trata de un
texto que arranque carcajadas estentóreas, pero sí muchas sonrisas. Los textos
de los cantables nos han parecido sencillos, sin pretensiones literarias; quizá
Llorca ha querido mantener con ellos el espíritu “del absurdo” del dramaturgo.
Bastaría fijarse en el “Aria de Don Rosario” que resuelve un triste y trágico suceso
con un único y simple verso.
La música es una mezcla de diversos
estilos en los que se escuchan con pequeñas unidades sonoras repetitivas de
corte minimalista, con la presencia de tres instrumentos fuera del foso
(acordeón, violín y trompeta), y con la aparición de diversos ritmos, desde el
vals, a la conga o la tarantela. La
línea de canto me ha parecido también sencilla; sin grandes exigencias en los
papeles canoros. Destacaría como momentos más atractivos el “vals de la
bailarina”, la “canción de cuna”, las graciosas y rompedoras “tarantelas” de
Madame Olga y las tres escenas finales, en las que se incluye una breve “conga”
que llena con su ritmo el teatro.
En el aspecto interpretativo la intervención
señera fue la del tenor Enrique Viana, en el rol de Madame Olga, la mujer
barbuda. Soltura, desparpajo, gracia y capacidad vocal demostrada, llamaron la
atención del público que respondió con un aplauso espontáneo. La pareja
protagonista, Rocío Pérez, como Paula, la bailarina del circo, y Jorge
Rodríguez-Norton, Dionisio, el futuro marido de Margarita, cumplieron con su
trabajo. Sus papeles no son exigentes en lo vocal. A Rocío no siempre se la
escuchó con claridad cuando cantaba desde el fondo de la escena y con un
acompañamiento de la orquesta demasiado potente. Don Rosario, el dueño del hotel, interpretado
por Emilio Sánchez, es un personaje bien
dibujado; su apasionado “paternalismo” resulta muy simpático. Buby Barton, el director del circo, fue
interpretado por Boré Buika, actor de origen mallorquín que hizo un papel muy
creíble. Se destacaron también Don Sacramento, interpretado por Gerardo Bullón,
en uno de los números finales de la zarzuela, y sobre todo, Madame Olga, como
ya hemos indicado.
El coro como siempre, eficaz, ágil y
afinado. La orquesta sonó bien, aunque la hubiera preferido con menos
intensidad sonora, sobre todo en los momentos en que la coreografía aleja a los
cantantes de las candilejas.
La dirección de escena, de José Luis
Arellano planteó un desarrollo muy dinámico, sobre un único escenario que va
cambiando al ir montado sobre una doble plataforma giratoria. Arellano imprimió
a la acción una agilidad que le va muy bien y que hace que el divertimento sea
entretenido.
En conjunto, como decimos, un trabajo animado
y festivo, bien defendido por el
conjunto interpretativo que demuestra que hoy es posible crear obras nuevas,
sin recurrir a desnaturalizar los textos más tradicionales y consolidados.
Procedencia de las fotos: T. de la Zarzuela |
Vidal
Hernando.
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