(Este es el diálogo 117 entre estos personajes señeros
de la zarzuela. Los 116 anteriores tuvieron lugar en un velador del Madrid
castizo, ante alguna copita de aguardiente o de zarzaparrilla. Este se ha
producido, por causa de la epidemia por coronavirus que padecemos, a través de
una videollamada entre ambos individuos, los cuales, a pesar de su experiencia
vital, han sabido sortear las dificultades de una herramienta de comunicación
que desconocen. Lo destacamos porque algunas interrupciones del diálogo son
achacables a la tecnología, que en muchas ocasiones no anda muy fina. El
transcriptor).
Don
SEBASTIÁN. Buenos tarde,
Don Hilarión. ¡Qué bien le veo en la pantalla! Y usted, ¿me ve a mí?
Don
HILARIÓN. Buenas tardes,
Don Sebastián. Sí que le veo, claro que sí. Y le oigo. Y todo bien. ¡Parece
mentira estas cosas nuevas! Le veo como si estuviera usted aquí mismo. ¡Qué
cosas!
SEB. Cierto. Y eso que nuestras casas respectivas
están separadas … unos 200 metros.
HIL. Ya, ya. ¿Se acuerda usted lo que le dije en
1894, en el estreno de La verbena de la
Paloma? Eso de que “Las ciencias adelantan …”. ¡Pues fíjese!
SEB. Sí es verdad, ¿quién se lo podía imaginar
entonces?
HIL. Pues
como no fuera Julio Verne …
SEB. ¡Ay,
Dios! ¡Quién te ha visto y quién te ve!
Pero, dígame, Don Hilarión, ¿Cómo lleva usted lo de la cuarentena?
HIL. Pues sólo regular, porque este aislamiento
preventivo por si acaso, me afecta de tres maneras. En mi vida personal, en la
profesional y, en, lo que podríamos llamar, si me lo permite, mi vida
artística. ¿Y a usted? ¿Cómo le perturba la situación?
SEB. ¡Pues sí que está usted afectado! A mí me
toca como a todos, en lo personal. En lo profesional, mucho me temo que las consecuencias
aparecerán dentro de un tiempo. Como no puedo abrir mi tienda…
Pero dígame, cómo ha resuelto usted el tema en su
casa.
HIL. Se
lo diré. Yo sólo paso en casa, en este encierro dictado por el gobierno, las
mañanas. Por la tarde suelo ir a la botica, a echar un vistazo, porque como soy
boticario, estoy autorizado por gerifaltes de la cosa gubernamental. Recuerde
que mi negocio se ha convertido en pieza basíca de la estructura social del
país.
SEB. No se ría usted, pero dígame, ¿Qué es lo que
le preocupa, lo que le inquieta, lo que le alarma…? Empecemos por la familia.
HIL. Está bien, Don Sebastián. Cuando el gobierno
dijo: “cada uno en su casa…”
SEB. Y Dios en la de todos…
HIL. Perdone,
Don Sebastián; no se precipite. Eso no lo dijo … ¡No ve usted que es un
gobierno laico! …
SEB. Perdone,
perdone… Sólo recordaba la frase hecha; no valoraba la confesionalidad
gubernamental.
HIL. ¡De
acuerdo! … ¡Don Sebastián, Don Sebastián! ¡No le oigo! ¡Le pierdo! …. ¡Hola, hola!
¡Ah, ahora sí!. Ahora le escucho y le veo. Habrá
habido alguna interferencia. Me parece que esto de la tecnología … En fin. Le decía que cuando empezó el encierro me
dijo mi mujer que le echara una mano en las tareas de casa. Así me entretendría
un poco y no andaría dando vueltas a su alrededor. Me pareció bien; en
situaciones extremas hay que echar una mano en lo que se pueda. Hablamos y
después de analizar la situación, ver los pros y los contras, estudiar los
detalles y hacernos un esquema de la coyuntura decidimos que ella se encargaría
de las cosas de la casa femeninas y yo de las masculinas. Así no habría
discusiones.
SEB. ¿Y?
....¿Qué pasó?
