Hace algún tiempo se conoció una escandalosa noticia: los
directivos de una conocida ONG gastaron una cantidad de dinero no especificada
pero importante, en juergas y prostitutas en Haití, el país más pobre del mundo
y uno de los más castigados por los desastres naturales.
Por desgracia, esto de que alguien abuse descaradamente de
un puesto en una entidad, organización o empresa, no es nuevo. Diría más, es
muy viejo. Y lo peor de todo, en muchos casos está admitido socialmente. Las
comilonas, los viajes, los lujos, los sueldos y remuneraciones estratosféricas,
los privilegios y toda suerte de prebendas, no generan tanta indignación como
lo que tiene que ver con el sexo.
La reacción del mundo ante el hecho que motiva esta
reflexión, se tradujo en una indignación
generalizada, aireada por los medios de comunicación. Comentaristas,
contertulios, “expertos” (muchas veces no se sabe en qué) y toda clase de
gentes levantaron el dedo acusador contra estos individuos.
Sin apenas tiempo para respirar, surgieron noticias sobre
comportamientos similares en otras facciones de la misma ONG y de otras. El
velo de la indignación cubrió el planeta. Volvieron las habituales reacciones
viscerales, gobiernos que amenazan (¡!) con retirar las ayudas económicas a las
organizaciones implicadas; socios, colaboradores y demás que retiran sus
donativos … Y todo, sin pensar que en estas entidades hay personas serias que
hacen su trabajo con profesionalidad y ética, que entregan su tiempo
desinteresadamente para ayudar a otras personas, que ponen en práctica la
solidaridad, el cariño, la justicia social, incluso la caridad, palabra que no
tiene hoy buena prensa entre algunos colectivos.
Estas personas son más numerosas que los sujetos indeseables
que roban y se aprovechan y que no merecen nuestro apoyo, de ninguna manera.
Los indeseables, además de beneficiarse del trabajo y esfuerzo ajeno son los
responsables de que nosotros, que tenemos una equivocada y peligrosa tendencia
a la generalización, cometamos el error –frecuentísimo– de confundir a un
individuo con un colectivo: Que un guardia civil o un policía comente un
delito, enseguida acusamos a la Guardia Civil o a la Policía; que un empleado
de banca nos engaña, nos falta tiempo para señalar a su Banco, incluso a una
entidad superior, la Banca; que un concejal o un diputado se comporta
indignamente, rápido afirmamos que los Políticos son unos sinvergüenzas; que un
sacerdote abusa de alguno de sus feligreses … la Iglesia es … ¡¡Qué poco nos cuesta generalizar!! Y meter
en el mismo saco a los garbanzos negros y a los que hacen un guiso sabroso y
saludable.
Muchas veces un comportamiento infame surge al calor de estructuras
sociales que quizá han sido creadas por individuos perversos, con la única finalidad
de beneficiarse. Estoy pensando en esas
“cosas” que llamamos entidades,
organizaciones, sindicados, corporaciones, partidos políticos, parlamentos,
empresas … En esas entelequias dirigidas por quienes en ellas se parapetan
cuando las cosas no salen como les interesa. Pienso en algunos casos: el
director que propone el despido de trabajadores porque la empresa no va bien (a
veces a causa de sus errores) y, al mismo tiempo, se sube el sueldo.
Los ejemplos pueden ser numerosos. Y el corolario es
sencillo: empresas, entidades, organizaciones, partidos, etc., son entres
intangibles, aunque esto no debería importarnos. Lo que ha de interesarnos son
las personas, porque son ellas las que hacen los trabajos difíciles, las que
ayudan a los desarraigados, las que consuelan a los desesperados, las que
aportan su dinero, su tiempo o su trabajo, a las causas nobles y humanas. Cuando llamamos personas a quienes roban, engañan,
defraudan nuestra confianza o se comportan de manera socialmente reprobable,
nos equivocamos,
Es muy posible que estos pensamientos de barbero resulten
generalizaciones excesivas o radicales y
no sean aplicables a todos los colectivos. Pero, piénselo ustedes: ni todos los
andaluces son vagos, ni todos los catalanes ahorradores, ni todos los
madrileños chuletas improductivos.
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre)
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