La Dolores. Drama lírico en tres actos. Texto y música de Tomás Bretón.
Intérpretes: Saioa Hernández (Dolores). María Luisa Corbacho (Gaspara). Jorge de León (Lázaro). José Antonio López (Melchor). Rubén Amoretti (Rojas). Javier Tomé (Celemín). Gerardo Bullón (Patricio)
Equipo técnico: Dirección de escena: Amelia Ochandiano. Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. Vestuario: Jesús Ruiz. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Coreografía: Miguel Ángel Berna. Coro titular del Teatro de la Zarzuela (Dtor: Antonio Fauró). Coro de Voces Blancas Sinan Kay (Dtora. Mónica Sánchez). Rondalla Lírica de Madrid “Manuel Gil” (Dtor. Antonio Ortega). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Guillermo García-Calvo. Teatro de la Zarzuela, de Madrid, 1-2-2023.
En la línea de la recuperación de títulos poco representados que sigue el Teatro de la Zarzuela, le ha tocado el turno a La Dolores, ópera estrenada en este mismo local, en1865, con un éxito envidiable, ya que se dieron, nada menos que ¡63 representaciones consecutivas! Desde aquella fecha, esta obra es apreciadísima por el público, que el día que comentamos llenó el teatro.
La historia es conocida y ya la hemos publicado en este mismo blog. Es página dramática en la que Tomás Bretón vertió todos sus saberes musicales y, especialmente, sus ideas sobre lo que habría de ser la ópera española. El resultado es una mezcla muy apreciable entre los métodos propios del género (arias, recitados, dúos, tercetos ..) y la música tradicional española correspondiente a la historia que se desarrolla y su ambiente (un pasodoble, una soleá y la formidable jota). Sobre el libreto se ha dicho que tiene menos calidad que la música. Desde luego sorprenden ciertas construcciones gramaticales, el lenguaje en algunos momentos …, quizá propios de la época y hoy extraños, pero lo que nos llamó la atención es la naturalidad con que Bretón hizo coincidir la entonación y la intensidad sonora de las palabras, con la acentuación de la música, consiguiendo una fusión que no siempre está presente en el teatro lírico.
La versión que escuchamos fue de muy buena factura. El Teatro de la Zarzuela ha conseguido un reparto de excelente nivel, muy homogéneo en cuanto a cualidades vocales y con un comportamiento actoral convincente. Destacó, en primer lugar, Saioa Hernández (como Dolores), protagonista indiscutible, soprano dramática de voz poderosa, con un registro grave rico y el agudo (a veces exigente y abrupto) enérgico y potente. Jorge de León hizo el papel de Lázaro, el seminarista, con un timbre brillante y agudos brillantes. José Antonio López, barítono, fue un Melchor muy convincente en el papel de un desabrido y brusco personaje. Rubén Amoretti, bajo que dio vida a Rojas, lució su poderosa y sonora voz, en el encarnando a un militar chulesco y fanfarrón. Gerardo Bullón, barítono fresco de atractiva voz, hizo el papel de Patricio muy correctamente. Por último. Javier Tomé dio vida al personaje de Celemín; estuvo correcto en un rol de menor importancia que sus compañeros.
El coro de voces blancas Sinan Kay y el Titular del Teatro de la Zarzuela dieron muestra de su calidad en los momentos en que intervinieron; conjuntados y con muy buen comportamiento en lo teatral. La rondalla integrada y buena; su especial sonoridad, resultó destacada y rica. La dirección de todo el conjunto correspondió al titular del teatro, Guillermo García-Calvo. Nos pareció correcto, aunque en algunos casos lo escuchamos algo más elevado de volumen de como lo hubiéramos querido. Quizá sea sólo una apreciación personal, quizá se deba al lugar que ocupábamos en la sala, pero esa fue nuestra impresión. En cuanto a la labor de acompañamiento, la batuta estuvo pendiente y prestó a la escena el apoyo debido.
Amelia Ochandiano, responsable de la dirección escénica, ha llevado la ópera del Calayatud original en a una ciudad provinciana en los años 50 del pasado siglo. Es decir, de un entorno rural a un entorno urbano; o lo que es lo mismo de un ambiente cerrado y aldeano a otro más impersonal. A pesar del cambio, ayudado por una escenografía en la que desaparecen los detalles concretos que dicta el libreto, la propuesta no rechinó en exceso como ha ocurrido en otras ocasiones. Sorprendió la intervención de tres acróbatas femeninas que evolucionan colgadas al principio de los actos primero y tercero, cuya significación no llegamos a entender. La aparición de “gigantes y cabezudos” buscaba llevar al espectador el ambiente de propio de una fiesta Aragón.
Merece destacarse el trabajo del ballet, coreografiado por el zaragozano Miguel Ángel Berná, que también bailó. Muy brillante, eficaz, marcando el carácter baturro y el que exige la imponente música de un largo y exigente número. El hecho de que sea conocidísimo añade un punto de exigencia, pues cualquier desajuste es inmediatamente advertido por el público. La actuación de estos bailarines arrancó un nutrido y espontáneo aplauso del público.
En conjunto, una función muy satisfactoria que quedará en el recuerdo colectivo. Enhorabuena a quienes la imaginaron y a quienes la pusieron en pie.
Vidal Hernando
(Fotos. T. Zarzuela-Javier del Real).
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