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martes, 10 de julio de 2012

¡TÓMESE SU TIEMPO!




Filosofías de barbero.

¡Vamos, vamos! ¡Venga! ¡Rápido! ¡A toda velocidad!

Estas palabras son signos de nuestro tiempo. El hombre de nuestro siglo, el más moderno y tecnológico de cuantos hemos tenido, tiene en ellas una de las bases que le identifica.

Hoy día, todo lo que hacemos, decimos o pensamos, lleva consigo el acompañamiento de la celeridad. Tan deprisa vamos que ni siquiera nos damos cuenta de lo que esto significa; actuamos tan rápido que estamos muy cerca de ganar al mismísimo tiempo. Y esto no es bueno.

Viajamos tan deprisa de un lugar a otro, que no tenemos el tiempo necesario para contemplar la belleza del paisaje que atravesamos. Y lo que no se ve, no se siente, no se comprende, no se disfruta.

Buscamos respuestas a nuestros problemas individuales y colectivos con tanta celeridad, que las soluciones resultan precipitadas, insensatas y pintorescas. Y un problema sin reflexión no se resuelve.

Hablamos con tanta velocidad que no pensamos lo que decimos. Pero no importa: basta con decir lo contrario al instante siguiente.

Preferimos leer el resumen de una novela que deleitarnos en la belleza descriptiva de su prosa, en la fuerza expresiva de sus palabras. Pasamos la vista por los titulares y ya hemos leído el periódico.

Del culto a la velocidad hemos llegado casi a una religión cuyo único mandamiento es: el tiempo es oro.

Hemos sido capaces de inventar artilugios y máquinas para emplear el menor tiempo posible la actividad que sea.

Y esto no es bueno. El hombre es un animal con muchas cualidades, pero no es la velocidad una de las más destacadas. Cualquier felino es más rápido que nosotros; casi todos los insectos son capaces de reaccionar ante cualquier estímulo, especialmente si representa un peligro, con mayor celeridad que nosotros. Y el que es más lento, es porque no necesita ser más rápido.

A las características físicas del hombre, le han sido añadidas la capacidad de disfrutar de la belleza, de la música, del sonido de las palabras, … del tiempo.

Hay que probarlo y entrenarse. Merece la pena.

Siéntese tranquilamente y disfrute de la puesta del sol. Contémplela y no haga otra cosa. No mire el reloj. Escuche una buena música. Nada más. No comparta ese tiempo con nada. Sólo escuche.

Lea un poema tranquilamente, pronunciando cada palabra, mercando el ritmo de los versos. Déjese acariciar por la cadencia de la poesía.

Hágalo con frecuencia. No va a vivir usted ni un segundo más, ni un segundo menos. Pero los que viva llenarán su espíritu de gozo, de belleza, de paz interior. Le parecerán segundos más largos. Quizá consiga usted la sensación de haber ganado tiempo.

Y piense que una de las pocas cosas que se libran de esta epidemia de la velocidad sea la música. Hoy por hoy, es imposible escuchar una Novena Sinfonía de Beethoven sin dedicarle sus 60 buenos minutos. Podemos “aprovechar” ese tiempo y hacer otras cosas: leer, navegar por internet, pasar la aspiradora … pero la Coral sigue requiriendo sus 3.600 segundos, o unos pocos más; uno tras otro.  Y si no se los dedicamos, ella no nos entregará su belleza imponente.

Lamparilla


(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).

1 comentario:

  1. Cierto. Cada vez mas deprisa y sin disfrutar de nada de lo que hacemos. Me tomo nota para reservar esos 60 minutos para disfrutar de la novena.

    Un saludo!

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