El 6 de enero de
1833, en el Teatro Circo de Price, de Madrid, se estrena La africanita, zarzuela en tres actos de Luis Mariano de Larra con
música de Guillermo Cereceda. La obra resultó un fracaso y el público que había
llenado el teatro, pateó a su gusto. Cereceda, que era, además, empresario del teatro volvió a anunciarla por segunda
vez; de nuevo lleno de la sala y formidable pateo. Las autoridades temían algo más que el escándalo,
pero Cereceda insistía; y los madrileños, entre los que había corrido la
consigna de “vamos a patear La africanita”,
como un motivo de diversión, llenaban el teatro cada noche. Larra quiso retirar
la obra, pero Cereceda seguía ofreciéndola cada noche y se negaba. Augusto
Martínez Olmedilla[1].nos ofrece el diálogo
entre el acobardado escritor y el compositor–empresario:
–
Mientras sigan viniendo, no la
quito.
–
Pero, Guillermo –suplicaba Larra–,
¿no ve usted que esto es vergonzoso? ¡Si hasta venden pitos a la puerta “para
silbar La africanita!
Cereceda
sonrió, cazurro.
–
Ya lo sé. Es un negocio complementario. Cada noche me produce cuarenta duros la
venta de pitos, que yo les proporciono a los expendedores.”
Dicen que los americanos, para ganar más dinero,
inventaron la auto-competencia, que viene a ser, poco más o menos, abrir un
comercio al lado de otro, ofreciendo género similar pero a precio más barato y
siendo las dos del mismo dueño. Lo que nunca se les hubiera ocurrido es
inventar la auto-flagelación.
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