En la historia teatral española del siglo XVIII existieron dos bandos de
aficionados, enemigos acérrimos entre sí, conocidos como “chorizos” y
polacos”. Los chorizos eran los del Teatro del Príncipe y llevaban, como
identificación, una cinta dorada en el
sombrero. Su nombre nace en 1742 cuando el actor Francisco Rupert “Francho”,
debía comerse en escena unos chorizos. El encargado de ponerlos se olvidó y
Francho empezó a gesticular, a dar voces y a protestar con tanta gracia, que
provocó carcajadas entre los espectadores y tuvo que repetir la escena en
días sucesivos.
Los polacos eran los del Teatro de la Cruz y llevaban una cinta azul. Su
nombre proviene de un fraile trinitario, conocido como Padre Polaco, que
controlaba las compañías y los repertorios de este teatro.
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Suele darse por válida la
idea de que “chorizos” eran, como hemos dicho, los apasionados del teatro del
Príncipe y “polacos” los de la Cruz. Sin Embargo Mariano José de Larra, en la
“Advertencia importante”, publicada en el libreto de su zarzuela Chorizos y polacos (Madrid, 1876) discrepa de esta afirmación aludiendo a
Leandro Fernández de Moratín:
Lamento tener que disentir –escribe– de la opinión
de un eminente escritor, gloria
justísima de nuestra literatura contemporánea, pero la verdad de los
hechos me obliga a ello, y el testimonio de los escritores de aquella época,
entre los que sobresale D. Leandro Fernández de Moratín, autos de la inimitable
Comedia nueva. Según este, en sus Obras póstumas (tomo primero, página 101
hasta la 160), “chorizos” eran los apasionados que sostenían a la compañía de
que era autor (o empresario como hoy se dice), Manuel Martínez, y “polacos” los
intransigentes defensores de la de Eusebio Rivera. Y como quiera que ambas
compañías solían mudar con frecuencia de teatro, y los “Polacos y chorizos” no
defendían el teatro, sino la compañía que en él actuaba, dicho se está que unas
veces los “chorizos” eran los del Príncipe y otras los de la Cruz. Prueba de
esto es que la comedia de Inarco Celeniom El
viejo y la niña, se estrenó por la compañía de Rivera (esto es, por los Polaos) , el 22 de mayo de 1790 en el
teatro del Príncipe, que según Colector citado, debía ser de los Chorizos; y que en El café, estrenado por la misma compañía de Rivera (esto es, por los Polacos), el 7 de febrero de 1792 en el
mismo teatro del Príncipe, dice D. Serapio, refiriéndose a la compañía de la
Cruz: “Hoy los Chorizos se mueren de frío y de miedo”. Queda pues probado, con
el testimonio irrecusable de Moratín, que Chorizos
y Polacos variaban de coliseo como las compañías, y que yo he debido
ceñirme a lo que los autores de aquella época dan por seguro y cierto.
Luis Mariano de Larra - El libretista |
Para los que crean que he andado exagerado en la
pintura de las costumbres teatrales del siglo XVIII, inserto a continuación la
descripción que de ellas hace el mismo Moratín, a la cual he procurado
sujetarme exactamente, sirviéndome de ella hata para fabricar la débil rama de
esta zarzuela.
Duraba todavía en el año de 1792 el nombre y la
parcialidad de los “chorizos” y “polacos”. Los primeros, que mantenían a la
compañía de Manuel Martínez, eran sin duda los más formidables, así por el
número como por la calidad de su gente; tenían caudillo conocido, que dirigía
en el patio sus ataques, calmaba sus ímpetus y los hacía gritar o callar,
silbar o aplaudir, según le parecía oportuno. Era éste un maestro de herrero,
hombre de humor, de acalorada fantasía, alto, tiznado como Estérope[1],
intrépido, expresivo en sus gesticulaciones y movimientos, dotado de verbosa y
fácil elocuencia, vecino honrado y de sanísimas intenciones; llamábase Tusa y
era conocido y respetado con este nombre desde la Rivera de Curtidores hasta
los yunques de las Maravillas. Él y su genta aplaudían y preconizaban cuantos
disparates tenía a bien representar el tío Martínez (que este cariñoso nombre
le daba el vulgo, y nada se hacía en la compañía de Eusebio Rivera que en su
opinión fuese tolerable. Esta no carecía
tampoco de frenéticos apasionados, capaces de oponerse al torrente amenazador, que
muchas veces venía a turbar y a alborotar su patio; preciábanse de tener más
inteligencia y delicado gusto que los “chorizos”, pero en verdad es que unos y
otros tenían igual motivo para tan osada presunción.
Francisco Asenjo Barbieri - El compositor |
Unas veces el amoroso Vicente Merino, a quien
llamaban “el abogado”, la gran Figueras, Gabriel López, gracioso inimitable, la
Polonia y el aplaudido José Espejo, que hasta ahora no ha tenido en su género
competidor, hacían prosperar su compañía y llenaban de insolente orgullo a sus
jefes “polcaos”. Otras se humillaban y confundían al ver que el auditorio
abandonaba su teatro para gozar en el otro los chistes populares de Miguel
Garrido, los tonos lúbricos y expresión gitanesca de María Fernández (a) la
Caramba; el decoro y compostura de acción de Antonio Robles, la enérgica y
exagerada declamación de María del Rosario, conocida con el nombre de la
Tirana, su gentil además, la hermosura de sus ojos elocuentes, la riqueza y
pompa de su traje y adornos.
Como estos partidos usurpaban frecuentemente los
derechos del público, y lo que a ellos no era agradable caía sin remedio a
fuerza de silbidos crueles, entre las oleadas del patio que hacían crujir y tal
vez rompían el “degolladero” (Viga robusta que dividía a los mosqueteros de la
luneta pacífica), los cómicos procuraban aumentar el número de sus parciales y
tenerlos muy a su favor, a lo mismo para evitar su cólera, ya que no les
mereciesen aplauso.”
Luis Mariano de Larra.
Jan Potocki en su libro "Manuscrito encontrado en Zaragoza" hace alusión a un personaje padre de Pandesowna (jefe de los gitanos) que asistía con frecuencia al teatro de la cruz por su aficción por la facción de los polacos. Cuenta también que sólo asistía al teatro el príncipe (los chorizos), únicamente cuando estaba cerrado el de la cruz. El libro fue escrito en 1809, y puede servir para arrojar un poco de luz a esta controversia.
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