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domingo, 31 de agosto de 2014

LOS DIEZ MANDAMIENTOS




Seb.
Buenos días, Don Hilarión. ¿Cómo se encuentra usted? ¿Se le ha pasado ya el enfado con el público por no asistir a las zarzuelas de “los fundadores”?

Hil.
Buenos días, Don Sebastián. Gracias por su interés: de salud, como dice la zarzuela: “me encuentro como un muchacho”, es decir perfectamente.  De lo otro…, pues no tan bien.

Seb.
Pero hombre, no se lo tome usted tan a pecho. ¡No se haga malasangre! ¡Que le van a recetar sanguijuelas! ¡Y esas chupan más que Haienda!

Hil.
Lo procuro, créame usted, amigo mío, que lo procuro. Pero, es que no faltan motivos.

Verá usted.  Ayer asistí a un recital de zarzuela precioso, simpático y entretenido.  La sala, no muy grande, pero llena; los cantantes magníficos: una tiple con voz, con fuerza, con gracia y con una dicción impecable: ¡se la entendía perfectamente!. Un tenor con talento, experiencia  y soltura, con desparpajo a raudales y más tablas que un coso taurino portátil. Y un pianista como Dios manda; discreto pero eficaz.
  

Seb.
Ya, ya. Pero vislumbro que algo debió suceder…

Hil.
Se lo contaré. Estaba en el recital el señor alcalde de la localidad, un par de concejales, algunos personajes conocidos del lugar y un número indeterminado de acólitos municipales.

Seb.
¡Qué suerte! ¡Por fin, un alcalde que se interesa por la zarzuela!
 
Hil.
Alto, alto. No se precipite. Según fuentes cefalópodas, u sea se, de buena tinta, los interfectos, no pararon de hablar durante el concierto.

Seb.
¿Qué me dice? ¿Y usted qué hizo?

Hil.
Allí nada, porque no era lugar ni momento de armar un tiberio, pero después … Pensé en abroncarle públicamente … pero me contuve; quizá sus acompañantes le hubieran defendido y, compréndalo, yo estaba en minoría. Después, me dije: ve a los periódicos, Hilarión, y cuéntalo … pero me frené porque, total, por hablar en un concierto … si fuera un escándalo financiero o de ladrillo.

De camino  a casa, iba encendiéndome como una tea: “esto no va a quedar así”, “a este le tengo que dar un escarmiento”…  Y, ¿sabe qué se me ha ocurrido?
 
Seb.
¡No me lo diga! ¡Retirarle el voto!  ¡Entregar su papeleta a la oposición! ¡O dejarla incólume e inmaculada!

Hil.
No señor. Algo mucho más sutil, más incisivo (si el sujeto lo entiende) y, de paso, de mayor trascendencia social.

Seb.
Y, ¿se puede saber qué idea ha destilado su cerebelo?

Hil.
Aquí la tengo. He desarrollado un decálogo para la zarzuela. Lo he puesto por escrito y lo voy a llevar al Ayuntamiento para que lo publiquen como un bando y lo conozca el pueblo entero.

Seb.
¡Ah! De esa manera usted espera que los responsables del municipio se den poraludidos. Vamos que caigan en la cuenta … Y de paso, no puedan tomar represalias contra usted. 

Hil.
Hombre, no olvide que es mi botica la que suministra de principios básicos sanatorios industrialmente elaborados, o sea medicinas, al Servicio Municipal de Salud.

Pero, vayamos a lo nuestro: aquí está el decálogo.  ¿Quiere usted leerlo?

Seb.
No faltaba más. Deme el papiro.

Primer mandamiento: Sea puntual.

Hil.
No hace falta que vaya usted el de día antes, con unos minutos basta. Lo mejor es que salga de su casa con tiempo.

Pero sobre todo, no se quede de cháchara en el vestíbulo, para luego entrar apurado y tarde.
  
Seb.
Segundo mandamiento: Vaya al teatro sin prejuicios.

Hil.
Aunque usted conozca de memoria la zarzuela que va a contemplar, aunque haya oído a los cantantes en otras ocasiones, aunque sea usted una enciclopedia zarzuelera andante, no vaya al teatro con prejuicios.

Si usted piensa que la función no le va a gustar … es muy probable que no le guste.  Si usted cree que los cantantes son malos … es bastante posible que les escuche desafinados, calantes o, simplemente, apurados.

El teatro es algo vivo y cada función distinta de las demás. Y el milagro puede surgir en cualquier momento.

Vaya usted al teatro limpio y aseado, sicológicamente neutro y sociológicamente abierto.  No le ponga usted barreras a la zarzuela, y la zarzuela le compensará con grandes satisfacciones.

Seb.
Tercer mandamiento: No cuente el argumento, ni otros detalles, a su acompañante.

Hil.
Y, sobre todo, no descubra el final. Su pareja ya sabe que es usted muy listo, un experto;  por eso es su pareja. Si fuera usted torpe e ignorante … ¡a buenas horas!

Además, su pareja también es inteligente; si no fuera así … no sería su pareja. Déjela sola; verá cómo descubre el final y quién es el asesino.

Seb.
Cuarto mandamiento: No cante.

