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lunes, 18 de enero de 2016

CHORIZOS Y POLACOS..






 
En la historia teatral española del siglo XVIII existieron dos bandos de aficionados, enemigos acérrimos entre sí, conocidos como “chorizos” y polacos”. Los chorizos eran los del Teatro del Príncipe y llevaban, como identificación,  una cinta dorada en el sombrero. Su nombre nace en 1742 cuando el actor Francisco Rupert “Francho”, debía comerse en escena unos chorizos. El encargado de ponerlos se olvidó y Francho empezó a gesticular, a dar voces y a protestar con tanta gracia, que provocó carcajadas entre los espectadores y tuvo que repetir la escena en días sucesivos.

Los polacos eran los del Teatro de la Cruz y llevaban una cinta azul. Su nombre proviene de un fraile trinitario, conocido como Padre Polaco, que controlaba las compañías y los repertorios de este teatro.



Suele darse por válida la idea de que “chorizos” eran, como hemos dicho, los apasionados del teatro del Príncipe y “polacos” los de la Cruz. Sin Embargo Mariano José de Larra, en la “Advertencia importante”, publicada en el libreto de su zarzuela Chorizos y polacos (Madrid, 1876) discrepa de esta afirmación aludiendo a Leandro Fernández de Moratín:

Lamento tener que disentir –escribe– de la opinión de un eminente escritor, gloria   justísima de nuestra literatura contemporánea, pero la verdad de los hechos me obliga a ello, y el testimonio de los escritores de aquella época, entre los que sobresale D. Leandro Fernández de Moratín, autos de la inimitable Comedia nueva. Según este, en sus Obras póstumas (tomo primero, página 101 hasta la 160), “chorizos” eran los apasionados que sostenían a la compañía de que era autor (o empresario como hoy se dice), Manuel Martínez, y “polacos” los intransigentes defensores de la de Eusebio Rivera. Y como quiera que ambas compañías solían mudar con frecuencia de teatro, y los “Polacos y chorizos” no defendían el teatro, sino la compañía que en él actuaba, dicho se está que unas veces los “chorizos” eran los del Príncipe y otras los de la Cruz. Prueba de esto es que la comedia de Inarco Celeniom El viejo y la niña, se estrenó por la compañía de Rivera (esto es, por los Polaos) , el 22 de mayo de 1790 en el teatro del Príncipe, que según Colector citado, debía ser de los Chorizos; y que en El café, estrenado por la misma compañía  de Rivera (esto es, por los Polacos), el 7 de febrero de 1792 en el mismo teatro del Príncipe, dice D. Serapio, refiriéndose a la compañía de la Cruz: “Hoy los Chorizos se mueren de frío y de miedo”. Queda pues probado, con el testimonio irrecusable de Moratín, que Chorizos y Polacos variaban de coliseo como las compañías, y que yo he debido ceñirme a lo que los autores de aquella época dan por seguro y cierto.   

Luis Mariano de Larra - El libretista
Para los que crean que he andado exagerado en la pintura de las costumbres teatrales del siglo XVIII, inserto a continuación la descripción que de ellas hace el mismo Moratín, a la cual he procurado sujetarme exactamente, sirviéndome de ella hata para fabricar la débil rama de esta zarzuela.

Duraba todavía en el año de 1792 el nombre y la parcialidad de los “chorizos” y “polacos”. Los primeros, que mantenían a la compañía de Manuel Martínez, eran sin duda los más formidables, así por el número como por la calidad de su gente; tenían caudillo conocido, que dirigía en el patio sus ataques, calmaba sus ímpetus y los hacía gritar o callar, silbar o aplaudir, según le parecía oportuno. Era éste un maestro de herrero, hombre de humor, de acalorada fantasía, alto, tiznado como Estérope[1], intrépido, expresivo en sus gesticulaciones y movimientos, dotado de verbosa y fácil elocuencia, vecino honrado y de sanísimas intenciones; llamábase Tusa y era conocido y respetado con este nombre desde la Rivera de Curtidores hasta los yunques de las Maravillas. Él y su genta aplaudían y preconizaban cuantos disparates tenía a bien representar el tío Martínez (que este cariñoso nombre le daba el vulgo, y nada se hacía en la compañía de Eusebio Rivera que en su opinión  fuese tolerable. Esta no carecía tampoco de frenéticos apasionados, capaces de oponerse al torrente amenazador, que muchas veces venía a turbar y a alborotar su patio; preciábanse de tener más inteligencia y delicado gusto que los “chorizos”, pero en verdad es que unos y otros tenían igual motivo para tan osada presunción.
Francisco Asenjo Barbieri - El compositor

Unas veces el amoroso Vicente Merino, a quien llamaban “el abogado”, la gran Figueras, Gabriel López, gracioso inimitable, la Polonia y el aplaudido José Espejo, que hasta ahora no ha tenido en su género competidor, hacían prosperar su compañía y llenaban de insolente orgullo a sus jefes “polcaos”. Otras se humillaban y confundían al ver que el auditorio abandonaba su teatro para gozar en el otro los chistes populares de Miguel Garrido, los tonos lúbricos y expresión gitanesca de María Fernández (a) la Caramba; el decoro y compostura de acción de Antonio Robles, la enérgica y exagerada declamación de María del Rosario, conocida con el nombre de la Tirana, su gentil además, la hermosura de sus ojos elocuentes, la riqueza y pompa de su traje y adornos.

Como estos partidos usurpaban frecuentemente los derechos del público, y lo que a ellos no era agradable caía sin remedio a fuerza de silbidos crueles, entre las oleadas del patio que hacían crujir y tal vez rompían el “degolladero” (Viga robusta que dividía a los mosqueteros de la luneta pacífica), los cómicos procuraban aumentar el número de sus parciales y tenerlos muy a su favor, a lo mismo para evitar su cólera, ya que no les mereciesen aplauso.”

Luis Mariano de Larra.




[1] Quizá se refiera a “Estéropes”; uno de los tres gigantes cíclopes de la mitología griega.

1 comentario:

  1. Jan Potocki en su libro "Manuscrito encontrado en Zaragoza" hace alusión a un personaje padre de Pandesowna (jefe de los gitanos) que asistía con frecuencia al teatro de la cruz por su aficción por la facción de los polacos. Cuenta también que sólo asistía al teatro el príncipe (los chorizos), únicamente cuando estaba cerrado el de la cruz. El libro fue escrito en 1809, y puede servir para arrojar un poco de luz a esta controversia.

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