HIL. Mi
mujer empezó diciendo que yo me encargara del dormitorio. De acuerdo –respondí–
… pero tú de ocupas de las sábanas,
de las mantas, de las almohadas, de la colcha, de las cortinas,
de la coqueta … Total, me quedó el somier y el colchón…
Luego se plantearon las actividades relacionadas con
la limpieza. Y aquí surgió un problema. ¿Se lo imagina?
SEB. Pues la verdad, no; no caigo.
HIL.
Los verbos, amigo mío, los verbos. Fíjese bien, todas estas tareas tienen que
ver con los verbos. ¡Y los verbos no tienen género gramatical! ¡Fregar o barrer lo puede hacer cualquiera,
hombre o mujer!
SEB. Entonces, cómo se resolvió el asunto.
HIL. Fácil,
amigo mío, fácil. Como yo soy hombre práctico y despierto, recurrí al género de
los artilugios o herramientas que se usan para cada tarea. Para no alargarme, y
en conclusión, a mi mujer le tocó la aspiradora,
la fregona, la escoba, la mopa
… Y yo quedé para … limpiar el polvo.
Algo parecido ocurrió a la hora de distribuirse las
tareas de cocinar. A ella le tocaron las
judías, las lentejas, la ensalada,
las verduras, las frituras, la fruta …
Yo elegí el postre.
SEB. ¡Ah, Don Hilarión! ¿Sabe usted algo de
repostería?
HIL. Nada,
ni una palabra. Pero iré al supermercado a por el flan, el helado, el
tiramisú, el yogur …
SEB. Supongo
que su señora no estaría muy contenta.
HIL. ¡Imagínese! Se puso como un basilisco. Fíjese
usted cómo estaría que, inmediatamente reaccionó y me dijo: “Muy bien. ¡Pues
para mí la matanza”
SEB. Y usted ¿qué hizo?
HIL. Pues nada, seguir con la gramática: “Para mí el jamón, para mí el chorizo, para mí el salchichón,
para mí el lomo…
SEB. Para ella, la morcilla.
HIL. ¡Qué quiere usted que le haga! ¡Yo no inventé
la gramática!
SEB. Bueno. Dejemos el terreno de su relación
marital de usted con su esposa y, dígame, ¿Cómo le va el negocio? Porque
supongo que ahora, con esto de las mascarillas y los desinfectantes, estará
usted haciendo un buen dinero.
HIL. Pues
no se crea, Don Sebastián. No es oro todo lo que reluce ni en la botica se atan
los perros con longaniza. Le diré: la cosa de los medicamentos habituales, va
así, así. La gente necesita sus tratamientos y, claro, tiene que comprar las
medicinas, pero no olvide que son muchos los que se han empadronado en la
sacramental. Y claro, esos ya no consumen. Y lo de las mascarillas… las mascarillas no nos dejan mucha ganancia,
porque las estamos vendiendo con poco margen.
SEB. ¿Y
eso? Pues se dice en los mentideros que los precios se han subido a la
estratosfera.
HIL. En
los mentideros … ¡Claro! ¡Donde se dicen mentiras! ¡Pues no! ¡Fíese usted de
mí! Y escuche. Algunos oportunistas inhumanos se están aprovechando
descaradamente, pero no todos los boticarios hacen lo mismo. Yo por lo menos,
no. Incluso, en muchos casos, a los clientes del barrio más necesitados, se las
estoy regalando. ¿Por qué cree usted no todas las boticas tienen
mascarillas? ¡Yo se lo diré! Porque no
aceptan pagarlas a sus proveedores como si fuera caviar o champán francés.
SEB. Bueno,
bueno, no se altere, Don Hilarión. Pero dígame, ¿usted tiene mascarillas?
HIL. Yo
… yo …sí. Tengo de todas, no muchas, pero suficientes para atender a mi
clientela.
SEB. ¿Y
dónde las ha conseguido?
HIL. ¡Ah! ¡Eso es secreto del sumario… Bueno, como usted es mi mejor amigo se lo
diré. Uno de mis mejores parroquianos tiene un cuñado, que es amigo de un
primo, cuyo hermano, trabaja en el mismo departamento municipal que el socio de
una gran empresa dedicada a cosas de botica. A través de esta cadena, de la
mayor confianza y seriedad, me llegan algunas mascarillas. No puedo proclamarlo
a los cuatro vientos, porque se me llenaría la farmacia de gente. Y en un
sinpensar … Usted me entiende.