Hil.
Aunque usted se sepa la romanza de la tiple, y la del tenor, y la del barítono, ¡no cante! No lo olvide: a usted no le pagan por cantar, es más, usted ha pagado por escuchar cantar. Tenga consideración: no le quite el trabajo a los cantantes. Y si, por un suponer, Dios no lo quiera,  usted canta mal, no hay por qué molestar a la Guardia Civil.

Seb.
Quinto mandamiento: No tosa, ni carraspee.

Hil.
No hay ninguna razón para que expulse usted el aire de sus pulmones violentamente, llenando el teatro de ruidos desagradables y, lo que es peor, de toda clase de bacilos, miasmas, virus o bacterias. Usted ha ido al teatro a ver y escuchar zarzuela, no a intercambiar microbios.

Tampoco carraspee. Es un trabajo inútil. Si usted va a estar en silencio, ¿para qué necesita aclararse la garganta? Si la cosa es absolutamente indispensable, haga saliva y tráguela discretamente. ¡Ni se le ocurra hacer gárgaras!

Seb.
Sexto mandamiento: Prohibido comer y beber.

Hil.
Esto es básico. A los conciertos, recitales o representaciones hay que ir comidos y bebidos y con las necesidades fisiológicas básicas cubiertas. Puede usted satisfacer sus requerimientos alimenticios en su casa o en el Palace; da lo mismo. Lo importante es que en el teatro deje usted tranquilo y en reposo la boca y el esófago; las demás partes del aparato, es decir, el estómago y los intestinos pueden seguir trabajando, pero siempre bajo control.

Queda especialmente prohibida la ingesta de caramelos, golosinas, pastillas, comprimidos, grageas, piscolabis, tentempiés  y demás sucedáneos de una buena alimentación.

Seb.
Séptimo mandamiento: Aplauda o calle, pero no silbe.

Hil.
Esto es fundamental. Si le gusta, aplauda, es lo correcto, lo tradicional y lo que todo  artista entiende y agradece. Si no le gusta, calle; es el mensaje más claro –y negativo– que puede usted enviarle a un intérprete. 

No grite, ni les insulte. Algunos “artistas” buscan la provocación, el reto, el desafío. Y si usted alborota como un energúmeno, ellos habrán conseguido su objetivo. No les dé esa satisfacción. Calle. 

Pero, sobre todo, no silbe. Eso está bien en espacios abiertos, en plazas, estadios y campos deportivos, pero en el interior de un teatro, resulta demasiado violento. La frecuencia sonora y la intensidad del volumen de un silbido molestan los oídos ajenos. Además, todavía no está consensuado entre el pueblo si el silbido es expresión entusiasta de contento  o muestra inequívoca de desaprobación .

Seb.
Octavo mandamiento: ¡Fuera móviles!

Hil.
Esto es lo peor. Los móviles en los espacios públicos, especialmente en los culturales, están resultando nefastos para la convivencia social. ¿Usted cree que a los mil y pico espectadores del teatro le interesa si a usted le llama alguien, o le envían un mensaje, o un chascarrillo,  o una falsa noticia, o una “verdad” interesada?.

Tengo un amigo cura que, antes de empezar la misa, dice: “al que le suene el móvil, que sepa que irá al infierno”. Pues más o menos. ¿Se imagina usted lo que le desean los espectadores cuando suena su maldito teléfono?

E móvil, ¡déjelo quieto! ¡apáguelo! ¡No se imagina usted lo bien que le vienen al chisme ese un par de horas de descanso!

Seb.
Noveno mandamiento: ¡No huya!

Hil.
Hay gentes que casi antes de que termine la obra, abandonan  el teatro, a toda prisa. Como si llegaran tarde a no se sabe dónde. No es muy educado; da la impresión de que están incómodos, o enfadados. O que sufren y desean escapar cuanto antes de la “tortura” que les atormenta.

Espere unos minutos; aplauda, aunque sólo sea por cortesía (¡estamos tan faltos de cortesía en estos tiempos!). No le va a pasar nada. Además, podrá comprobar cuánto le ha gustado al público la representación escuchando lo que aplauden otros.

Seb.
Décimo mandamiento: Apoye la zarzuela. ¡Es lo nuestro!

Hil.
Exactamente. La zarzuela es nuestro patrimonio lírico. No la desprecie, escúchela, véala, gústela, muéstrela sus amigos… Déjese llevar por sus tramas costumbristas (han sido la vida de nuestra gente), deléitese con las melodías alegres, nostálgicas, brillantes o apasionadas, creadas por nuestros compositores. Disfrute con nuestros cantantes, nuestras orquestas, nuestros actores … capaces de dar vida a libretos y partituras.

¿Qué le parecen estos “diez mandamientos”.

Seb.
Pues, la verdad, una buena idea. Conviene promocionarla. Deme usted una copia del pergamino para colocarla en el escaparate de mi establecimiento. 

Hil.
En cuanto le añada el corolario.
Seb.
¡Ah, pero hay corolario!

Hil.
¡Pues claro! Tome nota:
Respete a los demás como a usted mismo, y disfrute de la zarzuela sobre todas las cosas.




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