Hil.
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Supongo que se ha enterado usted de la noticia.
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Seb.
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Exactamente, ¿de cual?
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Hil,
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De la muerte del gran barítono Luis Sagi-Vela.
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Seb.
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¡Ah, sí! Naturalmente, aunque los medios de comunicación
prácticamente no se han preocupado.
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Hil.
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¿Qué quiere? ¡Con la que está cayendo! Entre la
corrupción, los espías, la violencia de género (que antes se llamaba “crimen
pasional”) y los chismes de cama y mesa de media docena de personajillos que
viven de contar sus intimidades vividas o “guinadas”, ¿quién se va a ocupar
de la muerte de uno de las más grandes barítonos de la zarzuela?
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Seb.
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Claro, claro. Ni siquiera les ha llamado la atención una
circunstancia curiosa.
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Hil,
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¿Cuál?
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Seb.
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Que Sagi Vela ha muerto el mismísimo día en que cumplía 99
años.
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Hil.
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¡No me diga!
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Seb.
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Se lo firmo. Luis, hijo del barítono catalán Emilio Sagi
Barca y de la soprano Luisa Vela –¡que magnífica pareja de cantantes!– nació en Madrid el 17 de febrero de 1914 y
ha muerto en la capital el 17 de febrero de 2913.
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Hil,
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Y pudo ser medio colega de un servidor, pero se echó p’atrás.
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Seb.
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¡Qué me dice!
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Hil.
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Verá usted, Don Sebastián. Sagi Vela era nieto, por parte
de madre de un médico y, quizá por esta influencia empezó a estudiar el arte
de Esculapio, pero la sala de disecciones le asustó. Después quiso ser
ingeniero y terminó siendo cantante.
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Seb.
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No sabía lo de la medicina.
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Hil,
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Pues es raro, porque es usted una enciclopedia andante de
la zarzuela.
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Seb.
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Menos jabón, Don Hilarión, que lo suyo son los jarabes y
las píldoras. Sé alguna cosa porque he leído y tengo buena memoria. Sagi Vela
debutó en 1932, a
sus 18 años, en una Rosa del azafrán,
obteniendo un gran éxito. Luego estuvo cantando por España, Argentina, Chile,
México, Italia, Portugal, Estados Unidos, … hasta los 46 años en que dejó la
escena.
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Hil.
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Poco tiempo.
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Seb.
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En cierto modo sí. Pero lo aprovechó bien. Llegó a tener
un repertorio de más de 60 títulos y estrenó veinticinco obras, entre ellas: La del manojo de rosas, Me llaman la
presumida, Monte Carmelo, La
Caramba, Montbruc se va a la guerra, Manuelita Rosas,
Maravila…
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Hil,
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Y después, ¿dejó el teatro?
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Seb.
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Bueno, en la práctica sí. Aunque en 1966 regresó para
interpretar el papel de Don Quijote en el célebre musical El hombre de La Mancha. Pero fue una aparición única.
En años sucesivos siguió vinculado con el teatro
dedicándose a la gestión de compañías y a diversas actividades empresariales
relacionadas con el mundo de la lírica.
Lástima que dejara la interpretación porque era una gran
voz y un buen actor.
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Hil.
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Y, dígame, ¿llegó usted a escucharle en vivo?
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Seb.
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Sí, una vez. Hace muchos años. Cuando él empezaba. La
verdad es que no me acuerdo muy bien de los detalles, pero le oí.
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Hil,
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¡Ah, Don Sebastián! Le empieza a fallar la memoria. El próximo día le voy
a traer unas capsulitas que son mano de santo.
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Seb.
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Se lo agradezco. Pero la mejor medicina para recordar a
Sagi Vena es escuchar alguno de sus muchos discos. Ahí está su voz, en
empaque canoro, su forma de hacer la zarzuela grande. Escuchándole se siente
uno revivir un poquito; creo que este es el mejor homenaje que hoy podemos
hacerle.
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Hil.
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Seguiré su consejo, querido amigo. En cuanto llegue a casa
me encerraré en la rebotica y escucharé a don Luis ¡Qué invento lo de los
discos! ¡Qué verdad es aquello de que hoy las ciencias adelantan …!
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Tambien estrenó La Chiquita piconera en el Teatro Ideal de Madrid en 1935, obra escrita por Manuel Alfaro y música del maestro Villalonga
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