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miércoles, 7 de marzo de 2018

Machaque telefónico.



Pensamientos de un barbero.

 Tengo un amigo en el juzgado que me ha pasado la documentación de un procedimiento muy interesante, aunque  no ha trascendido ni nadie se ha ocupado de él. Me lo ha entregado recomendándome que no lo comente con nadie, que sea discreto. Naturalmente, le he dicho que sí, y enseguida me he preparado para darlo a conocer de manera anónima. Es lo habitual.

En el fondo es lo que él pretende porque, si no, ¿a qué viene darme los papeles? Desde que le conozco nunca me ha dicho ni pío sobre su trabajo y mira que ha sido testigo privilegiado de muchas historias de primera plana.

Como es natural, la curiosidad se instaló en mi cabeza inmediatamente. Puse en la puerta de la barbería el cartel: “He salido un momento. Vuelvo enseguida. Perdonen las molestias”, y, en la trastienda he leído el legajo de un tirón. Y he comprendido la intención de mi amigo: esto no puede quedar olvidado entre los miles de papelotes del juzgado, la gente tiene que conocerlo porque una de las funciones de la justicia es que sus actuaciones sirvan de ejemplo sobre lo que no se debe hacer y, al mismo tiempo, valgan para mantener y acrecentar, si es posible, la confianza de las gentes en la señora de la balanza y los ojos vendados.

Se constata que cierta empresa demandada, tiene establecido que sus empleados llamen a todo bicho viviente (expresión coloquial de uso y conocimiento universal, sin intencionalidad ofensiva) a las horas más incómodas de la jornada, como el demandante sostiene. A tal fin se ha probado documental y fehacientemente que a los trabajadores de la dicha empresa se les ofrecen tres tipos de contrato, conocido entre ellos como “de siesta”, “de cena” y de “media mañana dominguera”, que corresponden a las hora en que, prioritariamente, han de desarrollar su actividad.

Ha quedado también probado que el demandante recibió en el último mes 47 llamadas del demandado (de la empresa, se entiende, no del mismo individuo). Tal cifra se ha obtenido a partir de los propios registros de control de la empresa que utiliza para determinar la productividad de sus empleados: si no llaman dos mil veces –o tres mil en época navideña, porque el personal está más eufórico y predispuesto– al mes, es apercibido y, si persiste en ese menor rendimiento, despedido.

Ha quedado probada la insistencia absoluta de los llamadores, y demostrado que son incorregibles e inasequibles al desaliento. Su capacidad para sortear cualquier respuesta que no sea la esperada por parte del llamado, es tal que se sospecha que el lema de la empresa tal vez sea: “El que la sigue la consigue”, o “El que resiste, gana”, expresión equivalente aunque mucho más académica desde que la pronunciara nuestro insigne Premio Nobel Camilo José Cela.

Atenuante. El letrado de la defensa sugiere que se considere atenuante el cumplimiento de sus defendidos de la observancia de leyes y normas sobre igualdad de sexos, pues dan la lata tanto a mujeres como a hombres.

No obstante, los empleados de la empresa han sido exonerados de toda responsabilidad, pues han demostrado con toda clase de pruebas, que obedecían órdenes y que de su trabajo dependía el pan de sus hijos, la vestimenta de su esposa, la gasolina, la hipoteca del banco, y algo para tabaco.

No obstante, el procedimiento ha sido sobreseído. Su Señoría se ha visto obligado, y así lo hace constar en el papel timbrado y numerado, ante la imposibilidad de encontrar en toda la estructura empresarial un responsable de tales prácticas comerciales. Su señoría deja escrito que ni la Guardia Civil, ni la Policía Nacional, ni los Geos, no tampoco dos agentes del CNI, cuya identidad se oculta en estos documentos por razones obvias, han sido capaces de averiguar nada. Su Señoría pone en duda que la mismísima Inquisición, de existir en estos tiempo, sería capaz de encontrar un responsable. Y no es que los investigados no hayan querido colaborar con la justicia, que por ahí se les podría pillar, sino que han dado tantas y tan contradictorias informaciones, tan cruzadas y entretejidas,  que ha sido  imposible inferir quién dio las órdenes y quien inventó el sistema de trabajo.  Su Señoría resume esas declaraciones recurriendo al refranero castellano: “Entre todos los mataron y ella sola se murió”.

Su Señoría se alegra de que este procedimiento no genere jurisprudencia, de lo contrario, los sujetos, entes o individuos de características y comportamientos similares, podrían irse de rositas. Y, dice el magistrado, que las flores para las novias o para la Virgen, y en el mes de mayo.

Lamparilla


(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).

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