Pensamientos
de un barbero.
Quien
haya estado alguna vez en mi barbería habrá podido observar algunos carteles
informativos cuyo contenido es una exigencia sin paliativos: “se prohíbe cantar
y bailar”, o la expresión de un derecho que me asiste en mi calidad de
proveedor de servicios: “reservado el derecho de admisión”. No había tenido
necesidad de hacer valer ninguno de ellos, pero hoy me he visto obligado a
hacer efectivo el segundo: he tenido que echar a la calle a un visitante que no
ha llegado s ser cliente. Me explicaré.
A eso del
mediodía ha entrado un señor, ni joven ni viejo, ni alto ni bajo, ni gordo ni
delgado, ni guapo ni feo, ni con aspecto acomodado ni apariencia menesterosa,
ni contento ni triste… Podríamos decir que era un señor “del montón”,
calificación que todo el mundo entiende, aunque
no aclara prácticamente nada.
El sujeto
ha saludado con un simple “Hola”, nada de “buenos días” ni otra fórmula social
al uso. Se ha sentado, le he colocado el babero y le he dicho: “¿Qué va a ser?”
Es la primera pregunta, como es habitual y lógico. A partir de ella y mediante
otras preguntas ya más específicas, se va uno enterando de qué espera de
nosoros el cliente.
El sujeto
de esta mañana no ha contestado. Pensando que no me había oído, volví a
preguntar; ninguna respuesta. Me puse delante de él y, señalándome el oído
quise saber si era duro de oído. Habló, y me dijo que no, que oía
perfectamente.
Volví a
la carga con una frase comercial impersonal, muy utilizada por los vendedores:
“¿qué desea el señor?”. Tampoco hubo contestación.
Empezaba
a impacientarme y decidí cambiar de estrategia, acotando el terreno para tratar
de averiguar los deseos del sujeto, por la vía de la exclusión. Y pregunté:
“¿quiere que le arregle el pelo?” Si hubiera respondido afirmativamente hubiera
continuado sonsacándole antes de meterlas tijeras: corto, largo, cuello redondo
o cuadrado, flequillo o frente despejada, raya a la izquierda, o a la derecha,
orejas despejadas u ocultas … En fin, detalles básicos para mi labor
restauradora. Nada; sin respuesta.
Pensando,
sin mucho convencimiento, que lo que este hombre iba buscando era un afeitado
(falta le hacía), y para asegurarme, se lo pregunté. Tampoco abrió la boca.
Respiré
hondo porque notaba que me iba cargando. Con mucho respeto y educación, pero
mostrando determinación y franqueza, le hice ver que necesitaba saber sus
deseos: “No puedo trabajar, le dije, si no me dice usted qué quiere”.
Esta vez
habló; pero, pero habló: “Me da igual”. Tres palabras que pueden traducirse en
otras tres con similar significado: “No lo sé”; “Me es indiferente”, ¡Qué más
da!... He dicho similar significado, pero debería haber escrito, sin ninguna
decisión.
Estaba ya
tan encendido, como ustedes comprenderán, que podía apagar la luz del espejo.
¿Qué podía hacer? ¡Qué impotencia! ¡Al borde del colapso!
El hombre
debió darse cuenta de mi estado y se apiado. Abrió la boca y, tranquilamente,
dijo: “Perdone usted, señor barbero. Soy diputado en cortes por el partido de
la oposición, diputado de número, de los que no se significan. Estoy
acostumbrado, porque llevo en esto muchos años, a dos cosas: a votar lo que me
diga mi jefe de filas y … a no hacer nada más.
¡Acabáramos!,
exclamé casi a gritos. ¡Usted es el Sr. Abstención! ¡El de ni sí, ni no! (o con
estrambote: sino todo lo contrario). ¡El de ni a favor ni en contra! ¡El de ni
blanco ni negro! ¡El de ni chicha ni limoná! ¡El de ni mía ni de nadie! …
“Hombre,
volvió a hablar . si usted lo ve así … pero yo … no opino”.
“Pues lo
siento mucho, amigo mío” (le dije, recalcando esto último de manera que quedara
claro que lo de “amigo mío” era una coletilla profesional, no la expresión de
una relación humana), “aquí tiene usted que mojarse, que elegir, que tomar una
decisión”.
“¿Una
decisión? No puedo. ¿No le acabo de decir que lo mío es la abstención?
“Pues
aquí la cosa está clara: o toma usted una decisión, o toma usted la puerta”. Y
señalándole la salida, añadí: “En este valle de lágrimas, a los hombres nos
toca decidir todo … menos la muerte. Esa nos viene ya dada”.
Bueno,
esa y las decisiones de muchos políticos en el Congreso.
Lamparilla
(Todo esto es consecuencia de que no sólo
de zarzuelerías vive el hombre).
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