Hace tiempo que no pongo por escrito mis reflexiones en este blog. Son diversas las razones: crisis de inspiración, crisis de vaguería, la pandemia y su parafernalia… y la desconfianza de que estas cavilaciones sirvan para algo o para alguien. En fin…
Pero ahora quiero volver a la tarea y retomar la pluma, por lo menos en los momentos en que el negocio que me da de comer, me deja libre, que son más de los deseados. No sé por cuanto tiempo ni me preocupa. El tiempo lo dirá. Como es sabido, mi oficio es el de barbero, aunque estoy pensando en hacerme llamar Experto en Tratamiento de Cabellos y Barbas (ETCB), porque ahora, medio mundo habla en siglas… El otro medio chapurrea un “spanglish” que les parece de lo más moderno. Pero dejemos este tema para otra ocasión, porque hoy quiero hablar de los músicos.
Como rapabarbas tengo mucho interés por la música y por quienes la hacen. Ya lo dice el refranero, fuente de sabiduría popular: Los más de los barberos, son guitarristas y copleros. La cosa viene a cuento en estos momentos de irresponsable alegría y de tristeza. De imprudente alegría, porque mucha gente que se ha echado al monte de la fiesta y la diversión, olvidando las normas de seguridad más elementales, y está cayendo en las esporas traidoras del coronavirus. Eso que los modernos comunicadores llaman “rebrotes”, término erróneo y equivocado. Quienes pillan el bicho caen enfermos, no “recaen”, salvo que no sea la primera vez que se contagian. La parte triste es lo que nos espera; nuestros profesionales sanitarios lo saben y lo anuncian, pero puede más nuestro deseo de gozo y francachela, que la sensatez y el necesario sacrificio. En muy poco tiempo, cuando estemos en la “nueva normalidad” (otro invento publicitario de esas gentes que se pasan la vida inventando eslóganes, preciosos, pero vacíos).
Antes, mucha gente pensaba que la cultura es algo fundamental para el buen desarrollo de la vida social. Por ahora, por culpa de este minúsculo bicho, empezamos a comprobar que no nos preocupa tanto. Estamos mucho más inquietos por no poder cambiar de coche o ir de vacaciones, renovar nuestro armario… Porque, no se olvide, hay muchas gentes (incluso entre las que deciden) que ven el teatro, la música, el arte, más como diversión que como cultura.
Ante este panorama, podemos adoptar distintas actitudes:
- Sentarnos a la puerta de teatros y auditorios y lamentarnos, llorar amargamente.
- Pedir (incluso exigir) la ayuda de cualquiera de nuestras administraciones (estado, comunidad, municipio) o de los grupos, más o menos relacionados con la ubre oficial de las subvenciones (fundaciones, agrupaciones, asociaciones…), porque “tenemos derecho” y ellos “obligación”.
- Arrimar el hombro, inventar nuevas fórmulas: renovarse o morir.
Y para eso hay varios caminos que explorar. Por ejemplo
- Potenciar la música de cámara, tanto la existente como la que pueda nacer ahora. Es más sencillo organizar un concierto con pocos músicos que con una gran orquesta y un gran coro.
- Colaborar con otros organizadores. El mismo concierto ofrecido en distintos lugares resulta más económico que interpretado una única vez.
- Realizar arreglos instrumentales, con o sin voces, de obras teatrales (óperas, zarzuelas…) encargando el trabajo a compositores de solvencia. Durante años la zarzuela ha generado un importante negocio (no se olvide nunca que de la cultura vive mucha gente; sin el componente económico, la cultura posiblemente no existiría), poniendo al alcance del aficionado (oyente o practicante) arreglo de las romanzas, de los fragmentos más conocidos, versiones para pequeñas formaciones orquestales…
- Llevar la música a escuelas, institutos y universidades; no la técnica musical, sino el espectáculo, el concierto o la representación, para que los niños y jóvenes conozcan a Mozart o a Barbieri o a Chueca, y no tanto para que toquen en una flauta dulce algún villancico o cancioncilla popular.
- Revisar con mucho cuidado, la influencia de los medios electrónicos aplicados a la creación y difusión de la música. Hay que ver lo fácil que es “componer” una canción a base del “corta y pega” que la tecnología facilita hasta el extremo. En cuando a la difusión, no debemos olvidar que enviar una música por el móvil o el ordenador, es objeto de programas que la comprimen, la reducen de tamaño, para que la transmisión sea más rápida y consuma menos recursos. Y estas manipulaciones modifican la música original.
En fin, la invasión del coronavirus nos está haciendo sufrir muchísimo, pero también abrirá caminos nuevos que debemos iniciar. Nada se consigue sin trabajo y esfuerzo. Así ha sido hasta ahora y así será.
Lamparilla
(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre)
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