Pensamientos
de un barbero.
Tengo un amigo
en el juzgado que me ha pasado la documentación de un procedimiento muy
interesante, aunque no ha trascendido ni
nadie se ha ocupado de él. Me lo ha entregado recomendándome que no lo comente
con nadie, que sea discreto. Naturalmente, le he dicho que sí, y enseguida me
he preparado para darlo a conocer de manera anónima. Es lo habitual.
En el fondo es
lo que él pretende porque, si no, ¿a qué viene darme los papeles? Desde que le
conozco nunca me ha dicho ni pío sobre su trabajo y mira que ha sido testigo
privilegiado de muchas historias de primera plana.
Como es
natural, la curiosidad se instaló en mi cabeza inmediatamente. Puse en la puerta
de la barbería el cartel: “He salido un momento. Vuelvo enseguida. Perdonen las
molestias”, y, en la trastienda he leído el legajo de un tirón. Y he
comprendido la intención de mi amigo: esto no puede quedar olvidado entre los
miles de papelotes del juzgado, la gente tiene que conocerlo porque una de las
funciones de la justicia es que sus actuaciones sirvan de ejemplo sobre lo que
no se debe hacer y, al mismo tiempo, valgan para mantener y acrecentar, si es
posible, la confianza de las gentes en la señora de la balanza y los ojos
vendados.
Se constata
que cierta empresa demandada, tiene establecido que sus empleados llamen a todo
bicho viviente (expresión coloquial de uso y conocimiento universal, sin
intencionalidad ofensiva) a las horas más incómodas de la jornada, como el
demandante sostiene. A tal fin se ha probado documental y fehacientemente que a
los trabajadores de la dicha empresa se les ofrecen tres tipos de contrato,
conocido entre ellos como “de siesta”, “de cena” y de “media mañana dominguera”,
que corresponden a las hora en que, prioritariamente, han de desarrollar su
actividad.
Ha quedado
también probado que el demandante recibió en el último mes 47 llamadas del
demandado (de la empresa, se entiende, no del mismo individuo). Tal cifra se ha
obtenido a partir de los propios registros de control de la empresa que utiliza
para determinar la productividad de sus empleados: si no llaman dos mil veces
–o tres mil en época navideña, porque el personal está más eufórico y
predispuesto– al mes, es apercibido y, si persiste en ese menor rendimiento,
despedido.
Ha quedado
probada la insistencia absoluta de los llamadores, y demostrado que son
incorregibles e inasequibles al desaliento. Su capacidad para sortear cualquier
respuesta que no sea la esperada por parte del llamado, es tal que se sospecha
que el lema de la empresa tal vez sea: “El que la sigue la consigue”, o “El que
resiste, gana”, expresión equivalente aunque mucho más académica desde que la
pronunciara nuestro insigne Premio Nobel Camilo José Cela.
Atenuante. El
letrado de la defensa sugiere que se considere atenuante el cumplimiento de sus
defendidos de la observancia de leyes y normas sobre igualdad de sexos, pues dan
la lata tanto a mujeres como a hombres.
No obstante, los
empleados de la empresa han sido exonerados de toda responsabilidad, pues han
demostrado con toda clase de pruebas, que obedecían órdenes y que de su trabajo
dependía el pan de sus hijos, la vestimenta de su esposa, la gasolina, la
hipoteca del banco, y algo para tabaco.
No obstante, el
procedimiento ha sido sobreseído. Su Señoría se ha visto obligado, y así lo
hace constar en el papel timbrado y numerado, ante la imposibilidad de
encontrar en toda la estructura empresarial un responsable de tales prácticas
comerciales. Su señoría deja escrito que ni la Guardia Civil, ni la Policía
Nacional, ni los Geos, no tampoco dos agentes del CNI, cuya identidad se oculta
en estos documentos por razones obvias, han sido capaces de averiguar nada. Su
Señoría pone en duda que la mismísima Inquisición, de existir en estos tiempo,
sería capaz de encontrar un responsable. Y no es que los investigados no hayan
querido colaborar con la justicia, que por ahí se les podría pillar, sino que
han dado tantas y tan contradictorias informaciones, tan cruzadas y
entretejidas, que ha sido imposible inferir quién dio las órdenes y
quien inventó el sistema de trabajo. Su
Señoría resume esas declaraciones recurriendo al refranero castellano: “Entre
todos los mataron y ella sola se murió”.
Su Señoría se
alegra de que este procedimiento no genere jurisprudencia, de lo contrario, los
sujetos, entes o individuos de características y comportamientos similares,
podrían irse de rositas. Y, dice el magistrado, que las flores para las novias
o para la Virgen, y en el mes de mayo.
Lamparilla
(Todo
esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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