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jueves, 27 de marzo de 2014

¡SIEMPRE LO MISMO!


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Seb.
¿Ha leído usted los periódicos estos días, Don Hilarión?

Hil.
Pues la verdad es que no. La prensa cada vez está peor. Mire usted, lo único de verdad que ofrece es la fecha y el precio.

Seb.
¡Hombre, Don Hilarión, no sea usted tan radical! La prensa es como todo: la hay buena, y la hay mala, y regular.

Hil.
Prácticamente toda regular, mediocre, mediatizada y, muchas veces, interesada, cuando no tendenciosa.

Seb.
Bueno, bueno, dejemos ese tema que es de mucha enjundia. Le decía lo de los periódicos por si ha visto usted los anuncios de unas funciones de zarzuela.

Hil.
Pues no, la verdad es que no.

Seb.
Entonces, tome nota: Una nueva empresa, privada, claro está, va a dar unas cuantas funciones de zarzuela.

Hil.
¿Qué obras? ¿Qué cantantes? ¿Dónde? ¿Cuándo?  ¿A qué precios? Vamos, Don Sebastián, vamos, deme usted los detalles.


Seb.
¡Ah, veo que le interesa! Lo imaginaba. Tenga usted esta página del periódico donde vienen los detalles.

Hil.
Pero aquí no dice nada; sólo pone: grandes cantantes de primera fila, acompañados por espectacular orquesta y coro.

Seb.
Ya lo he visto. Es de suponer que estarán preparando y ajustando todos los elementos. Usted sabe que eso es un trabajo complejo y lleva su tiempo.

Hil.
Ya, ya. Pero es una información básica. Porque, claro, si canta algún “ilustre desconocido” o alguna “vieja gloria” …, pues, ¡qué quiere que le diga! A lo mejor hay que atarse los machos y poner pie en pared, uséase, extremidad inferior humana en muro de carga.

Seb.
Bueno, ya se irá viendo. Seguro que en los próximos días los periódicos publicarán los nombres de los cantantes, más detalles de las producciones y, con un poco de suerte, alguna interviú con los protagonistas principales.

Hil.
Lo que vaya a decir la prensa en las próximas jornadas, “¡sábelu Dios!”. Aquí, lo único que se ve es el repertorio.
 
Seb.
¿Y qué?

Hil.
Pues lo de siempre, Don Sebastián, lo de siempre. La Francisca, La canción del olvido, El barberillo, La Gran Vía, La verbena … ¡Lo de siempre! ¿Es que no hay más obras?

Mire usted, amigo, lo de “por el humo se sabe dónde está el fuego”, verdad de Perogrullo por otra parte, se lo saben ya hasta los de ICONA. Otra cosa es que apaguen el fuego y disipen el humo; usted me entiende.  

Y el “Dónde vas con mantón de Manila”; lo he oído cantar en Sol mayor (en el mes de agosto), en Sí mayor (a un militar) y hasta en Re menor, mayormente.

Conque, ¡hágase un croquis y gire sobre su eje vertical!, o sea, ¡dése una vuelta!

Seb.
Hombre, Don Hilarión. Ya sé que son zarzuelas muy conocidas. Pero, son las que le gustan a la gente, las que aplaude, las que quiere.

Hil.
Y ¿desde cuándo hay que darle a la gente lo que quiere?

Escuche: ¿Qué es lo que pide el pueblo, la gente, el vulgo o la masa?  Yo se lo diré: “Salud, dinero y bellotas”, o, como dicen los vieneses “vino, mujeres y canciones”. Y ¿qué les da la sociedad?: trabajo duro y cuatro cuartos, una gripe cada año que les deja molidos los huesos y, cuando son jóvenes y peor les cuadra, les endiña una hipoteca como un rascacielos, con su buen suelo, para que ni se caiga ni se tambalee.

Seb.
¡Tiene razón, Don Hilarión!

Hil.
Perdone, pero la frase es: ”¡Tiene razón, Don Sebastián!”.

Seb.
Ya, ya. Pero dígame, extrapolando esta reflexión socio-filosófica al terreno de la zarzuela, qué es lo que aquí interesa.

Hil.
Pues mire usted. Que ni blanco ni negro, ni lo uno ni lo otro, ni a favor ni en contra, ni chicha ni limoná.

Al pueblo no hay que darle sólo lo que quiere. Hay que proporcionarle también lo que necesita. Para construir una casa  hacen falta ladrillos y argamasa.

Seb.
Y alguna cosa más.

Hil.
Ya lo sé, hombre, ya lo sé. Es una forma de hablar en ejemplo, es decir en metáfora. ¡No querrá usted que le enumere el catálogo de los materiales de construcción.

En fin, eso que alguien llamó una “solución habitacional” no se hace sólo con arena, ni sólo con ladrillos. Hace falta una conjunción proporcionada de elementos, en sí mismos insuficientes, pero válidos en su conjunto.

Seb.
¡Por Dios! Viene usted esta mañana de un filosófico … ¿Ha tomado usted algo?

Hil.
No, lo de siempre. El café …

Seb.
¿Y algunas gotitas de elixir?

Hil.
Bueno, sí, ¡un chorrito de anisete!
Pero a lo que vamos. En esto de la zarzuela, al público hay que darle alguna cosa nueva junto a lo que conoce de memoria, como dicen por ahí: entre col y col, lechuga …

De esta manera, el público irá ampliando los elementos sobre este gran género musical. Y tendrá ocasión de conocer obras preciosas, música maravillosa que le hará feliz.

Seb.
¡Ah, Don Hilarión! ¡Lo pinta usted tan bonito! Ojalá se hiciera usted empresario. Ya lo estoy viendo: “Compañía de Zarzuela Don Hilarión”. Y dígame, ¿qué obras ofrecería usted al respetable?

Hil.
Muy sencillo: La verbena, La Gran Vía, La Francisca … y alguna cosilla menos conocida, pero sin pasarse.

Seb.
¡Pero, ¿cómo?, Don Hilarión! ¿Me toma usted el pelo?

Hil.
¡De ninguna manera!

Seb.
Pero, ¿no acaba de citar usted lo más conocido del repertorio?

Hil.
Vamos a ver. Es todo cosa de la experiencia. Le voy a contar un secreto, pero que no salga de España: Todos los componentes constitutivos de la farmacopea tienen una característica común:  ¡saben horriblemente mal! Y, ¿qué hacen los boticarios?

Seb.
Usted dirá, eminencia…

Hil.
Revestirlos de una pequeña capita de sabor dulce o afrutado. Así las píldoras pasan mejor. Pues lo mismo. La única forma de que el público trague con ciertas obras –que pueden parecer incomestibles– es ponerlas al lado de un par de peritas en dulce. ¿Y qué es La Gran Vía?  ¿O la Luisa Fernanda?

Es la única manera de ampliar los gustos “gastronómicos” del respetable.


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