SEB. Pues sí, claro que le entiendo. Y me ha dicho
que tiene usted varias clases de mascarillas.
HIL. Sí, señor. Las tengo higiénicas, quirúrgicas y
de alta protección. Y … asómbrese usted … Las tengo hasta de ganchillo.
SEB. ¡Cómo!
¡De ganchillo! ¿Ha dicho usted de ganchillo!
HIL. ¡No
se asuste, Don Sebastián! No se asuste … ni grite. Sí señor, tengo mascarillas
de ganchillo. Pero no es un ganchillo cualquiera; no. Es un ganchillo hecho con
agujas pequeñas y el punto bien apretado. Y son mascarillas pensadas para uso
sólo en la casa.
¿Ha pensado usted que mucha gente está en su casa sin
las debidas precauciones higiénico-sanitarias? ¿Usted y su señora esposa, están
en el domicilio conyugal con guantes o con mascarillas? ¿Se lavan ustedes las
manos cada vez que tocan algún mueble, alguna puerta, algún cacharro de la
cocina?
SEB. ¡Hombre! En casa no hay nadie enfermo, ni con
síntomas…
HIL. Ya, ya … Y por eso … ¡a relajar las
precauciones! ¿No le parece a usted útil una mascarilla de lana? Caliente, que
no provoca sudor en la cara, que es lavable y reutilizable… ¡Ecológicas y
biodegradables!
SEB. Bueno,
Don Hilarión … Visto así.
HIL. ¡Ay, amigo mío! Esta horrible situación va a
ser, para muchos, una oportunidad. No para los mentirosos, farsantes o
contrabandistas, sino para los innovadores, para los creadores, para quienes
sean capaces de hacer de la necesidad virtud, de quienes sepan poner al mal
tiempo buena cara…
SEB. ¡Es usted un águila, Don Hilarión!
HIL. Se
agradece. Ya veremos cómo sale esto. Pero estoy triste, Don Sebastián, bastante
triste.
SEB. ¿Y
eso?
HIL. Pues
sí señor. Estoy triste por la zarzuela.
SEB. ¿Por
la Zarzuela, con mayúsculas, o por la zarzuela con minúsculas?
HIL. Por
las dos, por la Zarzuela con mayúsculas, como usted dice, pero más por la zarzuela con minúsculas. Ya sabe usted que el teatro
está cerrado, como todos. De momento nos hemos quedado sin Policías y ladrones (en el teatro, que en otros lugares ….) y sin Luisa Fernanda. Ya veremos qué pasa con
el resto de la temporada … y con la siguiente.
Pero más lo siento por la zarzuela como obra teatral.
Esto delo virus puede ser la puntilla definitiva para el género….
SEB. No
sea usted pesimista, Don Hilarión. La zarzuela saldrá adelante como ha ocurrido
otras veces. Usted mismo me lo ha contado cien veces: ¿no ha sobrevivido a las
acusaciones de los seguidores de otros géneros musicales? ¿No ha triunfado
sobre las descalificaciones de presuntos “intelectuales” que nada sabían de
ella? ¿No ha salido victoriosa sobre quienes la han acusado de casposa,
anticuada y carca? ¿No ha pasado por encima, con la cabeza bien alta, de
quienes la han considerado política, fascista, franquista? … ¿No ha sabido
curar las heridas, algunas profundas, causadas por algunos directores de escena
que han cercenado sus textos, unas veces con tijeras y otros con navaja
cabritera? … No se preocupe, Don Hilarión. La zarzuela saldrá de este bache.
Verá usted cómo vendrán tiempos mejores.
HIL. Muchas gracias, Don Sebastián, muchísimas
gracias. Pero lo veo muy negro.
SEB. Escúcheme, voy a darle un consejo. Casi
siempre es usted quien lo hace conmigo, pero hoy me toca a mí. Piense en esto:
Sólo desde la negrura del túnel es posible ver la luz de la salida.
Muchas gracias José por este divertido e imaginativo diálogo, tan oportuno en estos tiempos de peste.
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