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lunes, 30 de noviembre de 2020

Marianela recuperada.

 

Ópera en tres actos de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero (basada en la novela homónima de Benito Pérez Galdós). Música de Jaime Pahissa. Adriana González. Paola Leguizamón. María José Suárez. Alejandro Roy (Pablo). Luis Cansino. Simón Orfila. César Méndez Silvagnoli. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Dirección musical: Óliver Díaz. Teatro de la Zarzuela: 29-11-2020.

Casi cien años han transcurrido desde que esta ópera, de un compositor poco programado en España, fuera dada a conocer en el Teatro del Liceo barcelonés. Este dato, como tantas cosas, tiene dos caras: la falta de interés por nuestra cultura y patrimonio, y la satisfacción de que, de vez en cuando, haya personas y entidades que se aventuren a montar algunas de estas músicas olvidadas, con el esfuerzo, trabajo y riesgo que ello supone; personas que no se conformen con funciones o conciertos de éxito asegurado, incluido el económico.

En este primer año de la pandemia, hay que agradecer al Teatro de la Zarzuela, a su dirección, al equipo gestor, a sus artistas y a sus trabajadores, el esfuerzo especial que han realizado para que Marianela haya podido, al menos, ser escuchada. Las condiciones impuestas por el virus han obligado a reducir el aforo y han sido necesarias modificaciones en el escenario para que orquesta y coro pudieran mantener la “distancia de seguridad”. Estas condiciones suponían cambios en el resultado musical, pero el trabajo y la profesionalidad de los intérpretes los han gestionado con eficacia.

 Marianela es una ópera muy interesante en la que destaca el componente sonoro. El libreto es menos brillante que el de la novela original, y creo que, incluso, debió plantear al compositor momentos complicados por su verso variado, no siempre fácil de llevar al pentagrama. El planteamiento vocal es, en general, extraordinariamente exigente con todos los cantantes, que están casi siempre en la zona más aguda de su registro y con volúmenes sonoros elevados. El coro, que tiene poca presencia, está bien tratado y, aunque cantó con mascarillas, cumplió su cometido con la profesionalidad habitual. La orquesta tiene un tratamiento sinfónico de importante entidad; el colorido tímbrico es brillante; no he encontrado, salvo algún detalle concreto, resonancias folclóricas relevantes, tampoco influencias externas, aunque hay detalles que podemos relacionar con el mundo wagneriano. Son momentos especialmente atractivos: el terceto de arranque, donde Marianela muestra la exigencia de su papel; el dúo de la protagonista y Pablo, el ciego al que cuida; el aria de Marianela en el segundo acto; el dramático canto de Pablo al recuperar la vista, ya en el tercero y, especialmente, la brillante escena del baile, amplia, elaborada, brillante y rica en colorido.

Marianela, es, en resumen, una obra importante, una partitura que necesita de más de una audición para poder extraer de ella todos los valores que contiene. Es también un trabajo que requiere la escena. Ojalá que, ahora que se han evidenciado sus cualidades, sea posible verla sin tener que esperar demasiado.

 

Un momento de la función. (Foto. T. Zarzuela)

Para las dos funciones ofrecidas, el Teatro de la Zarzuela ha reunido un reparto de alto nivel, que, además, superó el esfuerzo añadido de trabajar prácticamente dos horas, sin descanso (otra consecuencia de la situación sanitaria).

Adriana González, soprano guatemalteca, hizo una Marianela poderosa, superando los exigentes agudos con autoridad y solvencia y ofreciendo unos pocos momentos íntimos y delicados que muestras sus cualidades canoras. Paola Leguizamón, soprano colombiana, fue Florentina, un rol de menos importancia que el protagonista, pero también exigente en el alto registro en que ha de desenvolverse. La ovetense María José Suárez, fue Mariuca, un rol con escasa presencia musical, que resolvió sin problemas. Pablo, el ciego, fue el tenor gijonés Alejandro Roy; voz potente, metálica, con agudos limpios y poderosos que entusiasmaron al público. El barítono gallego, Luis Cansino, hizo el papel del médico: brillante como sus compañeros, le otorgó una cierta expresividad que completó su interpretación. El menorquín Simón Orfila fue el Patriarca de Aldeacorba; su voz redonda de bajo contribuyó a plantear un papel importante en la ópera. César Méndez Silvagnoli, barítono portorriqueño fue el padre de Florentina; también lució su bella voz y estuvo a la altura del resto del reparto.

El coro, preparado con la solvencia de siempre por Antonio Fauró, su director titular, dio muestra de su excelencia, a pesar de que estaba limitado en el número de sus componentes. La orquesta, brillante, poderosa, quizá en algún momento con demasiado volumen (aunque sin llegar a tapar a las voces), superó las dificultades que supone tocar en las condiciones impuestas por la situación sanitaria: acostumbrados a tocar “juntos”, no debe resultar fácil hacer lo con “distancia de seguridad”, mascarillas y con pantallas protectoras para los instrumentos de viento. Escuchar a los compañeros de forma distinta a lo que es habitual, debe resultarles extraño. Pero creo que los asistentes no lo notaron.

El público premió a todos con aplausos calurosos y entusiastas.

En contra de lo que viene siendo habitual, ninguna de las dos funciones fue grabada por Radio Clásica; al parecer, como consecuencia de las restricciones creadas por la pandemia. ¡Otra oportunidad perdida! ¡Lástima!

 Vidal Hernando.

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