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Un teatro vacio resulta desalentador |
Hil.
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Ayer estuve, de incógnito, en
el teatro para ver una función de El
juramento, de Luis Olona y Joaquín Gaztambide.
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Seb.
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¿De incógnito?
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Hil,
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Naturalmente. No es por
presumir, pero usted sabe que soy una persona conocida. Y no crea que me
gusta, prefiero pasar desapercibido. De esta manera soy el observador y no el
observado. ¿Se imagina usted el numerito si me presento en Jovellanos con mi
parpusa de cuadros, mi safo al cuello, la mañosa y el gabriel, sobre la
babosa bordada, los alares negros y unos calcos relucientes de charol?
Perdone la inmodestia, pero ayer no me tocaba ser protagonista.
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Seb.
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Le comprendo, le comprendo. Yo
no tengo ese problema. A pesar de ser quien soy –y usted me conoce bien–
suelo pasar desapercibido. Pero, diga, diga. ¿Qué tal la zarzuela?.
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Hil.
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Pues verá usted. La obra es
preciosa, con números muy atractivos, mucha música tanto de inspiración
española como de estilo belcantista. Los cantantes excelente: dos sopranos,
un tenor y, asómbrese usted, cuatro barítonos. La orquesta magnífica y la
puesta en escena, sencilla pero muy efectiva.
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Seb.
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O sea, que una buena velada.
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Hil.
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Sí, sí, pero …
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Seb.
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Pero, ¿qué? Algo no funcionó a
su gusto, ¿me equivoco?
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Hil.
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Sí señor, quiero decir no
señor. Al terminar el primer acto me llevé un pequeño disgusto.
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Seb.
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¿Y eso?
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Hil.
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Verá usted. Como es mi
costumbre llegué con tiempo y ocupé mi butaca. Y mientras esperaba empecé a
leer los artículos del programa de mano. Me gusta, siempre se puede aprender
algo. Comenzó la función y, lo dicho, disfruté muchísimo.
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Seb.
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¿Entonces?
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Hil.
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Fue al llegar al descanso, como
he dicho. Me levanté del asiento y al girarme hacia la entrada vi el teatro
medio vacío: butacas, palcos, pisos superiores … Sólo media entrada, como
dicen los taurinos. ¡Qué sensación! ¡Qué disgusto! ¡Desolador! ¿Cómo era
posible? Una obra magnifica, de las históricas de toda la vida y el coliseo a
medio llenar… No lo entiendo. Será la crísis, me dije.
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Seb.
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Tiene, seguramente, su
explicación. Bueno más de una razón.
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Hil.
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¿Y usted las sabe?
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Seb.
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Le diré. Estamos de acuerdo en
que usted es para las cosas de zarzuela mucho más … visceral que yo; más
radical y, perdóneme la manera de señalar; por lo tanto, menos analítico.
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Hil.
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De acuerdo.
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Seb.
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Bien. Lo de la crisis influye,
claro que sí, pero no para dejar el teatro medio vacío. Si mira usted a su
alrededor, verá que el Teatro de la Zarzuela es, probablemente, el local madrileño
con más concentración de pieles. No, no es la crisis la culpable.
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Hil.
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¿Entonces?
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Seb.
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Es más grave.
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Hil.
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¿Peor todavía?
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Seb.
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Sí, sí. De la crisis saldremos
… o saldrán nuestros herederos, pero el problema lo tenemos ahora nosotros
mismos, los aficionados. Y es el miedo a lo desconocido. No nos interesa ni
nos atrae conocer obras que en otro tiempo fueron famosas y que hoy no se
conocen. Nos echa para atrás la idea de algo que pueda no gustarnos, algo que
quizá no se corresponda con la idea interiorizada que tenemos de la zarzuela.
Al contrario, nos gusta lo que
conocemos; nos apasiona lo que hemos oído siempre. El hombre tiene miedo a lo
desconocido aunque sea algo tan poco peligroso como una zarzuela.
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Hil.
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¿Está usted seguro de lo que
dice?
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Seb.
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¡Claro! Puede usted comprobarlo
cuando quiera. Fíjese en los programas que traen las orquesta internacionales
de campanillas que nos visitan … a precios astronómicos. ¿Qué tocan? Obras de
éxito seguro: las sinfonías de Beethoven, alguna de las de Mozart, los
conciertos para piano de Schumann o Grieg o Mozart, los de violín de
Chaikovsky o Mendelssohn o Beethoven…
Por Nochebuena, El Mesías, y en Semana Santa, música
gregoriana o los Oficios de Tomás
Luis de Victoria.
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Hil.
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No había caído, pero ahora que
usted lo dice… He visto el anuncio de un concierto de la Filarmónica de
Berlín. Y tocan …
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Seb.
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No me lo diga: La Sinfonía Coral, de Beethoven.
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Hil.
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Sí, señor.
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Seb.
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Dígame. ¿Le suenan a usted los
nombres de José Inzenga, Cristóbal Oudrid, Rafael Hernando, Basilio Basili,
Antonio Literes o Antonio Rodríguez de Hita?
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Hil.
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¡Hombre, claro! Son todos
compositores españoles que escribieron zarzuelas muy aplaudidas en su tiempo.
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Seb.
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¿Y cuál de esas obras ha visto
usted representadas? …
Perdone, querido amigo, pero su
silencio es elocuencia pura.
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Hil.
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Pero no me importaría verlas.
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Seb.
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A usted no, ni a mí, porque los
dos somos de mente abierta y sabemos que la belleza y la buena música pueden
estar escondidas en cualquier partitura.
Sin embargo, no todos los
zarzueleros son como usted o como yo. La gente no se fía de lo que no conoce,
tiene miedo a lo que ignora.
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Hil.
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Hombre, algo habrá que hacer.
Los empresarios deberían dar la oportunidad …
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Seb.
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Sí, estoy de acuerdo. Pero no
olvide usted, don Hilarión, que empresarios y responsables de teatros tienen
que buscar la rentabilidad de sus negocios. Y claro, si una zarzuela no
llena, pues se busca otra que llene. Y como el público aplaude y paga … pues
eso.
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